+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia.
El papa Francisco, hablando de la santidad, se refiere a cinco expresiones o notas sobre el estilo de vida cristiano, que es el estilo de una vida de una santa. Estas cinco expresiones deben marcar hoy la vida espiritual de todo cristiano, laicos, miembros de vida consagrada, sacerdotes y obispos, porque son cinco referencias fundamentales al estilo de Jesucristo, el Señor. Otros podrán señalar otras, pero estas son fundamentales.
No son notas raras, sino concreciones actualizadas del amor a Dios a al prójimo.
La primera de estas grandes notas es «estar firme en torno a Dios que ama y nos sostiene» (GE, 112). Es el amor a Dios la roca firme, no la arena, sobre la que tenemos que edificar nuestra casa (cfr. Mt 7, 24, 27), nuestra casa de la vida personal, familiar, comunitaria y social y política. Sobre esta base, sobre esta roca, sobre esta fe y experiencia, ya pueden venir persecuciones, contrariedad, sacudidas, agresiones, infidelidades y defectos. Esta es base firme. No hay otra realidad sobre la que construir el proyecto humano, la paz, la justicia, la convivencia, el futuro temporal y eterno, la felicidad. No sobre la arena, denomínese como se quiera: el mercado, la política, la violencia, la ideología, la fama, el placer, etc. Todo lo demás serán medios e instrumentos que tendrán un valor relativo, en tanto en cuanto, pero no fines. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros» (Rom 8, 31). Por eso es necesario en esta hora y en todas aguantar en la tribulación, paciencia en la espera, como la del labrador, y mansedumbre, no devolver mal por mal, sino vencer al mal con el bien, desterrar la amargura, la ira, los enfados y toda maldad (cfr. Ef 4, 31). Esto implica control, dominio de sí, tanto en las palabras como en los sentimientos y en las acciones. Para conseguirlo nunca dejemos la oración humilde, porque orar es edificar sobre la roca, abrirnos al Espíritu Santo, es el auxilio que nos viene del Señor, el que hizo fuerte y hace fuerte a los mártires.
La segunda es «vivir con alegría y sentido del humor» (GE, 122). Estar cimentados en el amor del Dios no nos debe hacer tontos, apocados, timoratos, tristones, melancólicos, ni ser y hacer como el avestruz que dicen que, cuando se ve atacada, mete la cabeza en la tierra o debajo del ala para no ver. No. Sin dejar de pisar tierra, tenemos que ser realista; teniendo los ojos y los ojos de la cara, de la mente y del corazón abiertos, debemos vivir alegres y esperanzados. Debemos vivir la alegría de sabernos amados, acogidos y acompañados siempre, también perdonados. San Pablo decía: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Fil 4, 4). Si tenemos tiempo no dejemos de releer una carta preciosa del Beato Pablo VI titulada “Gaudete en Dómino” -alegraos siempre-; es de hace años, pero no ha perdido ni perderá actualidad. Alguno me dirá: y en dolor, la cruz ¿cómo estar alegre? Estar alegre no es estar riendo, ni de juerga todo el día, ni practicar la risoterapia; pero un rayo de la luz viene a iluminar todas las cosas en medio de la noche cuando sabernos amados.
También viene bien un poco de humor, de relativizar nuestras personas y situaciones. Santo Tomás Moro, en la Torre de Londres, se lo pedía al Señor con algo de llevarse al estómago para mantener la salud del cuerpo. El mal humor no es signo de santidad. Viene bien de reírse de las situaciones, de sí mismo, y si nos reímos con los demás honestamente mucho mejor. La risa, expresión de alegría, nos debe llevar a alegrarnos siempre del bien de los otros.
La tercera clave que nos propone el papa es la «parresía», palabra griega que significa valentía, audacia y fervor. Implica ser valientes, no tener miedo, ser entusiastas, ser libres, tener fervor apostólico, no ser cobardes, ni quejicas que siempre se están quejando, no hacer como el capitán Araña que anima a los demás a echarse al agua y él no se moja porque se queda a bordo. Es dejarse llevar por el empuje, la fuerza del Espíritu Santo que es como un viento recio. No podemos caer en la tentación de huir, escaparnos o encerrarnos, de evadirnos a un pretendido lugar, aunque sea el cielo, para refugiarnos en leyes, normas, nostalgias, en el tiempo pasado, en sueños. En las dificultades, como dice el papa, hemos de recordar que Dios no tiene miedo, que Jesús fue prudente, pero no cobarde, sino valiente, con respeto eso sí, pero con audacia y fervor. No podemos tirar la toalla ante las dificultades, porque Dios está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Cfr. Mt 28, 20). Ejemplo de esto nos dan todos los mártires, tanto del pasado como del presente. También «tantos sacerdotes, religiosos y laicos que se dedican a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad. Su testimonio nos recuerda que la iglesia no necesita tantos burócratas sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante» (GE, 138), aunque sea verano y haga mucho calor.
El próximo día presentaré las otras dos: “vivir en comunidad fraterna” y “la oración constante”.