Es de todos conocido que en mayo será abierta la Exposición titulada Mons Dei, la Montaña o el Monte de Dios, en Aguilar de Campoo. El título está muy bien escogido por doble razón: una teológica, por lo que significa el Monte o la Montaña en las distintas religiones y, particularmente, en la cristiana; la otra es geográfica, porque en Aguilar, cuyo nombre viene de águilas y ellas andan por las montañas y vuelan por las alturas, tenemos entrada a la montaña palentina.
El título de este artículo alude también a un libro de San Juan de la Cruz, carmelita descalzo, nacido en Fontiveros (Ávila), en 1542, muerto en Úbeda (Jaén), en 1591. Una de sus obras es “Subida al Monte Carmelo”. No se trata de una guía de montaña al uso para subir el Monte Carmelo, sino que trata de «cómo podrá un alma disponerse en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sean desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual, y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual requiere para la divina unión» (Introducción a la Subida del Monte Carmelo).
¿Cómo alcanzar a Jesucristo, «el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre, por su presencia, se humilló obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz»? ¿Cómo subir a Jesucristo, a quien «Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2, 2-11).
Para subir a una montaña, lo saben bien los montañeros, se necesitan muchas cosas: dejarse cautivar por ella, por su belleza y altura; tomar la decisión personal de alcanzar la cumbre; buscar compañeros de subida, llevar ropa y calzado adecuado, no olvidarse de la comida y la bebida, un chubasquero, etc., en la mochila, llevar una brújula y un mapa donde se describan las rutas de ascenso y descenso, la tienda de campaña y los albergues; contar con vehículos de aproximación a la base, etc.
Pues algo así necesitamos para subir a Jesucristo. Él es nuestro Monte de Dios, la plenitud del Hombre y la humanidad. Nadie podrá decir que no puede acercarse a él, cuando Él ha salido a nuestro encuentro, cuando Él mismo se ha hecho Camino para llegar a la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Necesitamos seguir sus huellas, las de Jesús hombre, para llegar a compartir su vida, su gloria, para ser en verdad, no solo de nombre, hijos de Dios, sus hermanos y hermanos de todos los hombres.
Primero necesitamos conocerle algo, aunque sea de oídas, bien directamente o a través de testigos que nos hablen con su vida y su palabra de la existencia real, de su belleza y bondad, de su doctrina y mensaje. Puede ser que las primeras noticias nos lleguen del entorno familiar, de nuestros mayores, de la cultura española y europea con sus múltiples obras de arte o los medios de comunicación, antiguos, nuevos, y se despierte algo nuestro interés, que por dentro resuene algo, y broten las ganas de conocerlo personalmente más y mejor.
Después, como los discípulos primeros, dejarnos mirar y amar por Él; Él nos conoce antes, nos ama antes, quiere acercarse a nosotros antes que nosotros lo hayamos deseado, Posteriormente tenemos que tomar la decisión de ponernos en camino y asumiendo las posibles dificultades porque hemos descubierto que merece la pena.
Necesitamos de otros compañeros y amigos, la comunidad cristiana, que nos ayuden compartiendo las alegrías y las penas del camino, que nos alienten a no desertar ante las dificultades. Necesitamos una guía de la ruta y una lámpara para la noche, la Palabra de Dios, especialmente los Evangelios, y unos guías que nos acompañen, vayan delante de nosotros dejándonos sus huellas fraternas para no equivocarnos o, lo que sería peor, perdernos o despeñarnos.
Precisamos del alimento de su Palabra, los sacramentos, particularmente la Eucaristía; también del calor de la comunidad fraterna. Todo ello en el albergue o la tienda de campaña que es la Iglesia.
Necesitamos como calzado, la fe, como vestimenta la humildad, la paciencia y la esperanza. Y todo ello envuelto en el aire de Dios, el Espíritu Santo, nuestro guía interior, que nos da amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí (Gal 5, 22-23).
Después de haber gozado de la belleza de la montaña, de Cristo, hay que bajar al valle, a la vida ordinaria, con sus gozos y esperanzas, sus angustias y tristezas, sus luces y sus sombras, pero con la luz de la montaña, los pulmones limpios, las fuerzas renovadas, las amistades reanudadas, dando testimonio de lo que hemos oído y visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del que es la Vida, para que entren en comunión con nosotros y con Dios Padre y su gozo, como el nuestro, sea completo.
+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia