Homilía en la Acción de Gracias - Homenaje a D. Antonio Gómez Cantero

1. Queridos hermanos y hermanas: un cordial y fraterno saludo a todos. Permitidme que salude especialmente a los Sres. Obispos presentes: a D. Javier Del Río, Obispo de Tarija en Bolivia, hijo de esta iglesia Diocesana de Palencia, y a D. Mariano Moreno, agustino, Obispo Emérito de Cafayate, en Argentina y residente en esta Diócesis de Palencia. Un especial saludo a todo el presbiterio diocesano, al Cabildo Catedral, al Diácono, a los sacerdotes, a los miembros de vida consagrada y a todos vosotros, hermanos y hermanas laicos, piedras vivas de esta iglesia Diocesana de Palencia. Un saludo agradecido al director y a todos los miembros del coro, al organista, a los acólitos, lectores y a las religiosas y a todo el personal que sirve en la catedral.

2. Nos reunimos en esta mañana de sábado fundamentalmente para dar gracias a Dios Padre, por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Siempre debemos hacerlo, porque como decimos y confesamos en el prefacio de cada Eucaristía «es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro». Pero hoy, unimos con justicia a nuestra acción de gracias, la persona y obra de D. Antonio Gómez Cantero, miembro sacerdote de esta Iglesia, que ha sido elegido para ser obispo y pastor de la Iglesia de Teruel y Albarracín.

Estamos en el tiempo de Navidad y Epifanía que nos invita a celebrar que el Verbo, se hizo carne; que el niño nacido en Belén de María Virgen, cuidado por san José, cantado por los ángeles y adorado por los pastores y los magos, es el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor, el Salvador de todos los hombres y pueblos. Que es el Dios con nosotros para revelarnos que Dios es amor, es cariño, ternura eterna e inmensa misericordia para cada ser humano, particularmente para los últimos , los desfavorecidos, todos los que sufren y los excluidos del mundo. ¿Cómo no darle gracias de todo corazón cuando nos ha iluminado con su luz, se ha fijado en nosotros, nos ha dado vida, se ha hecho nuestro hermano y nos ha hecho hijos del Padre eterno? ¿Cómo no cantarle de todo corazón y darle gracias como corresponde a bien nacidos? ¿Cómo no alabarle, bendecirle cuando nos ha hecho por pura gracia miembros de su cuerpo, la Iglesia, y nos dirige su Palabra, nos alimenta con su Cuerpo y Sangre y nos comunica su Santo Espíritu para que vivamos en su amor?

3. Pero, hermanos, el cristiano no puede sentirse sólo honrado, elevado, agraciado por Dios en Cristo; debemos entregarnos a Aquel que no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que al contrario, se rebajó hasta hacerse uno de tantos e incluso morir por nosotros y resucitar para nosotros. Debemos corresponder porque amor con amor se paga. Así lo pedíamos en la oración primera de nuestra asamblea: «Tú que nos has hecho renacer a una vida nueva por medio de tu Hijo, concédenos que la gracia nos modele a imagen de Cristo en quien nuestra naturaleza mortal se une a tu naturaleza divina».

Y ¿cómo modelarnos a imagen de Cristo? La Palabra de Dios que nos ha sido ofrecida y regalada nos señala qué aspectos de nuestra existencia personal y comunitaria debemos trabajar como alfareros, guiados por el Espíritu. La Palabra proclamada en primer lugar nos lo indica: Guardando sus mandamientos y haciendo lo que le agrada. Es decir, creer, confiar, apoyarnos, cimentarnos y permanecer en el nombre de su Hijo Jesucristo y amarnos unos a otros como él nos lo mandó. En definitiva, amando como él nos ha amado. Guardando sus mandamientos, permaneceremos en Dios y Dios en nosotros por medio de su Espíritu. Viendo no en mundanidad, como nos lo recuerda tantas veces el papa Francisco, sino en el amor y desde el amor, con los mismos sentimientos y actitudes de Jesucristo. A veces es difícil, es verdad, porque existen otros planteamientos de vida opuestos a los de Cristo, y por eso tenemos que hacer un ejercicio de discernimiento a su luz, escuchando su voz.

