Homilía en la Fiesta de San Juan de Ávila 2019

Homilía de nuestro Obispo, Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA, en la Fiesta de San Juan de Ávila, patrón del clero español.

Seminario Menor. 10 de mayo de 2019

 

Un saludo. Presentes y ausentes.

Tres motivos nos mueven a esta celebración: alabar a Cristo Sacerdote, festejar a san Juan de Ávila, nuestro patrón, y honrar a los hermanos que hoy celebran sus bodas de oro o diamante sacerdotales. Tres motivos que, como en el misterio de la Trinidad, se resumen en un solo misterio: el amor de Jesucristo que se manifiesta en la cruz y la eucaristía y se prolonga en la entrega de san Juan de Ávila y en la los de nuestros hermanos sacerdotes.

1. Alabar a Jesucristo sacerdote, víctima y altar. Sacerdote que ora con nosotros, es orado por nosotros y ora por nosotros. Sacerdote que se ofrece a sí mismo como víctima, no sólo en la cruz, sino a lo largo de toda su existencia, desde su entrada en el mundo cuando dijo: no quieres víctimas ni sacrificios expiatorios, y entonces yo digo: Aquí estoy para hacer tu voluntad. Hacer la voluntad de Dios es la víctima más perfecta que podemos tributar los hombres a Dios, lo que más le agrada. Y él la cumplió siempre, hasta decir en la cruz: Todo está cumplido. Y él es nuestro altar, porque él se ofreció a sí mismo, su cuerpo entregado y su sangre derramada para el perdón de los pecados. Es el mensajero de la Buena Noticia, es la Palabra de Dios a los hombres, el que anuncia el Reino. «Por Cristo, con él y en él demos gracias y gloria al Señor en la unidad eclesial, la que crea y construye el Espíritu Santo».

2. Celebramos con memoria agradecida a San Juan de Ávila en el 450 aniversario de su muerte, ocurrida un diez de mayo de 1569 en Montilla. Es un gran sacerdote, discípulo misionero de Cristo y apóstol de Andalucía, como canta su himno, y de la baja Extremadura, gran reformador, acompañante de grandes figuras de la santidad como Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Luis de Granada, Juan de Dios, con gran influencia en la espiritualidad de Berulle, San francisco de Sales, Francisco de Borja, etc. Doctor de la Iglesia, proclamado por Benedicto XVI en el 2012, cuyas obras, sobre todo el Tratado sobre el amor de Dios y Audi filia, siguen hablando hoy.

De él quisiera que aprendiéramos todos a ser testigos de Jesús con la palabra y las obras en nuestras comunidades y en nuestra Diócesis. Él fue oyente de la Palabra leyéndola, hablándola, obrándola. «Cristo quiere, dice él, que quien se funda en sus palabras, será como una casa fundada sobre piedra». Con la Palabra, siendo discípulos de Jesús, que conviven con él, el Resucitado, que aprenden de él, como Pablo, confiando en medio de las dificultades, pues lo llevamos el tesoro en vasijas de barro, débiles, frágiles, siempre a punto de rompernos por las circunstancias externas e internas, pero siempre confiando en el Señor que nos sostiene; incluso más, sabiéndonos instrumentos y mensajeros de Jesús para dar vida a los demás. Cuando somos débiles y no confiamos en nuestras fuerzas o capacidades, entonces somos fuertes. Esa fuerza de Dios que se ha hecho presente en Cristo, muerto y resucitado y comunicada por el Espíritu Santo, el que habló y habla por los profetas. Creemos, por eso hablamos, porque confiamos en el poder de su palabra. Esa palabra es la que tenemos que orar, porque para hablar de Dios hay que hablar antes con Dios, y aprender, como él ante el Crucificado: Dirá «Oh dulce fuego, oh dulce amor, oh dulce llama, oh dulce llaga, que así enciendes los corazones helados más que la nieve y los conviertes en amor» y los crucificados, con los que Cristo se identificó; con esa palabra nos tenemos que alimentar, y la que tenemos que servir a los demás. Esa palabra es la que tenemos que profundizar en el estudio de las Escrituras desde el hoy, desde la cultura y la situación de nuestra sociedad hoy, porque es Palabra del Viviente para los hombres que vivimos hoy, como nos señala el Concilio en la Constitución Dei Verbum, en el Decreto Presbiterorum Ordinis, Benedicto XVI en la Exhortación Verbum Domini, y el papa Francisco en Evangelii Gaudium, Amoris Laetitia, Gaudete et Exultate y en Christus Vivit y con su ejemplo. Esa palabra que debe ser luz para ver el misterio de cada persona y la realidad con los ojos y el corazón de la fe, y para acompañar la vida de nuestras comunidades con afecto paternal y maternal. Esa palabra que, como dice un prefacio de adviento, viene a nuestro encuentro en cada hombre, especialmente en el enfermo, en el necesitado material o espiritualmente y en cada acontecimiento. Creo que tenemos que formarnos y profundizar más, personalmente, y, si puede ser, con otros miembros del presbiterio de la zona y con otros miembros de las comunidades tanto consagrados como laicos, mejor, y como san Pablo decir: Yo vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí, y no quiero saber otra cosa sino a Cristo y este Crucificado (Cfr. I Cor. 2,2).

3. Tercer motivo: Honrar a estos hermanos nuestros, los presentes y ausentes, también a D. Nicolás, Obispo emérito, y a los sacerdotes ya difuntos, y en ellos a Cristo, que los ungió y se fio de ellos y les confió el ministerio por la misericordia de Dios. Gracias, hermanos, en nombre de toda la Iglesia de Palencia, de sus comunidades de instituciones, en nombre de toda la sociedad palentina. Habéis sido y sois un regalo de Dios para nosotros. Habéis sido y sois presencia humanizadora de Cristo en esta sociedad nuestra con vuestra vida sencilla, sacrificada, cercana, con vuestras limitaciones, con vuestra entrega diaria, vuestra oración, vuestros sufrimientos y amor, incluso con vuestro y nuestro pecado, pero el Señor no se aparta de nosotros, confía como confió en Pedro y sus compañeros. Seguid así según las fuerzas que Dios os dé, en medio del presbiterio y en esta Iglesia que quiere, caminando todos juntos y unidos en la fe, la esperanza y la caridad, regalar la luz de Cristo. Ayudadnos a seguir echando las redes desde la barca de la Iglesia, aunque sea de noche, confiando en la Palabra del Señor y ser pescadores de hombres dejándolo todo, sin predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, como Señor de cielo y tierra de quien somos siervos y por Él siervos de la comunidad de hermanos, siervos de la alegría de todos.

4. La Eucaristía, es el misterio que unifica los tres motivos de nuestra celebración, porque es la fuente, y cumbre, clave y centro de nuestra vida cristiana y sacerdotal, de nuestro ministerio. De Cristo Eucaristía debemos aprender a entregarnos y darnos en comida. En ella «Dios obedece la voz de los hombres en las palabras de la consagración, para que nosotros seamos memoria suya viva. En la misa nos ponemos en el altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor. Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hechos semejables a la sacratísima Virgen María que con sus palabras trujo a Dios a su vientre». Que nos transformemos en el que amamos y en el que recibimos.

Que así sea.

La Diócesis de Palencia

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