Bodas de oro sacerdotales de nuestro obispo

Bodas de oro sacerdotales de nuestro obispo

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En la mañana de ayer la Catedral acogió un momento muy especial. Nuestro obispo, D. Manuel celebraba los 50 años de su ordenación sacerdotal. En sus Bodas de Oro Sacerdotales le acompañaron sus hermanos, Mons. Carlos Osoro, cardenal arzobispo de Madrid, Mons. Javier del Río, obispo emérito de Tarija, el Provincial de los Agustinos, y un grupo de agustinos y sacerdotes diocesanos.

 

HOMILÍA EN LAS BODAS DE ORO SACERDOTALES

 

+Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Hermanos y hermanas, un saludo cordial y fraterno. Os saludo a todos, pero especialmente a mis hermanos los Obispos aquí presentes, D. Carlos y D. Javier, a los Vicarios de la Diócesis, a mis hermanos y amigos agustinos.

Hoy es para mí un día especial. Hoy cumplo cincuenta años de sacerdote. El 12 de julio de 1970, Mons. D. Anastasio Granados, Obispo de Palencia y enterrado en esta capilla, me ordenaba sacerdote de Cristo y de la Iglesia, en la capilla del Colegio san Agustín, de Madrid, y también los hermanos presbíteros, porque uno es sacerdote con los otros y para el servicio del pueblo fiel; juntamente con otro cuatro compañeros, dos han muerto ,os otros dos uno está en la Misión de Cafayate, en Argentina y el otro en San Pablo, Brasil, por la imposición de manos y la plegaria consacratoria.

Doy gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por la confianza que ha depositado en mí., por su gracia y misericordia que me han acompañado todos los días de mi vida; soy débil, pero con él soy fuerte; por mi parte hay miseria, pero he sentido su misericordia. Gracias a Jesucristo, nuestro gran sacerdote, que no sólo ha conferido el honor del sacerdocio a todo su pueblo santo, sino que, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo para que por la imposición de manos, participen de su sagrada misión.

Quiero dar gracias también a todos los que están asociados a mi sacerdocio. Una historia cuajada de nombres y rostros de historia de hermanos y hermanas, que forman parte de mi ser sacerdote. Comenzando por mis padres y hermanos, por la comunidad cristiana de mi pueblo, por las personas que me educaron en la Escuela Apostólica de San Agustín, en el Monasterio de la Vid, en Valladolid, en el Escorial y en los Negrales, por los compañeros y profesores, por las comunidades diocesanas y comunidades agustinas donde he estado, en Palencia, Madrid y Santander, por las personas con las que he desempeñado el ministerio en el Colegio Ntra. Sra. del Buen Consejo, de Madrid, las parroquias de Ntra. Sra. de la Esperanza y Santa Ana, de Moratalaz, Y San Manuel y San Benito, de Madrid, y en el Colegio y parroquia de San Agustín, y en el barrio Pesquero de Santander, y hoy , en Palencia, como Obispo.

Ser sacerdote, en la Iglesia, es ejercer un oficio de amor (San Agustín,) distribuyendo a los hermanos cristianos en nombre de Cristo y como servidor suyo la Palabra, los sacramentos y la caridad del Señor. Es ser heraldo, maestro y apóstol del Evangelio.

A la luz de la Palabra de Dios que hoy nos ha sido regalada, ser sembrador con Cristo y de Cristo, colaborar con él en la siembra de la Buena noticia del Reino de Dios.

De la parábola de Jesús, quisiera destacar varias cosas.

- Que el Sembrador es Dios Padre; que la semilla es Jesús, la mejor semilla.

- Que ha sembrado con abundancia y generosidad, conocedor del suelo, soñando en una buena cosecha; que esta cosecha ha sido es regada con la lluvia y la gracia del Espíritu Santo, el amor.

- Que si estamos aquí es porque hemos acogido como tierra buena su siembra.

- Que tenemos que seguir sembrando. Es la tarea y la misión de la iglesia, de todos, especialmente de los sacerdotes.

- Que habrá dificultades, sufrimientos; sólo la semilla que cae en tierra y muere da mucho fruto.

- Que, quizás a veces, sentimos que sembramos y no nace, ni crece la semilla… y nos desanimamos. Recuerdo lo que decía D. Juan Antonio del Val: nos gustaría agavillar, tener el fruto en nuestras manos…; no nos desanimemos: miremos la semilla y su gran valor.

- Que necesitamos sembradores de la alegría del Evangelio en nuestra iglesia y sociedad y que los tenemos que pedir al Señor.

Termino con una súplica. Orad por mí, por todos los sacerdotes, también por el P. Nicolás (hoy hace 61 años de su ordenación); pedir que sea buena tierra que acoja la palabra, a Jesús, en mi vida, y que le siga fielmente. Que no solo celebre la eucaristía, sino que sea pan de Cristo que fortalece y vino que perdona y alegra siempre.

Que reavive todos los días el carisma que recibí por la imposición de las manos de D. Anastasio; que viva confiando siempre en su misericordia y consciente de mi fragilidad y miseria; que viva como servidor de todos, como hermano: «Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy sacerdote, con vosotros cristiano; aquel es nombre de responsabilidad; este, de gracia. Aquel es de peligro, este de salvación. Por la autoridad somos contados entre los pastores, si somos buenos pastores; por ser cristianos somos también ovejas lo mismo que vosotros» (San Agustín, sermón 407,2). El mismo comentando otro salmo que dice: «Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra», dice: «Él custodia cuando vigiláis. El guarda cuando dormís, pues él durmió una vez en la cruz y ya no duerme. Sed Israel, porque no duerme ni dormita el que guarda a Israel. Ea, hermanos, si queremos ser guardados bajo la sobra de las alas de Dios, seamos Israel. Yo os custodio por el oficio de gobierno; pero quiero ser custodiado con vosotros. Yo soy pastor para vosotros, pero soy oveja con vosotros bajo aquel Pastor. Desde este lugar soy maestro para vosotros, pero soy condiscípulo vuestro en esta escuela bajo aquel único maestro» (Enarr In ps. 126,3).

Con María, y con toda la iglesia, demos gracias a Dios porque ha hecho y hace maravillas en su Iglesia y en el mundo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.