Homilía en la Eucaristía de Despedida de los PP. Jesuitas de Palencia

“Es bueno darte gracias. Señor”. Todas las palabras tienen su significado, arraigado en la historia y en la vida de los hombres y los pueblos. Entre ellas podemos contar: amor, fe, esperanza, paz, verdad, bondad, misericordia, fidelidad, justicia, vida, fraternidad, gracia, igualdad, eternidad, etc. Pero hay una que no puede caer nunca de nuestros labios y expresar lo que sentimos en nuestro corazón. Es la palabra GRACIAS, que llega a su plenitud en la palabra EUCARISTÍA, ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS PADRE, POR JESUCRISTO REALIZADA EN EL ESPÍRITU SANTO.

Hoy el salmo que hemos recitado (o cantado) nos invita a darle gracias al Señor: ES BUENO DARTE GRACIAS, SEÑOR. Por tu amor, por tu palabra, por la existencia, por ser Dios que nos amas, eres PADRE MISERICORDIOSO, COMPASIVO Y FIEL. Lo hemos oído, visto, palpado en tu Hijo JESUCRISTO, nuestro hermano, de nuestra propia carne y sangre, y lo hemos experimentado en nuestra existencia por el Espíritu Santo que es Señor y dador de vida y que nos hace hijos y hermanos en la comunidad de Iglesia, el Cristo total, y en el mundo. En Verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias, siempre y en todo lugar, Señor Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno por Cristo, Señor nuestro.

Cada uno y todos tenemos que dar tantas gracias a Dios, porque todo es gracia en nuestra vida. Cada uno, con el corazón levantado hacia Dios, debemos nuestra plegaria eucaristía y ser eucaristía.

Hoy la Iglesia de Palencia da gracias a Dios por la Compañía de Jesús, por los años que sus miembros han estado presentes y activos en esta Iglesia peregrina tanto en la ciudad de Palencia como en Carrión de los Condes y Villagarcía de Campos, que perteneció a esta Diócesis hasta 1954.

Pero desde nuestra unión en Cristo también queremos dar las gracias a la misma Compañía en la persona del P. Provincial. Gracias P. Provincial. Damos gracias por los que ya han muerto y descansan en la gloria, y por los que están vivos, particularmente a los que estáis presentes, sacerdotes o no sacerdotes, con el padre Albino a la cabeza.

Gracias por estar, por la presencia; gracias por la acción pastoral a lo largo de tantos años, por lo que habéis sembrado en esta tierra de gente noble y de buena masa, en esta tierra de pan llevar. Gracias por vuestras alegrías, penas, éxitos, fracasos. Sin duda habéis sembrado la semilla del Evangelio desde el carisma de la Compañía, fundada por San Ignacio de Loyola y cuya espiritualidad queda reflejada en los Ejercicios Espirituales y ha dado mucho fruto en los fieles laicos, en los consagrados y en los sacerdotes.

Esta Iglesia también se alegra porque el Señor se ha fijado en ella y de ella han salido jesuitas buenos y santos; recuerdo sólo al Beato Bernardo de Hoyos y al P. Adolfo Nicolás.

Gracias de todo corazón y por todo. La Compañía seguirá siendo parte de nuestra historia; lo que habéis sembrado seguirá dando frutos.

Pero quisiera decir algo más. Los PP. Jesuitas han sembrado. El Evangelio que el Señor nos ha regalado nos habla en dos parábolas de la semilla, de la semilla del Reino, de la semilla del Evangelio.

En la primera narra lo que hace un hombre que echa grano en la tierra, que siembra. Nosotros tenemos que ser ese hombre o mujer que sigue sembrando, aquí o allí, la alegría del Evangelio. Sembrar en la familia, en la escuela, en la parroquia, en la calle, en el bar, en el partido político o sindicato, sembrar siempre, cuando somos jóvenes y cuando arrastramos los pies por la enfermedad o los años. El gran sembrador es el mismo Cristo que se hizo grano de trigo sembrado en la tierra, que muriendo dio muchos fruto. Nosotros somos fruto de su amor entregado y tenemos que seguir sembrando como Él.

Pero sembrar sabiendo que el protagonista es Dios, el Dios del Reino; que Dios es el hace brotar, crecer, florecer y dar fruto. A nosotros nos toca realizar el trabajo con confianza y humildad, fiándonos del proceder sabio de Dios, aunque a veces nos toque el pesimismo por la pobreza del presente.

La segunda parábola, la de grano de mostaza, nos habla de la semilla del Reino que es pequeña, pero echa raíces y tiene una potencialidad en sí misma para crecer, se hace más grande que todas las hortalizas y en sus ramas anidan los pájaros. En la pequeñez del presente está la grandeza del futuro. Tenemos que saber valorar las pequeñas realidades, como Jesús valoraba los dos céntimos de la vida, el vaso de agua fresca dado a un hermano.

El Reino es esa pequeña rama de cedro de la primera lectura. No hay que desanimarse ante la situación de presente en la iglesia, porque somos mayores y menos y siempre los mismos, porque los jóvenes no están presentes, porque existan problemas y pecados, por la incredulidad, por la insignificancia y la debilidad de la Iglesia, y el aparente fracaso de la misma. No hay que perder la confianza y a esperanza y el ocultamiento del poder de Dios en la sociedad y en el mundo. Dios sigue amando al mundo, a los hombres, y sigue confiando en nosotros, en nuestra pequeñez y humildad, como confió en Santo María; Él sigue y seguirá obras grandes en nosotros, en cada uno, y haciendo proezas con su brazo para que su misericordia llegue a todos de generación en generación.

Hermanos: Es bueno dar gracias al Señor. Él es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas a las edades.