Homilía de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA, obispo de Palencia, en la Fiesta de San Antolín. En la Catedral de Palencia el 2 de septiembre de 2021.
Este año estamos de fiesta en la catedral. Celebramos el 7º Centenario de la Primera Piedra de nuestra Catedral. Este templo, hermoso, lleno de historia y de arte, ha sido levantado por la comunidad diocesana de Palencia como casa de Dios y casa de toda la familia cristiana. Casa de Dios, no tanto por las piedras y las obras de arte que atesora, porque Dios no necesita templos de piedra ni ladrillos, sino por las piedras vivas de los creyentes a lo largo de los siglos, corazones de creyentes en los que habitar.
El templo material está firme para recordarnos que somos Iglesia y que tenemos que ser Iglesia hoy, abierta, en salida, Iglesia de discípulos y misioneros que viva su fe y la proclame. “Miremos este edificio desde la fe; esta no se dedica a mirar la hermosura de los elementos, sino la gran hermosura del hombre interior de la que proceden estas obras de amor” (San Agustín. Sermón 337.1)
Hoy es día de alabar a Dios, que en Cristo se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo; que a lo largo de los siglos ha estado con nosotros, por eso estamos alegres. Nos ha acompañado con su gracia, su amor, con su palabra y los signos de la fe.
Hoy es día de alabar y dar gracias por los que nos han precedido en la fe y nos la han transmitido con su palabra, con su testimonio plasmado en obras de caridad, de atención y servicio y de arte, al Pueblo palentino.
Pero alguno me dirá: “Sí, de acuerdo, pero este templo está dedicado a San Antolín”. ¿Qué quiere decir esto?
Quiere decir que aquí la comunidad cristiana guarda especial memoria de san Antolín; no porque él fuera palentino, que no lo era. Era, según las distintas fuentes, de Siria o Pamiers, en Francia, vivió en los siglos V y VI y fue ejecutado según la leyenda por no abrazar el arrianismo. Su memoria y su vinculación con Palencia se remonta al tiempo del rey Wamba, que desde Narbona, trajo las reliquias del santo y al rey Sancho III el Mayor que edificó lo que hoy es la cripta.
La iglesia le dedica un templo “para amonestar a nuestras mentes para que pensemos en la vida de aquel cuyas cenizas están aquí y presentárnoslo como modelo y referencia para nuestra vida cristiana” (San Agustín). ¿Por qué? Por ser un ejemplo de fe, de creyente, de miembro de la Iglesia que peregrina en el mundo y tiene que dar testimonio fiel de su Señor.
Antolín creyó en Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, se sintió amado incondicionalmente por Él, y se adhirió con todo su ser, su mente, su alma, a su corazón a él. Jesús fue para él el amigo, el hermano, el mediador, el salvador, el Señor, el que le amaba siempre, en las alegrías, en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte. Como respuesta al amor de Jesús se entregó a Él también de manera incondicional, siguiendo al Señor con sinceridad, teniendo su palabra como faro y luz para su vida, hasta entregar su vida en defensa de su fe en Jesús.
Su amor a Jesús lo supo concretar no sólo en la muerte, sino antes en morir a sí mismo, al individualismo, al egoísmo y darse, entregarse fielmente a Cristo presente en los más pobres y necesitados en el servicio desinteresado y humilde. Como diácono, que significa servidor, imitando al Señor que vino no a ser servido sino a servir y dar la vida por todos, amigos y enemigos, el que lavó los pies a los discípulos.
Seamos, hermanos, nosotros, un templo de Dios, en el que Dios habite en nuestros corazones y en nuestras vidas y comunidades. Creamos en el amor de Jesús, el que nos amó primero, permanezcamos en su amor, alimentemos nuestro amor a Él unidos a los demás hermanos y hermanas en la oración, en la escucha de la palabra, en las celebraciones, en la vida comunitaria. Concretemos nuestro amor al Señor con nuestro servicio a los más desfavorecidos y descartados de la sociedad y del mundo entero, como nos dice el Papa una y otra vez... todavía ayer, día 1, en unas declaraciones a la COPE, porque para el amor no hay fronteras.
Hagámoslo ahora, en este tiempo en el que la pandemia sigue haciendo estragos, en el que sube el precio de la luz y muchas familias se ven afectadas por el paro, la soledad. En este tiempo en el que entre todos tenemos que buscar la reconciliación y juntos construir el futuro en justicia, igualdad, en paz, en verdad, en fraternidad desde el amor.
La Diócesis nos propone que en este curso pastoral que estamos comenzando vayamos tejiendo la vida, un tiempo nuevo, en el que movidos por el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, miremos más a Jesús y desde Él el sentido de la vida y de los acontecimientos de nuestra sociedad. Cultivando el silencio y la oración, en la escucha cordial de su evangelio, reservando espacios para encontrarnos con Él, en los hermanos. Acompañándonos los unos a los otros, caminando juntos, en sinodalidad. Construyendo una sociedad de hermanos, como nos indica el papa Francisco, en la que las personas sean reconocidas en sus derechos y la casa común, la naturaleza sea respetada y custodiada.
Celebrar la Eucaristía es hacer memoria de la muerte de Cristo y anuncio de su gloriosa resurrección, la que imitó san Antolín con la esperanza de la resurrección y gloria. Que nosotros, comulguemos con Cristo y con la Iglesia como san Antolín y que él interceda por nosotros.