Homilía de nuestro obispo en la Virgen del Brezo 2024

Homilía de nuestro obispo en la Virgen del Brezo 2024

Bendigo a Dios con todo mi corazón por poder celebrar la fiesta de nuestra querida Madre y protectora desde el cielo, la Santísima Virgen del Brezo. Este cielo que hoy más que amenazar, nos promete la lluvia, imagen de la bendita lluvia de la gracia, que humedece, riega, refresca y conforta la sed del hombre y de la mujer.

Muchas cosas han cambiado en mi vida, desde aquella primera vez llegué aquí, hace 45 años. Entonces, como monitor de campamento, hoy como pastor de la Iglesia local de Palencia. Hoy culminamos con esta celebración cuanto habéis trabajado, reflexionado y orado en la novena. El lema nos inspira para vivir y luchar más unidos: una familia que crece entre dificultades. María del Brezo acompaña nuestra vida y crecimiento.

Os saludo a las autoridades locales y provinciales, a Omar y a vosotros, hermanos sacerdotes, a todos los fieles de la montaña, de las llanuras, de las diócesis vecinas. Os invito ahora a entrar, a descansar y acoger la Palabra que Dios Padre nos ha regalado, al Evangelio que Jesús mismo nos ha vuelto a proclamar.

La escena evangélica se sitúa junto al lago de Galilea, y hoy se nos traslada a la montaña, lugar en el que Jesús llamó a sus amigos, los alimentó con panes y peces, les mostró su gloria, y entregó su vida en la cruz. Entonces y ahora hay un gentío, atraído sin duda por la fama de lo que el Maestro y el Mesías ha hecho otras veces: curar, consolar, fortalecer su esperanza, vencer a la enfermedad y a la muerte.

Ser un gentío en la Biblia no significa ser una masa, porque para Dios nada es genérico: Dios ama uno a uno. Y por eso somos pueblo, somos cuerpo, somos templo, somos familia. Familia que quiere crecer en lo que realmente cuenta y engendra vida: crecer en la fe, en un mundo atenazado por el miedo, crecer en esperanza, en un mundo desorientado, crecer en amor, en un mundo roto por la guerra. Ojalá que hoy al final de esta eucaristía, podamos decir con el salmista: el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

Y el Señor está grande no porque hace magia, no porque utiliza el poder, sino porque quiere hacer un milagro más con nuestra comunidad, con cada uno de nosotros. Y el milagro consiste y sucede si como María, abrimos el corazón, y permitimos que la semilla llegue a nuestra tierra, a nuestra carne herida y sedienta. Jesús es el sembrador y la semilla es la palabra. ¿Y nosotros? Al menos en mi caso, en mí se dan esos cuatro escenarios. Ç

- Al borde del camino: mi superficialidad, mis prisas, mi andar divertido, entretenido, extraviado, fuera de mí. Cae la semilla, y los pájaros de la desmemoria y de la banalidad se la llevan.

- Soy terreno pedregoso, cuando mis miedos endurecen la tierra hasta el punto de convertir mi carne en piedra. Un corazón de piedra, que no quiere fiarse y mirar al porvenir como un don de Dios. Que impide que la semilla enraíce y crezca por falta de esperanza.

- Soy terreno lleno de abrojos y zarzas, cuando alimento mis heridas, cuando dejo que las malas experiencias del pasado ahoguen mi historia, cuando no le dejo a Dios que me cure y pueda perdonar de corazón o pedir perdón a quien he hecho daño.

Todo esto es triste y casi insoportable, pero no es nada imposible de vencer para Dios. Él sabe que hay en mí, en nosotros todo esto, pero también Él sabe que la semilla es más fuerte aún, y que a nada que ésta cae en nuestra buena tierra, en un corazón humilde y sediento de vida y de fecundidad, la semilla es capaz de dar treinta, sesenta, ciento: un negocio redondo. Pues de esto se trata cuando hablamos del Reino de Dios, de abundancia, de saciedad, de justicia, de alegría, de fiesta. El corazón de Dios hoy está en fiesta. Porque tiene aquí un pueblo que quiere ser fiel.

Somos, o hemos de ser como Rut, como las santas mujeres de la Biblia, maestras de vida, sabias a la hora de elegir y tejer la historia. Rut, del pueblo de Moab, no quiere dejar a su suegra Noemí, hija del pueblo de la Alianza. Su fidelidad es emocionante: adonde tú vayas iré, y donde tú vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Nada podrá separarnos, ni siquiera la muerte. Y Dios recompensó a Rut y Noemí con una vida fecunda y feliz.

Hoy, a los pies de la Virgen, os invito a renovar nuestra fe. Creer, esperar y amar es lo que permite crecer y dar mucho fruto. Ante un nuevo curso pastoral, en este año de preparación al jubileo, recemos, oremos a Dios para que los cristianos seamos puntos de luz, semilla de esperanza, luchadores por un mundo nuevo, el que Jesús nos quiere regalar hecho pan de vida.

Nuestra Señora del Brezo, ruega por nosotros.

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi

Obispo de Palencia