+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Nuestra tierra palentina es tierra de María. A lo largo y a lo ancho de nuestra geografía diocesana y a lo largo de los meses nuestro pueblo da gracias a Dios por el regalo de Santa María, mira, honra, e invoca a Santísima Virgen en diversidad de advocaciones, todas entrañadas y entrañables.
Pero, quizás, el mes de septiembre es el mes en el que más pueblos celebran a la Virgen. El 8, fiesta de la Natividad de Ntra. Sra., tiene fiesta en Ampudia, en Paredes de Nava, en Meneses, en Saldaña, en Frómista, etc.; el 10, Aguilar se celebra a su patrona, la Virgen de Llano; el 21, se celebra la Virgen del Brezo y la Virgen de Valdesalce; el último domingo, la Virgen del Rebollar...
El pueblo de Dios tiene un sentido espiritual especial, el sentido de la fe, para fijar su mirada y su corazón en María, la Madre de Dios y Madre de los hombres, el miembro eminente de la comunidad creyente que tiene a Jesucristo por Cabeza, Pastor, Maestro y Esposo; ella es figura e imagen de lo que la Iglesia es y espera ser en orden a la fe, el amor y la unión perfecta con Jesucristo.
El papa Francisco, al final de la Exhortación “Gaudete et Exultate” -alegraos y regocijaos- sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, la presenta como la Santa entre los Santos. Dice: «Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas. Ella es la que se estremecía de gozo en presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa ente todos los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella la que no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: “Dios te salve, María...”» (GE, 176). No dice más, pero lo dice todo. Os invito a profundizar en la santidad de María.
María es la mujer que se abre a Dios, a su gracia y voluntad en la Anunciación. Es la creyente, que, aunque no comprende porque le excede el anuncio del ángel, dice: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Es la nueva Eva, mujer del sí, que, obedeciendo humildemente y luchando, nos da la Vida, Jesucristo, vencedor del mal y la muerte.
María es la mujer fecunda, la madre, siempre unida a su Hijo. Le concibió en su seno por obra del Espíritu Santo; le llevó nueve meses en su vientre con su cariño, entrega, amor, gozo y dolor, unida biológicamente y en la fe. Vivió siempre unida al Hijo hasta la muerte y hoy comparte su gloria. Una comunión que se expresó en escuchar la Palabra de Dios, a Jesús, su Hijo y Maestro, ser discípula que aprende, medita, y pone siempre por obra todo lo que salía de sus labios, en la alegría y en la pena, en la salud y la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, en la vida y en la muerte.
María es la mujer y madre que comparte lo que Dios ha hecho en ella por las montañas y tierras de Galilea, Samaría y Judea; ella es la misionera, la precursora; lleva la alegría del Señor a la casa de Isabel (Lc 1, 41-45). Ella muestra a los pastores y a los magos al Hijo de su amor para su alegría y gozo.
María es la creyente, discípula misionera, que, sintiéndose agraciada y bendecida, bendice y alaba al Señor por su gran misericordia, porque se ha fijado en su pequeñez y humildad, y ha hecho obras maravillosas en y por medio de ella, porque está siempre a favor de los humildes, hambrientos.
María es la mujer de la caridad, que, viendo con sensibilidad e intuición femenina la necesidad de los novios de Caná de Galilea, comparte la alegría del amor y la compasión, consigue el Vino Nuevo que hace de la vida una fiesta (Jn 2, 1-11).
María es la mujer fuerte, la madre de la esperanza, que permanece en pie junto a la cruz, entregando al Hijo y entregándose con el Hijo, confiando en las promesas de Dios y dilatando sus entrañas maternales para acoger a los hermanos de su Hijo, a todos, y cuidar de todos (Jn 19, 26-27).
María es la mujer que vive el seguimiento de su Hijo, el único Salvador, en la comunidad cristiana (Hech.1, 14). Allí está, allí acompaña, allí ora, allí espera, allí acoge las súplicas y alabanzas.
Santa María, la Toda santa: tú eres la bendita entre todas las mujeres; tú eres la feliz porque has creído; tú, la dichosa que escucha y pone por obra la palabra; tú, la pobre de espíritu, la humilde y mansa de corazón, la madre del consuelo, la que tiene hambre y sed de justicia, la reina de la misericordia, la limpia y pura de corazón, la reina de la paz, la perseguida por causa de la justicia; tú, la asunta que estás ya en el Reino de los Cielos; tú, vida, dulzura y esperanza. Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Ruega por nosotros Santa Madre de Dios para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Amén.