Sortear escollos en el camino sinodal - II

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

La vida, como en cualquier travesía por la mar, hasta alcanzar el puerto deseado y seguro, está siempre expuesta a escollos. Escollos de fuera, escollos de dentro. De algunos hemos tratado el domingo pasado. De otros quisiera tratar hoy, para que seamos conscientes y los sorteemos, como Ulises con relación a las sirenas.

1º. Perder de vista los objetivos de la consulta sinodal. Puede suceder, ojalá no, que a medida que avanzamos en el proceso diocesano de la consulta sinodal, embarcados en las discusiones, por otra parte normales, olvidemos que Dios nos llama a caminar juntos. Eso es lo importante., Ningún proceso ni ningún sínodo va a solucionar los problemas, expectativas y preocupaciones que tenemos. La sinodalidad más que otra cosa es una actitud y un enfoque de la vida que supone caminar juntos buscando la voluntad de Dios y movidos por su Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, no por otros espíritus, para ir avanzando en comunión entre nosotros, con otras confesiones cristianas y con otras sensibilidades y tradiciones religiosas.

2º. No caer en la tentación del conflicto y la división. Jesús, en la Última Cena, pidió a su Padre: «¡Que todos sean uno como nosotros... que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado!» (Jn 17, 11 y 21). Es el Espíritu Santo, el artífice de la unidad, el que nos lleva a vivir en unidad y comunión con el Padre y su Hijo Jesús, y entre nosotros. Las semillas de división no vienen de Dios ni las ha sembrado Jesús, el sembrador, sino del diablo, que significa propiamente en griego “el que divide”, como símbolo es lo que une. Procurar no caer en la división nos debe llevar a no tratar de imponer nuestras ideas a los demás, como si la verdad fuera nuestra exclusivamente, cuando la verdad, como pensaba San Agustín, un eterno buscador de la misma, la verdad no es ni tuya ni mía; vayamos juntos a buscarla para que nos posea a todos. Y el camino no es presionar con diversos métodos, a los demás, ni imponernos por las voces, ni desacreditar a los demás, sino como nos propone san Pablo: «Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por humildad a los demás superiores a vosotros: No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo Jesús» (Fil 2, 1-11). En otro lugar dirá: «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta» (Col 3, 12-14).

3º. Tratar el Sínodo como si fuera un parlamento, o una reunión de vecinos de una misma escalera, como si se tratara de defender ideas o estrategias políticas para ganar a la otra parte. No se trata de ganarse enemigos ni favorecer conflictos que enfrentan y lleven a mirar con malos ojos, no saludar, o guardar resentimiento, y mirar al otro como un adversario o enemigo a vencer o eliminar de nuestro afecto.

4º. La tentación de escuchar a los que ya participan en las actividades de la Iglesia, de la parroquia, comenzando por los sacerdotes, los miembros de vida consagrada y los laicos más comprometidos en catequesis, en grupos o movimientos de todo tipo. No. Se trata de oír a todos, escuchar a todos, también a los pequeños. No se trata de a ver quién sabe más, quién habla mejor o expone las cosas con más claridad, sino de escuchar al Espíritu Santo que habla donde quiere, sopla donde quiere, incluso por el que es considerado como iletrado y torpe. Por descontado, los sacerdotes, miembros de vida consagrada, y laicos más comprometidos no podemos caer en esta tentación de capitalizar todo; aunque algunos digan, por comodidad: «lo que usted diga, que sabe más y ha estudiado», no debemos caer en este abuso. El papel de los sacerdotes, que debemos ser servidores y animadores de la comunidad, miembros de vida consagrada y laicos, es posibilitar que se oiga a todos, particularmente al pueblo de Dios silencioso, pero que tiene olfato para las cosas de Dios.

5º. Considerar que la Iglesia y su marcha es cosa nuestra, cuando la Iglesia es de Dios. Debemos, con la oración, no olvidarnos de que somos y debemos ser trabajadores en la viña de su Reino.

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