La Iglesia y los nacionalismos

La Iglesia y los nacionalismos

+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Hace unos días he terminado de leer un libro del recientemente fallecido Cardenal Fernando Sebastián titulado “Claridad y Firmeza”. Transmitir la fe hoy en España, (Publicaciones Claretianas, Madrid, 2019). Un libro que plantea con visión clara la situación de la fe en España y su contexto actual, de forma interpelante y sugerente.

Uno de los puntos que trata es la formación de la conciencia cristiana respecto a cuestiones políticas y en concreto a los nacionalismos (págs. 91-101). Quisiera resumir casi textualmente su pensamiento con el que estoy plenamente de acuerdo.

Parte de la constatación de que, si la Iglesia en España ha tratado sobre la moralidad del terrorismo como actividad intrínsecamente perversa y gravemente inmoral y pecaminosa, no se ha hecho igualmente sobre los nacionalismos y no porque no haya doctrina clara; lo que si es cierto es que algunos sacerdotes, educadores cristianos y muchos del pueblo fiel no lo tienen claro. No intenta juzgar ni molestar, pero si ofertar unas reflexiones para la formación de un juicio moral.

1º. La Iglesia no es una institución de orden político, pero su misión es anunciar a Jesucristo que tiene un mensaje de salvación para todos y este incide en la vida de los ciudadanos.

2º. La Iglesia no está vinculada a ninguna institución o programa político. En los juicios y decisiones políticos, además de factores morales, entran otros componentes de diversa índole y opinables.

3º. Pero la política, como toda actividad humana está sometida a la conciencia moral y puede y debe ser iluminada por la moral cristiana, que dimana de la fe. Unas políticas estarán más cercanas al ideal del evangelio y otras más alejadas. Ninguna se puede identificar con el Evangelio. El Evangelio siempre va más allá. La Iglesia no es neutral.

4º. En el caso de los nacionalismos hay que tener en cuenta estos criterios morales:

- La autoridad, las instituciones y las decisiones políticas deben buscar siempre el bien común de la sociedad, no de unos pocos.

- El servicio al bien común incluye el respeto a los derechos de las personas, de las familias y los diferentes grupos religiosos o culturales de la sociedad.

- El nacionalismo es una opción legítima y justa siempre y cuando se mantenga dentro de estos límites que impone el bien común: será legítimo y justo cuando se trata de remediar situaciones de injusticia como la ocupación por otro país. Pero no cuando, sin que existan estas injusticias, favorecen criterios excluyentes y discriminatorios, dividen a la sociedad y rompe las relaciones sociales que se han ido fraguando a lo largo de siglos.

- En esta situación no es adecuado recurrir a los conceptos de nación o pueblo, que además de difusos, no corresponden a la realidad actual, una sociedad nueva en la que no existen entidades puras, aisladas, sino es una sociedad abierta y variada, rica por las aportaciones de muchos.

- El derecho de autodeterminación o secesión sólo se puede dar en casos de no reconocimiento de derechos civiles y se den situaciones de sometimiento y discriminación. No es legítimo aplicar a España enseñanzas sobre la descolonización de países africanos o países balcánicos.

- El derecho a decidir no se puede defender de manera indiscriminada. No podría haber nunca entidades sólidas y estables consolidadas. Sería un proceso irreal y absurdo.

- Las regiones que quieren ser independientes nunca han sido Estados independientes. Existe una trama social, familiar y empresarial ya cohesionada con vínculos seculares sin quebranto de muchos intereses comunes.

- No hay razones de discriminación e injusticia; no se puede aludir a agravios de hace 100 años.

- Las razones son poco o nada cristianas, porque fomentan sentimientos de superioridad y aspiran a vivir mejor que los demás, olvidándose de la solidaridad.

- Otra cosa son los regionalismos, el amor a su tierra y patria. Hay que favorecer la unidad, la colaboración y la convivencia, no el enfrentamiento, ni la segregación ni las posturas excluyentes y rupturistas. Necesitamos fomentar la cultura del encuentro, del acercarse al otro. Se admite la diferencia, pero no como desafío o rivalidad, sino como posibilidad de enriquecimiento y estímulo en un clima de aceptación y general colaboración.

Que cada cual, con estos criterios, forme su conciencia y actuación.