Describir nuestra fe puede que nos haga descubrir que es escasa, que la vivimos con miedo, que nos entra la duda ante la dificultad de los acontecimientos. Una mirada a nuestra fe para llenarnos de confianza de que el Señor duerme a nuestro lado y espera que contemos con él para solucionar los problemas. Sobre esto tiene que ver hoy la reflexión del evangelio.
Un paseo en barca
La escena del evangelio de este domingo está llena de encanto. Jesús quiere tranquilidad e invita a sus discípulos a dar un paseo en barca por el lago de Tiberiades para ir a la otra orilla. Los discípulos accedieron encantados y se pusieron a navegar. La tarde debía ser agradable porque el Señor se quedó dormido por el balanceo de la barca. Surgió entonces lo inesperado. Se desata la tormenta y sienten temor a naufragar y perecer. En medio de su temor buscan solución y despiertan al Maestro a quien reprochan que duerma mientras ellos temen por su vida. Sabemos el buen final gracias a la actuación de Jesús que ordena al viento que cese y se calme. Pero resaltemos otros factores de esa travesía que merecen ser tenidos en cuenta. En primer lugar, que importante y valioso es que aceptemos la invitación del Señor a viajar con él. Igualmente, qué fundamental y decisivo es que estemos en los momentos de dificultad cerca del Señor para poder pedirle ayuda. Y, sobre todo, que ocurra lo que ocurra, naveguemos siempre en la barca de Pedro.
¿Pero quién es este?
En los discípulos que van en la barca descubrimos la capacidad de asombro ante el Señor. No deja nunca de asombrarnos la persona de Jesús y su poder. Admiración ante sus palabras y acciones. Experiencia que tendremos si estamos cerca de él y contemplamos su obrar. Los discípulos se asombran cuando ven a Jesús increpar al viento y éste le obedece. Hoy hemos perdido capacidad de admiración y sorpresa hacia el poder de Dios. Nos creemos cada día más superiores y contamos tanto con nuestras propias fuerzas que apenas o como último recurso acudimos a Dios para buscar solución. Hemos olvidado los tiempos en que sentíamos la necesidad de contar con la ayudad de Dios ante las dificultades y problemas personales, espirituales y vitales. ¿Será porque no estamos cerca de Él y no vemos su obrar?
¿Cobardes?
Jesús reprocha a sus discípulos que sean cobardes y lo atribuye a su falta de fe. ¿Podemos aplicarnos nosotros este mismo reproche? Seguro que sí porque son muchos los temores con los que vivimos la fe. Temores que nos hacen cobardes en miles de situaciones y especialmente ante una cultura que avasalla nuestros principios creyentes y relega, cuando no margina, el sentido religioso y cristiano de la persona y de la vida. No es tiempo de cobardes, sino que ante las dificultades y las amenazas de hundirnos debemos acudir y recurrir al Señor que no dejará que naufraguemos. Se nos alienta hoy a no desfallecer y, cuando arrecie la tempestad en nuestra barca, llenarnos de confianza en el poder del Señor que no nos dejará solos.
José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia