Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Saludos a todos los fieles, sacerdotes, vida consagrada y laicos. Miembros del Consejo pastoral de la Diócesis. Saludos especiales a sacerdotes, cabildo, acólitos, lectores, cantores, organista, salmista, religiosas que cuidan de la catedral, sacristán; Saludos a las autoridades presentes, creyentes o no, a las distintas casas regionales, a las peñas y a los medios de comunicación social.
Felicidades y felices fiestas en honor de san Antolín.
Hoy honramos a Cristo, mártir y servidor, en la persona de su amigo y discípulo creyente, Antolín.
¿Quién fue san Antolín? Sabemos muy poco de él. Fue un cristiano sirio que fue martirizado en el Siglo IV en Apamea, (Siria) y cuyas reliquias llegan a Francia a Pamiers y de ahí vinieron a Palencia, lo más seguro, traídas por Wamba o por Sancho el Mayor de Navarra, restaurador de la Diócesis palentina. Desde el siglo XI Palencia le tiene por patrón y sus reliquias están entre nosotros. Por la tradición y la iconografía sabemos que fue mártir y diácono. Mártir que fue degollado y por eso tiene la palma del martirio y el instrumento de su degollación; y diácono, servidor de los pobres y del evangelio en nombre de la comunidad cristiana, representado en la vestidura que propia de los diáconos, la dalmática.
¿Qué nos dice a nosotros el Señor por su Palabra y la Eucaristía por medio de san Antolín?
1. Que tenemos que ser mártires y diáconos. Mártires, es decir, testigos, aunque tengamos que sufrir. Como San Antolín, no es que Dios quiera nuestro sufrimiento, nuestra muerte violenta, pero tenemos que saber soportar las cosas duras de la vida por amor a Cristo Jesús, incluso hasta derramar la sangre y perder la vida, sabiendo que como san Antolín, Él nos ha amado y nos ama y nada ni nadie puede separarnos de su amor, es más, que seremos coronados por Cristo y con Cristo, como decía la segunda lectura: “Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman”. Ser sus testigos soportando las dificultades que vengan, bien del interior de la persona, por nuestra resistencia a vivir según el Evangelio y nuestra mediocridad y pecado o por inconsecuencia por no ser cristianos auténticos y fieles, o bien de fuera, por el ambiente social de increencia, que prescinde de Dios, de tachar a los creyentes como personas van en contra de la civilización y el progreso.
2. Tenemos que ser mártires siendo testigos del Dios vivo, amando como Jesús y San Antolín, nuestro patrono, hasta dar la vida por todos, también por los no creyentes. Dar la vida hasta el final se llama hoy servir, servir a todos, ser diáconos, como Jesús que vino no a ser servido sino a servir, que se hizo el esclavo de todos, que lavó los pies a sus discípulos el jueves santo y se entregó hasta el final derramando su sangre para el perdón de los pecados y dar vida.
Ser servidores de Cristo y del Reino de la verdad, la justicia, la paz, de la vida, del perdón. Ser servidores de los pobres, no sólo a través de las Cáritas parroquiales y diocesana, sino también de nuestro compromiso personal y colectivo en la política, en el barrio, en la asociación, en la empresa, en el trabajo, en la peña, en el club, en ONGs… allí donde estemos. En este punto quisiera llamar la atención de todos para que no nos olvidemos de los ancianos, enfermos y los jóvenes, y especialmente de los que están solos, viven o malviven y a veces mueren solos, en nuestros pueblos y ciudades porque no tienen familiares o vecinos que se preocupen de ellos y los acompañen. La soledad es una de las pobrezas actuales que reclaman nuestra atención en esta tierra nuestra vacía y vaciada y en esta sociedad de la globalización y de la comunicación. No nos olvidemos de los emigrantes ni tampoco de las familias palentinas que no tienen lo suficiente para llegar a final de mes, que las hay. Desde todas las instancias, públicas o privadas, tenemos que prestar atención.
¿Dónde sacar la fuerza para vivir así? En Dios y de Dios. Como lo hizo san Antolín y el mismo Cristo. En el salmo responsorial nos hacíamos eco de la plegaria de Jesús en la cruz: “A tus manos Padre, encomiendo mi espíritu”. En el ejemplo de Cristo que siempre confió en el Padre y no quedó defraudado y en su Espíritu, que él nos ha dado para ser fuertes y valientes, fieles y perseverantes, confesantes y no vergonzantes.
3. Todo esto caminando y cantando: es decir: sin estancarnos, en salida, con los ojos y los oídos de la cara y del corazón bien abiertos a los hombres y mujeres que conviven con nosotros como dice el papa, saliendo al encuentro, dando el primer paso; pero caminado con otros, como iglesia, en sinodalidad, unidos a otros laicos, miembros de vida consagrada y sacerdotes, uniendo nuestros hombros, nuestras almas y corazones, asumiendo el plan y las programaciones de la pastoral diocesana, aportando nuestras iniciativas particulares e integrándolas en la pastoral de la diócesis. Caminando tras las huellas de Cristo, en fidelidad, amándole, y apoyándonos en él, sin miedo, sin pesimismo, con ilusión y entrega, fomentando los sueños y la utopía de un cielo nuevo y una tierra nueva en la que los hombres vivamos como hermanos reconciliados, los pobres sean los primeros en la sociedad, la creación sea respetada y protegida, y soñando con el Reino. Pero con alegría, cantando; es verdad que en ocasiones no hay muchos motivos para la alegría, sino para las lágrimas, pero aquí tenemos que poner nosotros alegría, entusiasmo, ilusión; una alegría que brota no de que las cosas vayan bien, sino de saber que nuestro mundo e historia están en las manos de Cristo, que el mal y la muerte ya han sido vencidos por Cristo, que Dios es amor y nos ama, nos acompaña y sostiene. Y todo en comunidad, una comunidad unida en la fe y en la caridad, una comunidad que integra la diversidad en la unidad, que acoge las diversas voces, que sufre con el que sufre, que trabaja y se alegra con el que trabaja y se alegra, unidos, que escucha unida lo que el Espíritu nos dice hoy.
4. Pidamos al Señor, por la intercesión de san Antolín, que nos ayude a ser testigos y servidores, a soportar por su amor las adversidades y caminar cantando y unidos hacia él, fuente de toda vida. Que la Eucaristía, memorial del martirio de Cristo nos aliente para cimentarnos más en el amor de Dios, fomentar la esperanza, e imitar a San Antolín, con nuestro testimonio y nuestro servicio por amor.