La relación entre amar a Dios y al prójimo

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Dios se hizo hombre y puso su tienda entre nosotros (Jn 1,14) Esta es una gran noticia, pero no menor es que al hacerse hombre, se identificó con todos hombres y mujeres, pero especialmente con el pobre, el desnudo, el hambriento, el abandonado, con el huérfano y la viuda.

Nuestro camino para llegar a Él es el prójimo. Si el camino de Dios para acercarse a los humanos fue hacerse hombre, el camino de los humanos para acercarse a Dios es el hombre. El camino, tanto de Dios como de los hombres para encontrarse es Jesús, que es Dios y hombre en una persona. La relación que tenemos con Dios es la que tenemos con los hombres (Mat 25). Quien se comunica con su hermano se comunica con Dios; quien no se comunica con su hermano, no se comunica con Dios: «Si alguien dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (I Jn 4, 20). Y ya recogí una cita de San Agustín al respecto que dice: «El amor a Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor al prójimo es el primero en el rango de la acción... Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios. Comienza por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. ¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz. Tu luz es tu Dios, tu aurora» (Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 17,7-9).

Llevado a cosas concretas, me permito citar una página de Franz Jalics, (Manual de Oración. De Ediciones Sígueme, Salamanca 2022, pags. 29-36). Dice así: El mensaje principal del Evangelio es que Dios se hizo hombre y puso su tienda entre nosotros. Se solidarizó con el pobre, con el abandonado, con la viuda, con el enfermo, con el prójimo. Se hizo accesible, quiso estar a nuestro alcance. Nos hizo entender que los caminos para llegar a Él son los mismos por los que se llega al hombre. Más aún: la relación la relación que tenemos con Dios es la que tenemos con los hombres, nuestros hermanos. Quien se comunica con su hermano se comunica con Dios, y quien no se comunica con su hermano está incomunicado con Dios (I Jn 4,20). Esta solidaridad entre lo divino y lo humano me estremece particularmente en el relato del juicio final. Allí Dios se identifica tanto con el ser humano que, cuando no doy de comer a un hambriento, no le doy de comer a Dios; cuando no ofrezco a un hermano un vaso de agua, es a Jesucristo mismo a quien dejo con sed. Por el contrario, cuando ofrezco alojamiento a un viajero necesitado, es a Dios a quién recibo en mi casa. Cuando visito a un preso, Jesús mismo se da por visitado, y cuando no lo visito, es a él a quién ignoro.

Si tomamos en serio esta identificación entre la relación con Dios y con los demás, tenemos que aceptar que no se trata de una aceptación o de un rechazo en general, sino que esta identificación se refiere a la cualidad de nuestras relaciones.

Así las cosas, si alguien recibe en su casa a un viajero, recibe a Jesucristo, sí; pero a ese viajero cabe recibirlo con entusiasmo o con desgana, con cordialidad o haciéndole sentir que se trata de un favor. Todos estos matices se reflejan de algún modo en nuestra relación con Dios.

Traduzcamos todo esto un poco más, para que se perciban mejor las consecuencias. Si odio a mis hermanos, odio a Dios. Si tengo miedo de la gente, le tengo miedo a Dios. Si no tengo amigos, tampoco Dios es mi amigo. Si atropello a quienes me rodean, es a Dios a quien atropello. Si ignoro a los demás porque me siento superior, de alguna manera estoy ignorando a Dios. Si soy atento con mis semejantes, con quien soy atento es con Dios mismo. Cuando utilizo a mis semejantes para satisfacer mis intereses, mes a Dios a quien estoy tratando de instrumentalizar para subordinarlo a mis objetivos. Cuando desprecio o juzgo a cualquier persona, desprecio y juzgo al propio Dios. Cuando no escucho o no me intereso por los que sufren, no escucho al Señor y no tengo sensibilidad por lo divino. Quien es justo con su hermano lo es con Dios. Quien ama a su hermano, ama a Dios. Quien estafa a un ser humano estafa a Dios. Amamos a Dios con un corazón humano. No tenemos dos corazones: uno puro e inmaculado para amar a Dios, y otro egoísta y desconfiado por sus experiencias humanas. Tenemos un solo corazón, y con él amamos a Dios y a los hombres.

Por tanto, si alguien quiere saber cómo es su relación con Dios, basta que haga un recuento de cómo son todas sus relaciones humanas... Las relaciones humanas son el termómetro de nuestra relación con el Señor... La relación con Dios no se refleja sólo en las relaciones individuales, sino también en nuestra sensibilidad grupal, en nuestra sintonía con una determinada comunidad. Con la humanidad, por la creación, por la sociedad, con la comunidad cristiana.