El pasado sábado, 17 de noviembre, la Iglesia de Palencia, recorrió las calles de la capital, secundando la llamada del Papa Francisco de celebrar la II Jornada Mundial de los Pobres. Una invitación a la Iglesia universal a escuchar los gritos de los empobrecidos de la tierra y a responder a ellos. Casi 300 personas se unieron bajo el lema propuesto para esta jornada: “Este pobre gritó y el Señor lo escucho”.
La marcha comenzó, a las 12 de la mañana, en la Calle Mayor, desde la altura de la Calle Nicolás Castellanos. encabezada por los dulzaineros de Villamartín. La primera parada tuvo lugar una a la altura del monumento a la mujer palentina, donde Nuria Andrés, de Cáritas Diocesana leyó varios poemas; la marcha prosiguió hasta el Salón, donde el grupo de teatro “A ninguna Parte” de Villamuriel, escenificó cómo la pobreza está más cerca de lo que habitualmente creemos y cómo todos a veces no somos sensibles al grito de los pobres.
Convocaron esta marcha los distintos grupos de la Iglesia de Palencia que forman la Delegación Diocesana de la Pastoral Caritativa y Social -Cáritas, Discapacidad, Justicia y Paz, Migraciones, Manos Unidas, Pastoral de la Salud, Pastoral Penitenciaria- y la Escuela Diocesana de Tiempo Libre.
Cada uno de estos grupos está más centrado en un tipo de situaciones problemáticas, tanto de nuestra provincia como en otros países de los distintos continentes. Pero todos están en la misma tarea que brota de la condición humana y del Evangelio: trabajar por la vida digna, los derechos humanos y el desarrollo integral. Todos y todas somos seres humanos, todos y todas somos hijos de Dios.
Con esta marcha se ha buscado hacer oír la voz de tantas personas que, en el mundo, viven situaciones de exclusión de los bienes a los que todas tenemos derecho para vivir dignamente. Poner voz a tantas y tantas personas que tienen que abandonar sus países huyendo de la miseria, o de las catástrofes medioambientales, o de la guerra, o de la persecución por sus convicciones políticas o religiosas. Recordarnos que, en nuestro país, por más que se diga lo contrario, la crisis no ha pasado para muchas personas.
Son muchas las personas viven situaciones de dolor y exclusión. Las que viven afectadas por los más variados problemas laborales, por subsidios escasos o pensiones insuficientes, por escasos niveles educativos y difícil acceso al empleo. Y por soledades o escasez de relaciones, por tristezas o por sentimientos de fracaso e inutilidad, por desestructuraciones personales o familiares, por recelos o desconfianzas. Personas, otras veces, poco respetadas en sus capacidades diferentes o abandonadas o poco acompañadas en su enfermedad o su ancianidad.
En la raíz de todas estas situaciones inhumanas, más cercanas o más lejanas, está la misma cultura individualista y el mismo modelo económico obsesionado por la ganancia por encima de todo, también por encima de la dignidad de cada persona.