Hoy esta Palabra del Señor en el Evangelio y su gracia nos invitan a salir de nosotros mismos e ir a las calles y casas de nuestros pueblos y ciudades, que son la nueva Galilea de los gentiles, donde se cruzan las culturas, las religiones, las creencias y nos llama a ser discípulos misioneros, convirtiéndonos nosotros primero y llamando a la conversión auténtica, al cambio profundo no cosmético de valores, anunciando el Reino, enseñando con alegría y sin petulancia, y curando a todos. Hay tantas dolencias, tantas heridas, tantos aquejados de enfermedades del cuerpo y del alma, tantos paralíticos, tantos que van por la vida desorientados, sin sentido, que como buenos samaritanos, a ejemplo del Buen Samaritano, debemos volcar sobre ellos el bálsamo del amor y de la misericordia.

4. Por todo debemos dar gracias a Dios Padre.

Pero hoy queremos dar gracias a Dios, de forma sentida y cordial, por D. Antonio. Ha sido y es entre nosotros una referencia. Él ha sido iluminado, cautivado por Jesucristo desde el Bautismo en la parroquia de la Asunción de Ntra. Sra. en Quijas, Diócesis de Santander. Allí, por el ministerio de un sacerdote, D. Manuel Díez Castañeda, y a petición de sus padres y padrinos, recibió la gracia de ser hijo del Padre, hermano de Jesucristo y templo del Espíritu y miembro de la familia de los hijos de Dios. Desde entonces Cristo entró en su vida, se hizo el dulce compañero que le acompañaba y hablaba por el camino, también en las noches oscuras, y le hacía arder el corazón, le alimentaba en la fracción del pan, en la Eucaristía y le hacía volver sobre sus pasos para confesar en la comunidad de hermanos: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Toda la vida de D. Antonio ha sido formarse, entregarse y darse a los demás, para modelarse con Cristo y darse a los demás como el pan partido, caliente y tierno de la Eucaristía como hermano, como sacerdote desde el 17 de mayo de 1981 en los diversos campos del ministerio que le han sido encomendados, también como Vicario General y Administrador Diocesano.

Testigo de esto son las parroquias da Carrión de los Condes, tu pueblo, de San Lázaro; los seminaristas, los hermanos sacerdotes para los que siempre has estado abierto y cercano, los miembros de la vida consagrada, los laicos, especialmente los jóvenes y los obispos con los que has colaborado con la acción y el consejo desde la fidelidad, la libertad y el afecto. Yo mismo he tenido la dicha de ser testigo de tu entrega, de ese buen hacer por amor a Cristo y a la Iglesia. También testigos de estos es el Movimiento Internacional de Apostolado con Niños- el MIDADEN al que te entregaste de cuerpo y alma.

Hoy, D. Antonio, unos días antes de que recibas el Espíritu Santo por la imposición de manos para que seas Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia de Teruel y Albarracín, reconocemos con gratitud tu entrega, tus desvelos, tus sufrimientos y amores por esta Iglesia de Palencia, que es tuya, y por ti y contigo damos gracias a Dios. Sabemos que abandonas ahora, como Jesús tu Nazaret, es decir, tu Palencia y nuestra Palencia querida, para ir a tu Cafarnaún de Teruel y Albarracín, y recorrer aquellas tierras hermanas aragonesas para llevar la luz que brilla y hace arder el corazón y que no tiene ocaso, Cristo Jesús, su evangelio, su presencia haciendo camino como Jesús con los de Emaús, y con la ayuda maternal de la Virgen del Pilar.

Perdónanos, D. Antonio, si en alguna ocasión te hemos dado disgustos, no te hemos comprendido y te hemos hecho sufrir.

Estate seguro de que te acompañaremos siempre con nuestra oración y nuestra gratitud. No te olvidaremos, como también estamos seguros de que tú no nos olvidarás ante el Señor. Solamente, para terminar, permíteme decirte ánimo y adelante, fortaleza y valentía. Como te decía hace poco el papa Francisco, “que te diviertas, que los problemas los tomes con soda y que seas tú mismo”. Sigue siendo artista, enamorado de la belleza, sacerdote abierto que acompaña el camino de todos y reescribe y revive el pasaje de Emaús.

Que San Antolín, San Rafael Arnáiz, San Manuel, San Zoilo, San Lázaro y la Virgen de Belén te acompañen siempre. Muchas gracias, Antonio, que Dios te siga acompañando y bendiciendo en tu camino.