Jesús proclama santos a los que tienen hambre y sed de justicia. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados» (Mt 5, 6). ¿Qué es tener hambre y sed de la justicia? Jesús no proclama aquí dichosos a los que tienen hambre y sed, a los necesitados de alimentos y bebida; sería un sarcasmo. Él socorrió a los hambrientos, multiplicó los panes, habló y practicó la solidaridad que lleva a compartir como hermanos; es más, se identificó con los pobres, los hambrientos y sedientos. Lo que dice es que, al igual que el hambriento o el sediento busca con intensidad, pide, incluso roba por encontrar algo con lo que saciar al estómago porque sin ello no es posible vivir sino morir, así también hay buscar la justicia, con la misma intensidad.
El problema es qué justicia. «Pero la justicia que propone Jesús no es como la que busca el mundo, tantas veces manchada por intereses mezquinos, manipulada para un lado o para otro». (GE, 78). También hay corrupción en la justicia y no sólo ahora sino siempre. En el libro del Levítico se lee: «No darás sentencias injustas. No serás parcial ni por favorecer al pobre ni por honrar al rico. Juzga con justica a tu prójimo» (Lev 19, 24-25). Isaías dirá con fuerza: «¡Ay de los que establecen decretos inicuos, y publican prescripciones vejatorias para oprimir a los pobres en el juicio y privar de sus derechos a los humildes de mi pueblo, haciendo de la viuda su botín y despojando a los huérfanos!» (Is 10, 1-2). Sofonías, otro profeta, dirá: «Ay de la ciudad rebelde, impura y tiránica! ... No ha confiado en el Señor... sus jueces, igual que los lobos, nada dejan para roer de la noche a la mañana» (Sof 3, 3). Y en el Evangelio se nos habla de un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres (cfr. Lc 18, 4). ¡Cuánta gente sufre por causa de la justicia humana porque no toda ley es justa, aunque sea legal y dictada por la autoridad competente!
La justicia de la que habla Jesús y que hace dichosos a los que la hambrean es la fidelidad a la alianza de Dios con los hombres. Dios es justo porque es fiel a su alianza. El hombre será justo si es fiel a la voluntad de Dios a lo largo de su vida, expresada en la alianza del Sinaí -los Diez Mandamientos-, y la alianza nueva y eterna realizada por el Padre en Cristo Jesús e inscrita en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La alianza nueva cuya cláusula es amar como Cristo ha amado tanto al Padre como a todos y cada uno de los hombres, hasta el final. Esta justicia se manifiesta en la vida de cada uno «siendo justo en las propias decisiones, y luego se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles... se manifiesta especialmente en la justicia para los desamparados» (GE, 79). «Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid, entonces, y discutiremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como la lana» (Is 1, 17-18).
La quinta bienaventuranza es: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7). Hace poco hemos celebrado el Año Santo de la Misericordia y hemos meditado sobre las Obras de Misericordia. El Papa nos recuerda que «la misericordia tiene dos aspectos: es dar, ayudar, servir a los otros, y también perdonar, comprender» (GE, 80). Vivir en la misericordia, dar y perdonar, es ser reflejo. en cierto modo. de la perfección de Dios, el dador de todo bien, el que es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad y amor, de tal manera que la perfección del discípulo consiste en ser misericordioso como el Padre lo es (cfr. Lc 6, 36-38). La misericordia se manifestará de muchas formas, pero el Señor nos dice: No juzguéis, no condenéis, perdonad, dad; si así lo hacéis os verterán una medida colmada, rebosante. San Lucas recogerá estas palabras del Señor: «Con la medida con que con que midiereis, se os medirá a vosotros» (Lc 6, 38).
El ejemplo de Jesús y su palabra nos provoca a no ser vengativos, a perdonar setenta veces siete, es decir, siempre. El papa nos dice que «somos un ejército de perdonados» (GE, 82). En una ocasión el papa Francisco se presentó como un hombre pecador, a quien el Señor le ha perdonado. Y nosotros, si somos sinceros y humildes -humildad es andar en verdad, decía la Santa de Ávila-, tendremos que confesar lo mismo, porque «si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto» (Salmo 130, 7-8).
Buscar la justicia con hambre y sed, mirar y actuar con misericordia, esto es ser santos.
+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia