El Domingo de la Palabra de Dios -que este año se celebra el 26 de enero- es una iniciativa profundamente pastoral con la que el Papa Francisco quiere hacer comprender cuán importante es en la vida cotidiana de la Iglesia y de nuestras comunidades la referencia a la Palabra de Dios, una Palabra no encerrada en un libro, sino que permanece siempre viva y se hace signo concreto y tangible.
El lema elegido por el Santo Padre para la edición de 2025, dentro del Año Jubilar, es un versículo del Salmo 119, “Espero en tu Palabra” (Sal 119,74). Se trata de un grito de esperanza: el hombre, en el momento de angustia, de la tribulación, del sin sentido, grita a Dios y pone toda su esperanza en Él.
El Dicasterio para la Evangelización de la Santa Sede nos propone un Subsidio pastoral como una ayuda que se ofrece a las comunidades parroquiales y a cuantos se reúnen para la celebración de la santa Eucaristía dominical, para que este Domingo sea vivido intensamente.
Este Subsidio, presentado por Mons. Rino Fisichella (Pro-Prefecto del Dicasterio para la Evangelización), incluye la reflexión “La Palabra de Dios: fuente de esperanza”, de Dom Mauro-Giuseppe Lepori (Abad General de la Orden Cisterciense) y la Lectio Divina “Espero en tu Palabra” (Sal 119,74) por la profesora Rosalba Manes (profesora de Teología bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma)… incluye unas Propuestas pastorales para este día y el resto del año.
Asimismo, incluye una propuesta de adoración bíblica y un esquema para la celebración eucarística.
PREPARAR EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS
Para vivir activamente el Domingo de la Palabra de Dios es importante que los preparativos se extiendan del nivel espiritual (oración personal y comunitaria) al material (adecuada programación). De hecho, para favorecer el encuentro con Dios en su Palabra, es necesaria una preparación espiritual, pidiendo la apertura del corazón para aquellos a quienes será proclamada la Palabra. En consecuencia, los preparativos para programar la iniciativa implican que se parta de la oración individual y comunitaria. Sugerencias:
• Una semana antes del Domingo de la Palabra de Dios, incluir en la oración de los fieles una intención dedicada a este motivo.
• Prever en la comunidad un momento de Adoración al Santísimo Sacramento que se ofrezca por la celebración del Domingo de la Palabra de Dios.
• Hacer momentos de Catequesis Bíblica.
PARA VIVIR EL DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS
Celebrar la Santa Misa de este Domingo de modo solemne, según la petición del Papa Francisco. En efecto, el lugar privilegiado del encuentro entre la comunidad cristiana y la Palabra de Dios es la celebración eucarística. La Carta Apostólica Aperuit Illis, en el n. 3, presenta algunas sugerencias:
• Será importante que en la celebración eucarística se pueda entronizar el texto sagrado, para hacer evidente a la asamblea el valor normativo que tiene la Palabra de Dios.
• En este domingo, en modo particular, será útil evidenciar su proclamación y adaptar la homilía para resaltar el servicio que se da a la Palabra del Señor.
• Los Obispos podrían en este Domingo, celebrar el rito de la institución del Ministerio de Catequistas y también de Lectorado, para recordar la importancia de la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia.
• Los párrocos podrían valorar la posibilidad de entregar la Biblia, o una parte de ella, a toda la asamblea, para hacer ver la importancia de continuar en la vida cotidiana la lectura, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura, con una particular referencia a la Lectio divina.
• Hacer especial mención, en la oración de los fieles, a la unidad de los cristianos, pues celebrar el Domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico.
DURANTE TODO EL AÑO
Conviene recordar que el desarrollo de este programa no es una finalidad en sí misma para este Domingo. Es necesario favorecer, más bien, el encuentro continuo, personal y comunitario con la Palabra de Dios. Sabemos bien que escuchar, compartir, vivir y anunciar la Palabra de Dios no es una tarea de un solo día, sino de toda nuestra vida. Podría ser de ayuda promover diversas iniciativas bíblicas durante el año y ofrecer una oportunidad de formación permanente a los fieles.
Formación de lectores: Es fundamental que las comunidades eclesiales se empeñen en la formación de los fieles que ejercitan el servicio de lectores en las Celebraciones Litúrgicas, para que ellos sean verdaderos anunciadores de la Palabra con una preparación adecuada, así como se realiza usualmente con los acólitos o los ministros extraordinarios de la Comunión.
Llevar la Palabra “en tu bolsillo”: Así sugiere el Papa Francisco: «Tened el hábito de llevar siempre un pequeño Evangelio en el bolsillo, en la bolsa, para poderlo leer durante el día». Existen diversas ediciones del Nuevo Testamento o del Evangelio, en volúmenes ligeros, versiones de bolsillo, que fácilmente se pueden llevar en las bolsas o mochilas y que podemos llevar siempre con nosotros.
Llevar la Palabra en tu teléfono móvil: Se puede tener fácilmente la Biblia en tu teléfono móvil para consultarla en cualquier momento, existen varias aplicaciones y páginas de internet en diferentes idiomas, no solo con la Biblia sino también con las lecturas de la Santa Misa de cada día, páginas donde se puede leer o escuchar la Palabra de Dios, páginas con comentarios y reflexiones de la misma. Se puede activar también un recordatorio en tus notificaciones para tener un momento al día de encuentro con la Palabra de Dios, de tal modo que te acompañe donde quiera que vayas.
Grupo bíblico: Se podría organizar un grupo en la comunidad eclesial, con reuniones semanales o mensuales, que tenga momentos formativos o culturales de profundización de la Sagrada Escritura, y momentos de Lectio divina comunitaria. Los encuentros conviene que sean adaptados según las características del grupo (edades, madurez espiritual, etc.).
Rosario meditado: Otra fuente para orar con las Escrituras es la variedad de oraciones católicas tradicionales, como el Rosario. Este es una oración evangélica con marcada orientación cristológica, definida por San Juan Pablo II como «compendio del Evangelio». De hecho, tiene un carácter esencialmente contemplativo, pues nos hace entrar en la meditación de los misterios de la vida del Señor, acompañados de Aquella que fue más cercana al Señor. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que la enunciación del misterio vaya acompañada por la proclamación de un pasaje bíblico correspondiente. Es oportuno además que, después de esto, hagan una pausa por un momento para fijar la mirada en el misterio meditado, antes de iniciar la oración vocal (cfr. Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, n. 30-31).
PRESENTACIÓN
S.E.R. Mons. Rino Fisichella
Pro-Prefecto del Dicasterio para la Evangelización.
Sección para las Cuestiones Fundamentales de la Evangelización en el Mundo
Para vivir la VI edición del Domingo de la Palabra de Dios, que se celebrará en toda la Iglesia el próximo 26 de enero de 2025, el Papa Francisco eligió como lema las palabras del Salmista: “Espero en tu Palabra” (Sal 119,74). Se trata de un grito de esperanza: el hombre, en el momento de angustia, de la tribulación, del sin sentido, grita a Dios y pone toda su esperanza en Él.
Es una experiencia profundamente humana, como es habitual encontrar en el Salterio. Todos esperan, todos nosotros tenemos esperanzas, pero lo que se nos comunica en este Jubileo es “la Esperanza”, en singular. No se trata de una idea abstracta o de un optimismo ingenuo, sino de una persona, viva y presente en la vida de cada uno: Cristo crucificado y resucitado, el único que no nos abandona nunca. La teología paulina es extremadamente clara sobre este punto: “Cristo Jesús, nuestra esperanza” (1Tim 1,1).
Esta es una certeza que se pone en nuestro camino. En ella debemos crecer sin quitar nunca la mirada de la fidelidad de Dios: “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa” (Heb 10,23). El hecho de que Dios es fiel a sus promesas vuelve como un estribillo del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento y por esto podemos estar llenos de alegría y confianza. Teniendo certeza del cumplimiento de la promesa, la esperanza cristiana “no defrauda”, porque nos es dada por la presencia eficaz del Espíritu Santo (cfr. Rm 5,5). Por eso podemos esperar en su Palabra. Lo entendió bien el apóstol Pedro, cuando afirmó “en tu palabra, echaré las redes” (Lc 5,5), que quiere decir: “confío en ti”. La esperanza que brota de esta Palabra surge de la seguridad de la fe y nos encomienda al amor de Dios, que nunca se contradice a sí mismo ni a la promesa hecha.
Un jubileo que cada 25 años toca a la puerta y provoca a tomar en seria consideración la vida, ofrece la posibilidad de tener fija la mirada en la esperanza que lleva consigo el realismo evangélico. El Domingo de la Palabra de Dios permite una vez más a los cristianos reforzar la invitación tenaz de Jesús a escuchar y custodiar su Palabra para ofrecer al mundo un testimonio de esperanza que consienta ir más allá de las dificultades del momento presente. La Palabra de Dios no se encuentra limitada a un libro, sino que permanece siempre viva y se hace signo concreto y tangible. De hecho, provoca a cada comunidad no solo a anunciar la fe de siempre, sino, sobre todo, a comunicarla con la convicción que lleva esperanza a cuantos la escuchan y acogen con corazón sencillo.
Cada realidad local podrá encontrar las formas más adecuadas y eficaces para vivir de la mejor manera este Domingo, haciendo «crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura» (Aperuit illis, 15). Este Subsidio pastoral se propone como una ayuda que se ofrece a las comunidades parroquiales y a quienes se reúnen para la celebración de la Santa Eucaristía dominical, para que este Domingo sea vivido intensamente, como parte integrante del Jubileo 2025, cuyo lema es Peregrinos de Esperanza.
LA PALABRA DE DIOS: FUENTE DE ESPERANZA
Dom Mauro-Giuseppe Lepori OCist
Abad General de la Orden Cisterciense
Quizá el hombre que mejor entendió la relación entre palabra de Dios y esperanza fue un pagano, el centurión romano que, después de haber suplicado a Jesús sanar a su criado enfermo, de frente a la inmediata disponibilidad del Señor, se declaró indigno de que Él entrara en su casa y le dijo: “basta una palabra tuya y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Le bastaba una palabra de Cristo para tener la esperanza cierta en la salvación operada por Él.
La fe permitió al centurión entender que lo que suscita esperanza en la palabra de Dios es, precisamente, que es palabra de Dios, es decir, la palabra que Aquél, que hace todas las cosas, dirige personalmente a nuestra necesidad de salvación y de vida eterna. Lo entendió también Pedro en un momento que podía ser de desesperación porque todos habían abandonado al Señor y permanecían con Él solo pocos discípulos confundidos e inseguros: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Las palabras de Jesús permanecían para Pedro y sus compañeros como el último hilo de esperanza en una plenitud de vida que podían esperar solo de Dios.
Pero ¿por qué y cómo podría la esperanza de Pedro, como la del centurión, aferrarse a la palabra de Cristo? ¿Qué da a la palabra del Señor esta fuerza, esta solidez que nos permite abandonarnos a ella con todo el peso de nuestra vida con el peligro de caer en la desesperación, en la muerte, en la nada? ¿Qué permite a quien escucha esta palabra reconocer que puede abandonarse a Aquel que la pronuncia con total confianza?
Esto es posible si la palabra del Señor llega al corazón no como promesa de algo sino como promesa de alguien, y de alguien que ama nuestra vida con un amor todopoderoso, que puede hacer todo por los que ama y se confían a Él.
Muchos abandonaron a Jesús, después del discurso sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, diciendo: “¡Esta palabra es dura! ¿Quién puede escucharla?” (Jn 6,60). ¿Por qué la palabra de Jesús fue una razón para que se fueran cuando para Pedro y los otros discípulos era la única razón para quedarse con Él?
El hecho es que los primeros habían escuchado su palabra separándola de su fuente, el mismo Cristo. Pedro y los discípulos, sin embargo, no podían sustraer ninguna palabra de Jesús de su presencia, es decir, de la relación con Él, de su amistad.
La palabra de Dios puede ser fuente de esperanza si para nosotros Dios sigue siendo la fuente de la palabra misma. Sólo si escuchamos la palabra desde la voz del Verbo presente, que nos mira con amor, podrá alimentar en nosotros una esperanza inquebrantable, porque está fundada en una presencia que nunca falla. La palabra de Dios es una promesa en la que no sólo el que promete es fiel, sino que queda incluido en la promesa misma, porque Cristo nos promete a sí mismo. “¡Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo!” (Mt 28,20). La última palabra de Jesús, la última promesa antes de ascender al cielo, es la promesa de sí mismo a nuestra vida, no sólo al final de los tiempos sino cada día, cada instante de la vida.
Este vínculo indeleble de la palabra de Dios con su presencia, tan radical desde que “el Verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros” (Jn 1,14) hasta que murió en la cruz por nosotros, es la conciencia y la promesa de todo el Antiguo Testamento. Como cuando el Salmo 27 clama al Señor: “¡Si no me hablas, soy como quien desciende a la fosa!”. (Sal 27,1). El hombre tiene en sí la conciencia profunda, ontológica, de que, si Dios no le habla, si Dios no lo crea en cada instante con su palabra, la muerte, la disolución de la vida, le es inevitable, porque Dios crea diciendo todo en el Verbo a través de la cual existen todas las cosas (cfr. Jn 1,3).
Uno puede vivir sin escuchar la Palabra que se le dirige con amor, pero así se experimenta, como muchos hoy, una vida inconsistente, una vida disipada, que se escapa de nuestras manos incapaces de sostenerla. En cambio, se nos da la gracia de vivir escuchando, de vivir atentos a la escucha del Señor que está constantemente a la puerta de nuestra libertad, llamando y pidiendo entrar. Se nos da la oportunidad de vivir escuchando su voz que nos llama a la comunión con Él (cfr. Ap 3,20), a una amistad infinita, permitiendo así al Espíritu generar en nosotros y entre nosotros una vida nueva, rebosante de esperanza, no en algo, sino en Dios que cumple la promesa de su presencia en el mismo instante en que su palabra la expresa.
“ESPERO EN TU PALABRA” (SAL 119,74) - LECTIO DIVINA
Prof.a Rosalba Manes
Profesora de Teología bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma
ESPERAR EN LA PALABRA QUE NO DEFRAUDA (SAL 119,74)
El Sal 119 (según la tradición hebrea) o 118 (según la tradición greco-latina) es único en su género: un acróstico alfabético de 176 versículos, construido según el alfabeto hebreo, compuesto por 22 letras. Cada estrofa corresponde a una letra de ese alfabeto y con tal letra comienza la primera palabra de los 8 versículos de la estrofa.
El tema central de este Salmo es la Torá del Señor, entendida como «enseñanza», «mandato», «promesa», como “señales” para una vida exitosa y plena. La Torá es revelación, es Palabra de Dios que llama al corazón humano y desea una respuesta, que invoca una escucha que se convierte en obediencia confiada y creativa, en amor dinámico y generoso. Por tanto, el Sal 119 celebra la vivacidad, la belleza, la fuerza consoladora y la potencia salvadora de la Palabra de Dios, que es el secreto de una existencia feliz y la puerta de entrada a la auténtica bienaventuranza.
El Salmista considera la Palabra de Dios «el gozo del corazón» (v. 111) y su «herencia» (vv. 57.111). Por eso espera en esta Palabra (v. 74). Esta Palabra, que es verdad y mandato, representa también una promesa, la promesa de la eterna presencia a nuestro lado del Eterno Yo-contigo. Por eso la Palabra del Señor es creída (v. 42), amada (v. 97) y exige esperanza (v. 74), esa esperanza que «no defrauda» (Rm 5,5), porque cada palabra del Señor está destinada a cumplirse con certeza. Por este motivo, el año jubilar puede ser un tiempo propicio para redescubrir el poder terapéutico y liberador de los Salmos y del Salterio en la celebración de la Liturgia de las Horas.
EN DIÁLOGO CON DIOS
Los Salmos son testimonio del deseo humano de hablar interceptando a un Tú fuertemente disponible para recoger desahogos, lágrimas, decepciones, descarrilamientos existenciales: el Dios Creador, Libertador, Providencia, en pocas palabras, el Eterno Yo-contigo. El conjunto de los Salmos (Sefer tehillim para nuestros hermanos hebreos y Salterio para nosotros los cristianos) atestigua la sed de lo eterno que habita en el corazón humano y que lo empuja a narrar y confiar a Dios todo lo que vive. El hombre se vuelve a Dios no porque esté obligado por un deber, sino porque lo desea libre y fuertemente. Este anhelo surge de su libertad y de su voluntad de relacionarse con Dios, seguro de su deseo de dejarse encontrar.
Los Salmos, incluidos entre los Libros Sapienciales del Antiguo Testamento, documentan la confianza especial entre el hombre y el Dios que «tiene oídos y escucha, que tiene boca y habla», a diferencia de los ídolos de las naciones (cf. Sal 115,5-6); 135,16-17). La protagonista de esta colección es la oración, experiencia de profunda intimidad con Dios. La colección de los Salmos nos atestigua cómo la palabra humana, transfigurada por el contacto con el oído de Dios que la acoge, se ha convertido en verdadera palabra de Dios.
DIVERSAS OCASIONES PARA HABLAR CON DIOS
El ser humano recurre a Dios en cada situación de la vida para:
• cuestionarlo y reprocharle que no esté presente en su vida como él esperaría;
• hacerlo partícipe de sus descubrimientos, de sus éxitos y de todo lo que le sucede, ya sea un acontecimiento feliz o una experiencia dolorosa;
• pedirle ayuda, después de haber experimentado que nadie más puede socorrerlo;
• expresar su gratitud por el sello de belleza que ve en la creación;
• contemplar la intervención gratuita e incisiva de Dios en la propia historia personal y su capacidad de convertirlo todo en bien, incluso el mal.
LOS SALMOS, O BIEN, LA HISTORIA DE ISRAEL EN POESÍA Y ORACIÓN
En los Salmos encontramos himnos de alabanza y acción de gracias; lamentos o súplicas que surgen de la situación de sufrimiento del orante individual o de toda la comunidad de Israel; meditaciones sobre la historia de la salvación; reflexiones de sabiduría sobre el don de la Palabra y la calidad de la acción humana; peticiones de perdón, liberación, curación; invocaciones de ayuda o venganza contra los enemigos. Tomando del imaginario colectivo y de los símbolos que caracterizan la poesía de cada tiempo, se puede afirmar que los Salmos son la expresión del alma religiosa de Israel traducida en poesía y oración, fueron la oración de Jesús y son la oración de los discípulos y las discípulas de todos los tiempos, son la columna vertebral de la liturgia de las horas en la Iglesia católica, inspiran las antífonas y muchos cantos litúrgicos. Leen líricamente todas las etapas de la historia de la alianza: la promesa, el éxodo, el don de la ley, la entrada en la tierra prometida, la liturgia en el templo de Jerusalén, las celebraciones de las grandes fiestas y peregrinaciones, la entronización de los reyes, la humillación del exilio y la alegría del regreso. También hay algunos Salmos, compuestos para celebrar la figura del rey davídico, que luego se convirtieron, para el pueblo de Israel, en celebraciones de esperanza en el Mesías prometido y esperado.
UN LIBRO INFLUYENTE DE ORIGEN MUSICAL
Hay ciento cincuenta Salmos y son estimados por la tradición religiosa de Israel como las oraciones por excelencia, como lo indica el término tehillim («oraciones») en la Biblia hebrea. La versión griega antigua de la Septuaginta (LXX) llama a estas composiciones psalmoi y psalterion, de donde derivan los términos en español «salmos» y «salterio». La palabra «salmo» con toda probabilidad está relacionada con un instrumento de cuerdas utilizado para guiar las oraciones de la asamblea con música. Las melodías originales, utilizadas en la liturgia del templo de Jerusalén, sin embargo, se han perdido.
¡TÚ ESTÁS CONMIGO!
La verdad celebrada en los Salmos es la certeza de la fidelidad de Dios. En Sal 33,4 «fidelidad» es el nombre del actuar de Dios. Esta fidelidad está ligada al hecho de que el amor de Dios está siempre “al acecho” en la vida del hombre. Dios es una presencia amorosa que permanece así incluso cuando el hombre lo percibe lejano. Esto se ve claramente en el Sal 23, el Salmo del Pastor: incluso si el hombre pasa por el valle de sombra de muerte, siente surgir en su corazón esta profesión de fe: «No temo mal alguno, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).
LA ATMÓSFERA DE LA CONFIANZA
Muchos salmos están impregnados de confianza, como expresión vital de la experiencia religiosa y dinámica de las relaciones interpersonales, y se llaman salmos de confianza porque contienen verbos como «refugiarse», «confiar», «esperar». Pero la confianza es la “atmósfera” de todos los Salmos porque la base de estas composiciones es la convicción de que la confianza en Dios hace palidecer cualquier otra certeza y apoyo. El orante que ha experimentado desilusión en los caminos de la autosalvación y en la confianza en los medios y apoyos humanos, al «alzar los ojos a los montes» (cf. Sal 121,1), ha descubierto el ancla de la confianza. Esta confianza no pertenece sólo al individuo, sino que también se expresa en el grupo, como en Sal 22,27, donde se habla de los «pobres o pequeños del Señor» (‘ănāwîm), un movimiento nacido en el siglo V a.C. en torno al ideal de fidelidad al Señor y a su Torá (Ley) y que, al entrar en conflicto con las clases altas, prefirieron la confianza en el Señor. Una corriente que espera incluirnos también a nosotros, si estamos dispuestos a decir con fe, esperanza y amor: «Los que te temen se alegrarán cuando me vean, porque espero en tu palabra» (Sal 119,74).