“Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”

El día 14, Miércoles de Ceniza, comenzó la Cuaresma. La Cuaresma se ha entendido muchas veces mal, como tiempo de tristeza, de ponerse tristes después de los carnavales, de privaciones... Todas estas visiones están y son distorsionadas. La Cuaresma no es triste.

¿Acaso los preparativos de las fiestas, tanto externos como internos, son tristes? La Cuaresma no es tiempo de privaciones de alimentos, de carne, porque sí. ¿No es verdad que después de las navidades muchas personas inician tratamientos, con mejor o peor éxito, para ponerse a tono, para cuidar no sólo la línea, sino la salud? No toda privación es negativa ni muchos menos.

La Cuaresma es un tiempo de cuarenta días en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar y vivir la Pascua; es un tiempo el que podemos y debemos cultivar interior y exteriormente la conversión para tener vida plena, la vida en abundancia. Es un símbolo de lo que tenemos que hacer siempre, desde que somos niños hasta que, cargados de años, nos llegue el atardecer de la existencia: ser hombres nuevos con la novedad de la vida nueva de Cristo que se nos ha regalado en el Bautismo. La Cuaresma nos llama a ser hombres y mujeres nuevos, dispuestos a renovar y transformar desde dentro la convivencia humana y lo que la sustenta, «los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad» (cfr. Pablo VI, EN, 19) que están en contraste con el Evangelio y con los anhelos profundos de los hombres, particularmente de los pobres y los humildes. No podemos olvidar que no habrá humanidad nueva sin hombres y mujeres nuevos, por eso tenemos que aprovechar este tiempo para realizar más intensamente nuestra tarea permanente: convertirnos cada uno a Jesucristo, nacido en Belén, servidor de la voluntad de Dios Padre, entregado por amor a todos los hombres, a la muerte y muerte de cruz, resucitado, victorioso del mal y de la muerte y dador del Espíritu.

Cada año el Papa nos ofrece un mensaje. El de este año se titula: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24, 12). Estas palabras de Jesús, lo explica el papa, son la respuesta a una pregunta de los discípulos; Jesús anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad: «frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio».

Los falsos profetas actúan como “encantadores de serpientes”, se aprovechan de las emociones humanas de búsqueda del placer momentáneo como si fuera la felicidad, la ilusión del dinero que nos hace esclavos y de la autosuficiencia que nos lleva a la soledad. Otros, “charlatanes” -los llama el papa- ofrecen remedios inútiles, sobre todo a los jóvenes, como la droga, las relaciones de “usar y tirar”, las ganancias fáciles pero deshonestas, la vida virtual que resulta frustrante. Estos profetas estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor, sino que nos quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. «Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien».

¿Cómo anda nuestro amor? ¿Se va apagando, se enfría? Las señales para detectar cómo andamos de caridad es la avidez de dinero, el rechazo de Dios dándole la espalda o viviendo indiferente ante Él. Otra señal es ver a los otros como enemigos, porque lleva a la violencia contra aquellos que consideramos una amenaza, como «el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no responde a nuestras expectativas».

El papa Francisco nos invita a mirar a la creación, testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad. Estamos envenenando la tierra con los desechos arrojados por negligencia o interés, llenando los mares de cadáveres de náufragos y los cielos que hacen llover instrumentos de muerte.

La caridad se enfría también en nuestras comunidades y cuyos síntomas son la acédia egoísta -el no comprometernos, el déjame estar, la insatisfacción con todo y todos, el eternamente sin esperanza y triste-, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y entablar continuas guerras contra los hermanos, la mentalidad mundana que nos lleva a preocuparnos sólo de lo aparente, de la imagen, y la disminución o pérdida del entusiasmo de compartir con los cercanos o lejanos la alegría del Evangelio, “la alegría de creer y crear en esta tierra de Palencia”, “contigo, con otros, con pasión”.

Os invito a comenzar la cuaresma preguntándonos sinceramente, tanto personal como comunitariamente, si nos afecta la maldad, si se nos enfría la caridad. Tenemos que ver si nuestra vida es como la ceniza. El Domingo de Pascua podemos ver cómo en nuestra tierra, llena de “ceniza”, puede resurgir la vida nueva con la “lluvia fecunda” que nos viene de Dios por la fe bautismal.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia