Palabra y Vida - No retrasemos nuestra colaboración

Dicen que los pueblos del mediterráneo llevan en su ADN el comercio. Comprar y vender son el alma de su vida y sin negociar no se entiende el vivir. Negociar con los tesoros que Dios nos ha prestado, con el fin de ganar la vida eterna, resume la enseñanza evangélica de este domingo.

 

Producir el doble

El Señor alaba a los siervos que lograron producir el doble de lo recibido de manera que los felicita con estas palabras: “bien hecho, siervo bueno y fiel, toma una tarea mayor”. Agradece y valora al sirviente no solo su trabajo, sino su lealtad, su valentía y su esfuerzo por haberse tomado en serio la tarea recibida. No solo se valora el resultado sino aquello que hizo posible el éxito. Se sienten identificados con el Señor, les une la amistad, se sienten orgullosos por el encargo y dan mucha importancia a lo recibido, identificándose con los bienes del Señor. Todo ello les llevó a negociar, a tomarse en serio el encargo y tratar de agradar al Señor con su trabajo. Y aunque conocían los riesgos que ello suponía, no por eso les paraliza el miedo, sino que les alienta a hacerlo mejor.

 

El que recibió uno… lo enterró

Aunque suene “raro” este comportamiento de enterrar la moneda que le dieron, debemos verlo como un gesto corriente ya que, en ese tiempo, la gente enterraba el dinero. En Palestina era un recurso frecuente para que no se lo robaran. Recordemos la parábola del Reino en la que Jesús dice que el Reino es como un tesoro enterrado en el campo que una persona encuentra. (Mt, 13, 44). Era una forma de guardar los bienes con seguridad en un tiempo políticamente turbulento y asegurar que no se perderían y se podrían recuperar pasado un tiempo.

¿Por qué entonces no agradó este comportamiento al Señor? Esta actitud se cuestiona porque es la forma fácil y sencilla de no trabajar. Se le acusa de comodidad, de no implicarse ni complicarse en lo encomendado, de no intentar agradar a quien confió en él. Su comportamiento conservador habla del poco interés por la tarea encomendada, la poca estima de quién te lo ha encomendado y una aptitud apática hacia lo encargado. Posiblemente, todo ello justificado por el miedo o por el temor de no acertar a realizar bien la tarea, le llevó a esconder y enterrar la moneda y despreocuparse.

 

No defraudemos al Señor

Descubramos el auténtico sentido de la parábola. En primer lugar, dar valor a lo que se nos ha confiado. Luego, poner interés en lo que hacemos para agradar al Señor que nos confió la vida y los talentos. En tercer lugar, tomándonos en serio el compromiso de alcanzar el éxito logrando multiplicar lo recibido y no conformarnos con lo mínimo. Son muchos los bienes que el Señor nos ha confiado. En nuestras manos tenemos diversas monedas con el encargo de que las cuidemos y las hagamos producir. Que el Señor, que nos lo confió, un día valore nuestro trabajo y alabe nuestro interés por multiplicar los bienes mostrando que nos ha preocupado su tarea. No retrasemos nuestra colaboración. Que no nos dé miedo custodiar lo que hemos recibido temiendo perderlo. Recordemos que un único talento que tengamos debemos sacarle el mayor rendimiento para gloria de Dios. No podemos usar la excusa de que es insignificante lo que tenemos y no merecerá la pena esforzarnos. Pidamos ser valientes y leales sirvientes capaces de satisfacer los deseos del Señor negociando los bienes que nos ha prestado y nunca caigamos en la tentación de enterrarlos.

Hoy la Iglesia quiere que tengamos presente en la oración y luego en el compromiso de caridad a los pobres y necesitados. Que la Palabra que hemos escuchado y meditado genere en nosotros sentimientos de caridad y ayuda a los pobres.

 

José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia

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