Señora Alcaldesa, señor Consejero, señora Presidenta de la Diputación, miembros de la Corporación Municipal, resto de autoridades. Querido D. Javier. Queridos vicarios, deán y cabildo de la Catedral. Párroco de la Virgen de la Calle y párrocos de las comunidades que habéis acompañado los distintos días de la Novena. Queridos hermanos sacerdotes y diáconos. Miembros de la Permanente del Consejo Pastoral Diocesano, Cáritas Diocesana, hermanos cofrades de la Virgen de la Calle. Fieles laicos, hermanas y hermanos todos en el Señor.
Y un saludo especial, en la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que también hoy celebramos… para todos los hombres y mujeres consagrados en este vuestro día. El lema que os inspira en este año, es «Aquí estoy, Señor, hágase tu voluntad». Pido a la Virgen de la Calle que vuestra respuesta sea también abrazar radicalmente la llamada de Dios para que seáis su profecía y su poesía en medio de nuestra Iglesia y del mundo,
Culminamos con esta fiesta de la presentación del Señor o de las candelas, el novenario que tanto arraigo tiene en nuestra ciudad de Palencia. Ya desde mis primeros contactos con vosotros hace más de dos meses, me hablabais de la importancia de este día. Y a mí, como pastor de esta Iglesia local, me alegra. Me alegra porque toda manifestación de religiosidad popular debe ser una ocasión privilegiada para celebrar, profundizar y encarnar nuestra fe cristiana y católica.
Y quiero subrayar por ello, la importancia litúrgica de este día. Las fiestas cristianas no son un mero recuerdo de hechos que quedan cada vez más atrás. Los cristianos no tenemos simplemente un pasado. Nosotros, por la fuerza del Espíritu Santo, tenemos un origen. Y no tenemos simplemente un futuro, sino un porvenir.
Las fiestas de la Iglesia son una actualización, son hacer presentes, y vivibles los misterios de nuestra fe. Salimos con luminarias encendidas porque gritamos al mundo que la noche termina, que ya ha comenzado la aurora de nuestra salvación, y que nuestros rostros son reflejo tenue pero real de la Luz de Dios.
En efecto, celebramos que la Virgen María, la Virgen de la Calle, en medio de la multitud de peregrinos que visitan la ciudad de Jerusalén, entra con José en el atrio del Templo para presentar a su Hijo Jesús. Y lo presenta a los sacerdotes del Templo para rescatar a su primogénito varón, tal y como lo manda la ley de Moisés, a cambio de un par de tórtolas o dos pichones, como lo hacían los pobres. Dos mil años después, de manera real, concreta nos lo presenta al mundo, a cada uno de nosotros.
Y tú y yo somos de esos anawim Yahvéh, los pobres de Dios a los que el Señor invita a venir al templo, a su casa, para contemplar lo inaudito, lo imposible, y lo tantas veces anhelado por cada hombre y cada mujer en la historia de la humanidad: que Dios ha asumido completamente nuestra mísera y grandiosa condición humana. Se ha hecho uno de nosotros, camina con nosotros, asume nuestro destino.
Y esto nos ha sido proclamado en la lectura de la carta a los hebreos: “los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos”. María nos presenta el fruto de sus entrañas, que a su vez ha salido de las entrañas de Dios nuestro Padre. No un Dios ajeno y extraño, sino un Dios íntimo y entrañable. Hermanas, hermanos: nuestra vocación como Iglesia es la misma que la de María: alumbrar la salvación en el mundo, toda vez que hemos salido de las callejas del miedo y de la noche, y nos hemos encaminado llenos de luz a transitar por la calle de la vida y de la historia que culmina en Jerusalén.
Os invito a actualizar, a encarnar, a cumplir lo que nos ha sido proclamado en el Evangelio. Si hace cuarenta días, fueron los pastores y los sabios de oriente quienes se encaminaron al establo de Belén para adorar al niño Jesús, hoy casi nadie ha reparado en esa joven pareja que presenta a su hijo en el Templo. Sólo dos ancianos, Simeón y Ana, han recibido el toque del Espíritu Santo, padre de los pobres y han salido para ver al niño. Hoy somos unos cuantos más, que hemos salido el encuentro de la Madre, que con tanto gozo nos quiere presentar a su Hijo Jesús. ¿Seremos como Simeón capaces de coger al Niño en brazos? ¿Proclamaremos como él que ahora en adelante podemos ya irnos en paz? En la Paz, en la Shalom que sólo Dios puede dar. Una paz que nos ha sido lograda porque la Virgen María, tal como dice literalmente el texto original del Evangelio, ella aparta la espada que hasta ahora nos impedía, nos vetaba la entrada en el Paraíso. Dios había dado orden a un ángel de que nadie pudiese volver al jardín del Edén. El paraíso parecía perdido para siempre. Per una mujer, la mujer nueva, la nueva Eva, María, iba a revertir la historia y cambiarla para siempre. María es esa mujer, que recibe el golpe de la espada, que, atravesando el corazón de su Hijo en la pasión, traspasará también el suyo. Así, y sólo así, nos introduce a todos sus hijos en la Vida Nueva que nos alcanza la resurrección de Jesucristo, en adelante, el primogénito de toda criatura.
¡Qué gran noticia! La puerta que el pecado de nuestros primeros padres cerró, ha quedado abierta. Así lo hemos cantado en el salmo: ¿Quién ese Rey de la gloria? Es el Señor. Va a entrar el Rey de la gloria. ¿Dónde? En tu corazón y en el mí, en tu historia, y en mi historia. En tu casa y en la de todos. Eso significan las candelas con que hemos salido al encuentro de María y de José. Hoy finaliza la viudez de la profetisa Ana. Ochenta y cuatro años, siete veces doce años, toda una vida de vigilia y espera concluye hoy. Ella nos dice que este niño es la liberación de Israel.
Queridos hermanos. Ojalá escuchemos el testimonio de Simeón y Ana, porque entonces nosotros nos convertiremos en esas candelas que hoy hemos llevado en las manos.
Esa y no otra es la vocación cristiana, “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
Concluyo con una poesía de un poeta palentino, José María Fernández Nieto:
CALLE MAYOR DE MARÍA
Está cayendo la tarde
sobre la calle, María;
Se apaga el sol, ya no arde
como esta mañana ardía.
Madre, que no me equivoque,
que es noche a mi alrededor,
que mi calle desemboque
en la plaza de tu amor.
María, que no te falle,
que de las callejas huya;
que cuando ande por la calle
sepa qué calle es la tuya.
Que sé cuánto te desvelas
en mi ardiente oscuridad.
¡Enciéndeme tus candelas
para ver tu claridad!
Que está cayendo la tarde
sobre esta calle María
Y el sol del Amor me arde
en tu calle, que es la mía.
Hermanas, hermanos: que evitemos las callejas de la noche, del miedo, del desamor, y que hoy y siempre iluminemos con la luz de Jesús, el Cristo, que asumió nuestra propia carne para así compartir su propia vida divina. Ven Espíritu Santo, y que nuestros rostros sean reflejo de ese Amor que transforma el mundo y transfigura a cada ser humano.
Santa María de la calle, Ruega por nosotros.
+ Mons. Mikel Garciandía Goñi, obispo de Palencia
S. I. Catedral. 2 de enero de 2024