+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Pero bueno, este Pedro González, ¿es santo o es beato? Es beato, no ha sido canonizado oficialmente por la Iglesia; es aclamado así por la Diócesis de Tuy-Vigo, por otros muchos pueblos de las costas de España, Portugal y América y, especialmente, por la comunidad cristiana de Frómista que le tiene por patrono y al que en los Gozos se dirige así:
Ruega, pues, al Ser Supremo
Ya que te llamó hacia Sí,
que los que en el mundo estamos
Te imitemos desde aquí.
¿Quién fue? Pedro nació en Frómista el 9 de marzo de 1190. Parece ser que era de familia distinguida, pero su mayor título lo recibió en el bautismo cuando fue hecho hijo de Dios. No tenía sangre azul, pero fue bañado en agua divina. Estudió en Palencia y fue ordenado sacerdote. Tenía un tío obispo de Palencia, Arderico, y le concedió una canonjía, e incluso fue nombrado Deán, es decir Decano, sin tener los requisitos exigidos entonces. Narra la historia, que, al ir a tomar posesión de su condición de Deán por la calle Mayor Antigua, camino de la Catedral de san Antolín, a lomos de un caballo ricamente enjaezado, el caballo dio un traspiés y el “caballero deán” cayó al suelo embarrado, embarrando sus ricas vestiduras, provocando risas, burlas y chistes de los que contemplaban el desfile. Profundamente humillado, no siguió a la Catedral, sino que tomó el camino del Convento de San Pablo, de los Padres Dominicos, viviendo como un fraile más el carisma de Santo Domingo de Guzmán, consistente fundamentalmente en la contemplación de Dios, el estudio y la predicación, desde la comunidad y practicando la pobreza, la castidad y la obediencia. Santo Domingo o hablaba a Dios o hablaba de Dios. Y eso es lo que hizo también Pedro González: orar y contemplar para después predicar la Palabra de Dios al pueblo. San Fernando III, rey de Castilla y León, tuvo conocimiento de los carismas con que Dios había enriquecido a Pedro y le llamó a la corte, acompañando al rey como confesor y predicador en la conquista de Córdoba y Sevilla. Al regresar de las campañas fue enviado a predicar a Galicia y el norte de Portugal. Su predicación iba acompañada de milagros, especialmente en favor de los hombres de la mar.
Fue nombrado prior del convento dominico de Gumaräes. A los sesenta y poco de años se retiró a Tuy, y en el 1246, en una peregrinación a la tumba del Apóstol Santiago, cayó enfermo y falleció. Con fama de santidad fue enterrado en la catedral de Tuy. Ya en 1258 se habla de 180 milagros realizados por el Señor, por la intercesión de Pedro. En el año 1741 el papa le reconoció beato. Los marineros, navegantes y pescadores le han invocado como patrón a lo largo de los siglos, y hay un fenómeno marino que lleva su nombre: “el fuego de San Telmo”, que consiste en ráfagas luminosas, fruto de descargas eléctricas en los mástiles de los barcos que se dan en las fuertes tormentas eléctricas y que entonces era visto como un buen augurio.
Considero que de su vida podemos sacer dos lecciones: la primera: la vanidad de tantas cosas en las que ponemos nuestro corazón o nuestra mirada como pueden ser la ostentación de las riquezas, de los honores, títulos y cargos cuando lo que importa es el amor que sirve a la comunidad, al bien común, al bien de los hermanos, especialmente al de los más indefensos y pobres, entre ellos la mayor parte de las gentes del mar como los pescadores de bajura.
Otra segunda: practicar nosotros como lo hacía el Beato Pedro González la oración, la meditación y el estudio de la Palabra de Dios y anunciarla a los demás como obras y palabras. Dicho a la manera del papa Francisco, “ser discípulos misioneros”, que anuncian que Dios es amor y que así se nos ha manifestado en Cristo y porque nos sentimos amados y lo anunciamos para que otros compartan nuestra alegría.
Oremos con la oración litúrgica del día de su fiesta el 15 de abril: “Señor, tú que has hecho crecer a la Iglesia mediante el celo y los trabajos apostólicos del bienaventurado Pedro, haz, por intercesión, que tu pueblo crezca siempre en la fe y santidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.