Homilía en la Fiesta de San Rafael Arnáiz y Ordenación Presbiteral de Dom. José Antonio Gimeno

Queridos hermanos y hermanas:

1. «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien».

Siempre tenemos motivos para dar gracias a Dios. Todos los días nos unimos a Jesucristo en esta acción de gracias al Abba, al Padre, movidos por el Espíritu Santo porque nos ha revelado su amor creador y redentor, su plan de salvación, su cercanía, su confianza, su ternura y misericordia en Jesucristo. De manera especial en el domingo, día del Señor Resucitado y de los resucitados, celebrando la Eucaristía, memorial perpetuo de su muerte y proclamación gozosa de su resurrección hasta su última venida en gloria.

Hoy, los aquí reunidos, tenemos dos motivos particulares:

La fiesta de San Rafael, del Hno. Rafael, y la Ordenación Presbiteral del Hermano José Antonio María.

2. ¿Qué tiene san Rafael, su vida y escritos, esta Abadía que guarda su sepulcro y su memoria para atraer a tantos, jóvenes y mayores?No soy especialista en la vida y escritos del Hno. Rafael, pero yo creo que es el buen olor, el perfume de Cristo que él nos transmite. En San Rafael se cumple la Palabra de Dios proclamada. Dios le llenó de sus dones: le dio la vida, una familia creyente, la fe, un carácter jovial, con fina ironía, con gracia natural, un alma de artista, la vocación trapense y sus limitaciones físicas. Para él lo más importante era Dios: Sólo Dios, solo Dios, Cristo y la cruz de Cristo. Toda su vida fue una respuesta desde el amor entregado y crucificado, al amor crucificado de Cristo. Para él, como para San Pablo, todo era pérdida comparado con el negocio de su vida: ser alcanzado por el amor de Jesucristo; por él todo lo perdió para conocer la fuerza de su resurrección. Lo hizo viviendo en comunión con Cristo, en sus padecimientos; lo hizo corriendo hasta la meta hasta alcanzar el premio por el camino de la sencillez por fuera y del amor por dentro, como decía él, con confianza y un corazón libre puesto en el Señor. Se hizo como niño, confiando en Dios como un niño en brazos de su madre. Lo hizo en esta comunidad, ayudado por sus hermanos. Asumió el yugo del Señor y la carga ligera del evangelio desde la vida trapense, en silencio y soledad; buscó siempre al Señor no por caminos complicados de la grandiosidad, ni por caminos retorcidos, de aguda filosofía, sino el camino de la sencillez y el amor y con la confianza puesta en Dios y en la Virgen María. Este es el secreto de san Rafael. Dice él: «A medida que nos vamos desprendiendo de tanto amor desordenado a las criaturas, y a nosotros mismos, nos vamos acercando más y más al único amor, al único deseo, al único anhelo de esta vida, a la verdadera santidad que es Dios»(Lectura de la Liturgia de las Horas en el día de su fiesta).

Sigamos el ejemplo de su vida, hermanos todos; contemos con su intercesión para poder compartir la gloria del Resucitado con San Rafael.

3. El segundo motivo de nuestra acción de gracias es la ordenación presbiteral de José Antonio.

Querido José Antonio:

Dios te ha llamado, te ha elegido y te va a consagrar.

Dios te ha llamado a la vida, y a la fe en una familia. Hoy recordamos con gratitud a tus padres, Martín y Cristina, y tus hermanos Bernardo y Martín, y los ausentes presentes en espíritu. ¡Qué importante es la familia, primera iglesia, y la otra familia, la de los hijos de Dios, la Iglesia extendida de oriente a occidente, a la que perteneces desde el Bautismo!; Dios te ha dado unos dones naturales, una inteligencia, unas posibilidades, unas capacidades de relación notables.

Dios te ha elegido. Dentro de tu familia y de la familia de la Iglesia él te ha elegido para ser monje en la Trapa, en la vida cisterciense. En ella llevas unos años. Y en esta vida Dios te ha elegido para ser lector, acólito, y diácono de esta parcela y célula de su Iglesia, de la Iglesia de Palencia, que es tu comunidad, la comunidad de San Isidro de Dueñas. Hoy esta comunidad ha pedido que seas ordenado presbítero y tú has aceptado libre y voluntariamente, porque te sientes amado y quieres corresponder a la voluntad de Dios, a su amor.

Dios te consagra hoy con su Espíritu que te configura con Cristo, Cabeza, Sacerdote, Maestro, Pastor y Esposo de la iglesia.

Él, resucitado y glorioso, quiere estar siempre cerca de los hombres, sus hermanos; quiere que todos experimenten su ternura, misericordia, su vida nueva, su amor; desea que todos se abran a su Buena Noticia, la que él nos revela en sus gestos y palabras, en su vida entregada, que es el amor del misterio último que nos envuelve, el del Padre. Cristo lo ofrece y se ofrece a todos, pero especialmente a los fatigados y sobrecargados, a los heridos de la vida, a los pobres y descartados, a todos los que sufren en su cuerpo o en su espíritu; se ofrece como descanso, como plenitud y dicha plena. No quita nada al hombre, sino todo lo contrario, lo da todo; comparado con él todo es basura y pérdida. Ser discípulo suyo, creer en él, cargar con su yugo, es tomarle como norma de vida para encontrar felicidad eterna, vivir con alegría y esperanza, en definitiva vivir con sentido.

Quiere que tú participes de su Sacerdocio único siendo fiel al Padre y a su voluntad y compasivo con tus hermanos, compartiendo alegrías y penas, Quiere que participes de su condición de Cabeza, siendo y estando a la cabeza de la comunidad cristiana, como Él; Cabeza unida al cuerpo, unido a los otros, para formar el Cristo total. Dentro del Cristo total y unido a los demás, tienes un título de gloria, ser cristiano; para los demás tienes una responsabilidad, la de servir a los hermanos el pan, el perdón y el amor de Dios. Desea el Señor que seas partícipe de su condición de Maestro, portavoz y altavoz de su voz; no de tu doctrina, sino de la suya; desea que seas pastor, presencia del Buen Pastor, que conoces, amas, y das la vida por las ovejas, que sales en busca de la perdida, que la cargas sobre los hombros para que no se canse ni sufra más, aunque tú te canses y sufras; que tengas, como dice el papa Francisco, olor de oveja, que vas delante, en medio y detrás de su pueblo y de los hombres; que seas amigo del Esposo y presencia del mismo en la iglesia, con un amor fiel y fecundo,

Para llevar todo esto a cabo Él cuenta contigo, con tu persona, tal como eres, con tus dones, con tus pecados, con tu buena voluntad de cumplir la suya y servir a los hombres, comenzando por los más próximos, más prójimos, tu comunidad. No temas; te sientes débil, pero él te fortalece y te acompaña con su Espíritu Santo.

Para corresponder a tanta confianza ábrete a Él, como san Rafael. El Hno. Rafael no fue sacerdote, es verdad, porque Dios, no le llamó a serlo; pero él respondió fielmente a lo que Dios le pedía. Sé siempre discípulo en la escuela del único Maestro y condiscípulo en la iglesia. Cultiva la oración, la vida de comunidad, la escucha de la Palabra, la sencillez, la confianza, la devoción a Santa María, la Virgen; sigue el rastro de los santos pastores que han existido y existen en la Iglesia, ábrete a las enseñanzas de los pastores de la iglesia, hoy a las del Papa Francisco. Sé testigo y apóstol. Sé hombre de encuentro, que lleva la luz de la fe (LF), la alegría del Evangelio (EG) y el gozo del amor (AL) a todos. Conociendo al Padre en Jesús, entrando en comunión profunda de vida y destino con Él, entrégalo a los demás con tu entrega. Haz de tu vida una eucaristía, cuerpo entregado, sangre derramada por todos.

Mi gratitud a tus padres. Martín y Cristina, que desde el cielo estarán dando gracias a Dios y gozando por ti y con nosotros; mi enhorabuena a tus hermanos. Bernardo y Martín, y demás y familiares, y a esta comunidad, tu comunidad; mi enhorabuena a la Iglesia de Palencia que hoy ve cómo se incrementa su Presbiterio con un miembro más. Quiera el Señor bendecirnos con más vocaciones a la vida consagrada y al ministerio diaconal y sacerdotal. Mi enhorabuena, José Antonio y mi gratitud para ti. Ora por los que hoy te acompañamos con la oración en los labios, la cercanía fraterna y la alegría en el corazón.Eres el primer diácono a quien impongo mis manos y unjo con el Santo Crisma para que, por mi ministerio y servicio, el Espíritu te configure con Cristo Sacerdote. Cuenta siempre con mi afecto y mi pobre oración; y ora tú por mí, especialmente en la Eucaristía, para que sea fiel servidor del Señor y de la comunidad eclesial.

Te damos gracias, Padre, Señor del Cielo de la Tierra, unidos a Jesucristo en el Espíritu por José Antonio: haz que sea un sacerdote fiel, compasivo y misericordioso. Amén.