Enseñar al que no sabe. Derecho a la Educación

Después de haber presentado las obras corporales vamos a hablar de las obras espirituales de misericordia. La división entre obras corporales y espirituales es una división artificial y pedagógica. Artificial porque la persona está compuesta de cuerpo y alma, material y espíritu; no se pueden separar, forman una unidad. Y las obras de misericordia también.

Por poner un ejemplo: dar de comer al hambriento nos debe llevar no sólo a darle pan o alimentos para saciar su estómago, sino, además, a darle la Palabra de Dios, porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. No se trata de dar el pan o un dinero sin mirar a la cara del otro, sino dar porque el otro es mi hermano. Las obras espirituales “vienen a reflejar la más bella y actual expresión de la caridad. Se podría decir que las actitudes que evocan estas obras constituyen un medio excelente para la promoción de los grandes ideales sociales de la solidaridad y de la unidad” (J. R. Flecha).

La primera de las obras espirituales de misericordia es enseñar al que no sabe; el analfabetismo era lo común; muchas personas no tenían posibilidades de ir a la escuela, como sucede hoy tristemente en muchos países; pero hoy podemos traducirlo por derecho y deber a la educación. Además, es la primera porque es fundamental para el desarrollo de la persona. El teólogo José Román Flecha dice que “la mejor dádiva que se puede ofrecer a los demás es precisamente la entrega de un código de conocimientos y de actitudes que les permita moverse en el espacio público y situarse en la vida de la sociedad”.

Educar, educación, etc., tiene un doble significado. Por una parte, conducir, guiar al otro para que aprenda a manejarse en la vida desde la verdad, el amor y con libertad. Pero hay otro que alude a ayudar a sacar de lo profundo de la persona los valores y actitudes que lleva dentro, la belleza interior, sus potencialidades de persona para que pueda descubrir el sentido de su vida, del mundo y de la historia y ser él mismo.

Toda persona tiene derecho a la educación y todos tenemos el deber y el compromiso personal de colaborar a la educación de los demás. No pensemos que la educación es sólo para la primera fase de la vida, para niños, adolescentes y jóvenes; es para toda la vida y todas las edades de la vida. Es permanente. También los mayores, los de la llamada tercera edad podemos y debemos educar y educarnos.

El primer ámbito de educación es la familia. Los padres tienen el derecho y el deber de educar a los hijos. Es la primera escuela, y, ello, con los demás hijos, abuelos, parientes, etc., son los primeros maestros con el ejemplo, la palabra, la interacción, etc. La Iglesia así lo cree y defiende; también la Constitución Española, aunque algunos parece que lo quieren olvidar o mermar. El derecho primario a la educación de los hijos corresponde a los padres y ellos tienen derecho a que la enseñanza en otras instancias se desenvuelva desde el respeto a sus convicciones.

El segundo es la escuela, el centro formativo tanto de iniciativa social o estatal. Los padres y la familia siempre serán referencia ineludible en la formación, pero llega un momento en el que precisan de instancias superiores. Y aquí entran las guarderías, las escuelas, los institutos, las universidades y otros centros formativos. Existen diversas formar de educar, y no me refiero a las pedagogías, sino más bien a las concepciones del hombre. No todos comparten la misma visión antropológica; algunos están mediatizados por las ideologías políticas y sociales; por eso es necesario un pacto educativo.

Pero hay otros ámbitos y medios como la misma vida, la calle, los medios de comunicación antiguos y nuevos, etc. De todas las situaciones se puede aprender, incluso de los errores y pecados.

La Iglesia defiende que la educación tiene que ser integral, abarcar todas las dimensiones humanas. También la Iglesia es un ámbito de educación. La comunidad cristiana defiende que la familia es la “Iglesia Doméstica”, donde se deben vivir, celebrar y transmitir casi por ósmosis la fe y los grandes valores cristianos que humanizan la persona y la sociedad. Igualmente, la Iglesia, y más concretamente la parroquia, debe ofrecer y ofrece espacios para la educación en la fe, el amor, la vida. Toda la vida de la comunidad cristiana tiene este sello. En ella todos somos discípulos y condiscípulos de Jesucristo, el Maestro.

La Iglesia hoy y siempre se ha preocupado y ocupado de la enseñanza. ¿Acaso no presumimos en Palencia de ser la Primera Universidad en la historia de España? Y esta y otras surgieron al abrigo y sombra de las Catedrales. Hoy muchos de los miembros de la Iglesia, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, diócesis, etc., siguen, a pesar de los pesares y de las muchas trabas burocráticas, comprometidas en la educación con colegios, universidades, etc., apostando por una educación en virtudes, valores y actitudes que humanizan las personas y la sociedad según el modelo de Jesucristo, el hombre nuevo. Porque como dice el papa Francisco “no se puede cambiar el corazón del mundo si no se cambia la educación”.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia