Llegamos al II Domingo de Pascua. La palabra clave es “ENVÍO”. Jesús, después de poner en paz el corazón de los apóstoles, les deja el “testigo” y los ENVÍA a una misión.
DEL EVANGELIO DE S. JUAN 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
ORAR CON TU PALABRA
Tú, mi esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento.
Tú, mi anhelo,
óyeme para que no me dé por satisfecho.
Tú, vida para mi vida,
óyeme para que no deje de buscarte.
Buscarte día a día,
en soledad y compañía,
en los momentos de alegría y de desgana.
Buscarte compartiendo y recibiendo,
sirviendo y sembrando,
luchando y amando,
orando y trabajando,
dialogando y soñando,
muriendo y creando,
viviendo sin fronteras ni murallas.
¡Te busco, Dios mío! ¡Quiero ver tu rostro!
Saliste a mi encuentro
cuando no te esperaba.
Atravesaste puertas y ventanas,
me sorprendiste a tu manera.
Te vi un poco, sentí que estabas vivo.
Quiero conocerte más y tenerte más cerca.
No te hagas esperar. Te estoy llamado.
Ábreme y déjame entrar…
¡Te busco, Dios mío! ¡Quiero ver tu rostro!
A LA LUZ DE TU PALABRA…
Ser responsable, como catequista, de un grupo de chicas y chicos, que, voluntariamente han venido porque desean confirmarse, impone un gran respeto y alguna que otra duda. Porque “no se trata solo de hacer algo por ellos, sino de vivir en comunión con ellos”.
Comulgar con quien está buscando su identidad y autonomía personal, supone sumergirse en sus dependencias afectivas, psicológicas, económicas y sociales. Y esto, hasta al más valiente, le produce inseguridad y desconcierto, porque así se sienten los jóvenes.
Éstos poseen un espíritu racionalista y son muy críticos con muchos planteamientos sociales. A pesar de sus inseguridades, tienden a ser independientes y desean fervientemente experimentarlo todo. Lo cual hace que rechacen todo aquello que viene impuesto. No quieren normas. Es aquí donde hay que “caminar con ellos”. Es aquí donde hay que quererlos, porque todos, formen parte de la Iglesia o no, “están en el corazón de Dios”.
Los jóvenes tienen muchas dudas y “sus dudas ponen en cuestión nuestra fe” (Sínodo). Por ello, el catequista debe buscar “nuevas formas de vivir la experiencia cristiana”, “anunciando la alegría del evangelio”. Pero para que esto sea posible, el guía, el acompañante, debe estar lleno de “ilusión y entusiasmo de vivir el presente en plenitud”. Es por lo que, “la corresponsabilidad que, como laico maduro y comprometido”, el catequista debe exigirse a sí mismo “cambios de actitudes y estructuras”.
Son momentos de replantearnos, todos, “nuestro ser y estar, nuestra identidad y nuestra presencia”, “con entusiasmo, con convicción y con audacia”. Adentrémonos en el asombro, la belleza y la creatividad. Qué inmensa satisfacción supone considerarme miembro activo en la experiencia de ofrecer pautas para que los jóvenes empiecen a discernir y así capacitarles para que en libertad elijan el bien y la verdad. Dejémonos llevar por la luz del Espíritu.
Lucio, catequista.
PARA COMPRENDERLA
La catequesis que se narra en la escena Evangélica nos describe, en primer lugar, la reacción de los discípulos tras la captura y muerte del Maestro. Se encerraron, se dejaron contagiar de la tensión que había hecho presa en el grupo, estaban asustados. Pero, Jesús no abandona nunca a los suyos y menos cuando están bloqueados por la frustración. Superando todos los obstáculos, se presenta ante ellos y les saluda con el gesto de la paz. Es su mejor señal de identificación y el regalo que más necesitan. Su presencia es dinamizadora; les dice: Nada de estar encerados, fuera todo temor, salid a la calle, gritad con la palabra y con el ejemplo que estoy entre vosotros, invitando a vivir en la claridad de la plaza, donde llega la luz sin obstáculos, regalad esa luz al mundo.
Esto nos dice hoy, que la experiencia de Jesús Resucitado nos reviste de coraje y nos envía a la misión. El aliento vital del Maestro nos llena de luz nueva y nos impulsa para que podamos irrumpir en todos los ambientes con talante místico y evangelizador característico de los verdaderos testigos de la luz y con el sentido misericordioso del perdón.
Creer es un don, pero no siempre experimentamos la presencia de Dios con claridad. El caso de Tomás lo hemos podido experimentar nosotros, el testimonio de los otros no siempre es suficiente. Lo interesante es descubrir su presencia en lo más íntimo y vivir la fe en la luz gozosa que irradia la Comunidad.