El Día de la Iglesia Diocesana, que celebraremos el próximo 10 de noviembre- es también un homenaje a tantos y tantos que, como Pepe, Ascen, Javier, Uca, Amparo, Rosa o Manuela, con su acción, su oración y su fidelidad, tratan de mantener viva la fe en esta tierra palentina.
La vida de la Iglesia, de una diócesis, es mucho más que sus rostros visibles, sus momentos extraordinarios, sus campañas de marketing o sus programaciones pastorales. Hay un día a día, silencioso y humilde, a menudo desconocido, cuyos protagonistas queremos traer hoy a las páginas de Iglesia en Palencia. Es un modo de reconocer y agradecer a todos esos hombres y mujeres que mantienen viva la fe en nuestras parroquias, y tratan de llevar el amor y la esperanza de Jesús a cada uno de los rincones de nuestra geografía palentina.
Las jornadas de Pepe Liébana, de Santibáñez de la Peña, se parecen mucho entre sí. A sus 77 años, siempre ha vivido en el pueblo; la enfermedad ha sido su compañera constante de camino. “Salgo de casa muy poco. Antes vivía con mis padres, y ahora con un hermano. Paso la mayor parte del día sentado, porque me canso mucho”.
Su vida no es fácil... pero tiene un secreto para sobrellevar el peso y la monotonía de esta cruz: “La fe la recibí en el seno de mi familia. Cuando había misa diaria en la parroquia, acudía siempre que podía, y ahora no falto los domingos. Dedico mucho tiempo a la oración cada día: varios rosarios, las flores a la Virgen, el Corazón de Jesús, los laudes y vísperas, un vía crucis... Durante muchos años fui todos los días a hacer una visita al Santísimo en la Iglesia, y he tratado siempre de ayudar a los demás, aunque mi pensión es muy pequeña. Si me fallara la fe, no me quedaría nada donde agarrarme. Esto es lo que me permite vivir mi enfermedad con ilusión y esperanza”.
La vida de Rosa Mª González, 62 años, transcurre en su pequeño consultorio de Revilla de Collazos, donde es titular desde 1983. La tarea de un médico rural consiste en acompañar, animar, sanar, y, llegado el momento, ayudar a la persona a vivir con sentido y esperanza la última etapa de la vida. “A veces, el enfermo, más que pastillas, que lo que necesita es escucha y cariño. No me avergüenzo de decir que soy creyente; mis pacientes no se extrañan cuando les hablo de la fe o les invito a acercarse a los sacramentos”.
En su vida hay un antes y un después, según ella misma confiesa: “Recibí la fe de pequeña, pero en mi grupo de la Renovación Carismática, tuve una experiencia fuerte de encuentro con Jesús: supe que Dios existe, que me ama, y que sigue habiendo milagros. Antes iba a misa, pero no tenía una relación profunda con Jesús; ahora la fe es una parte esencial de mi vida, y la necesito para ser feliz. Cuando no recibo a Jesús ni rezo, voy a la deriva, no tengo fuerzas ni ánimo”.
A veces, su fe le lleva a tomar opciones firmes, que la señalan públicamente, pero asume las consecuencias: “Mis pacientes saben que soy objetora de conciencia, y no colaboro ni activa ni pasivamente con procedimientos que no vaya dirigidos a sanar a la persona”.
En su parroquia, también participa activamente: “Somos 45 personas en el pueblo, aunque en invierno vamos a misa unas 3”. ¿Y no te desanimas? -le pregunto- “Para mí ha sido un ejemplo de vida y entrega nuestro párroco, don Jesús Nevares. Celebraba la misa, aunque fuéramos tres, con sabañones en las manos por el frío. Muchas veces pensaba: si don Jesús no se desanima, yo tampoco”.
Uca Alonso es mujer, madre, esposa, y trabajadora en su pueblo, San Cebrián de Campos. Regala su tiempo y sus talentos en su parroquia, como tesorera de la Junta Parroquial: “Mi padre era conductor, y siempre me sorprendió, de niña, ver a mi madre rezar a la Virgen para que mi padre no tuviera ninguna desgracia”.
En los pequeños pueblos, la función de las Juntas Parroquiales es insustituible: gestionan la economía y el mantenimiento de los templos, y se encargan de abrir y cerrar la iglesia, limpiarla, leer en la eucaristía, buscar niños que presenten las ofrendas o pasen el cestillo, tocar las campanas, preparar los pasos de Semana Santa... En tiempos en que los sacerdotes atienden cada vez más parroquias, personas como Uca son una ayuda fundamental. “La parroquia es como mi casa. Intentamos encargarnos de todo lo material para que los sacerdotes puedan centrarse en su tarea propia, el cuidado espiritual de los fieles”.
Y todo esto, ¿por qué? “Trato deponer en práctica la fe en Jesús. Las personas mayores lo agradecen, y eso produce satisfacción. Mi gran preocupación, sin embargo, son los jóvenes, alejados de las cosas de Dios y de la Iglesia. ¿Me pregunto cómo atraerlos? Quizá cuando sean mayores descubren la fe, pero de momento me entristece que no sea así”.
La Valdavia es tierra de santos y mártires: en el siglo XX, Mons, Anselmo Polanco y el padre Mariano de la Mata... Precisamente, en La Puebla de Valdavia, en la casa natal de este beato agustino, fallecido en 1983, vive Amparo García, de52 años, casada y con dos hijos. “El beato Mariano se crió en esta casa donde vivimos, era de la familia de mi marido. De hecho, mi madre, de 94 años, duerme en la habitación del beato, ¡y dice que se duerme muy bien!”
Además de las tareas de casa, es peluquera en Saldaña, y colabora con la parroquia de su pueblo y el Consejo Pastoral de su Arciprestazgo. “Mis padres eran cristianos y siempre viví la fe desde niña. Muchos de mi generación se bajaron del tren, pero yo sigo”.
Su labor, como la de tantos otros laicos, es sencilla, pero fundamental para las parroquias: “Formo parte del coro parroquial, y me encargo de recoger, las cuotas parroquiales y colectas, de repartir las revistas, de abrir el cepillo, de limpiar. Leo en la iglesia desde los 14 años. Lo hago desinteresadamente, con alegría e ilusión; me siento cómoda en las cosas de Dios. Animo a todas las personas a que colaboren en sus parroquias, y que no se desanimen a pesar de la pequeñez: no importa la cantidad, sino la calidad”.
En Tierra de Campos, a la sombra de su Giralda, encontramos a Ascensión del Valle, de 68 años. Apasionada de su pueblo, de su parroquia, del arte y de la historia, Acompaña a los que visitan la hermosa iglesia de Ampudia y su Museo: “es una suerte de poder evangelizar a través del arte”.
Como muchos otros cristianos de su generación, Ascen recibió el regalo de la fe en el seno de la familia: “mis padres tenían una fe sencilla y auténtica, fortalecida con su asistencia asidua a la Iglesia. Siempre me sorprendió cómo entrelazaban su vida cotidiana con la confianza en el Señor. A los seis años, mi madre me enseñó a cantar el himno de la parroquia, con el que aprendí la belleza de pertenecer a la pequeña comunidad parroquial y a la gran familia de la Iglesia católica”.
Su compromiso es ‘todoterreno’: “la fe me llevó a involucrarme en las distintas tareas parroquiales: catequesis de niños o adolescentes, coro, flores, limpieza, liturgia... Pero lo que más me gusta es visitar a los ancianos de la residencia. Les escuchamos, les informamos de las actividades, recordamos las tradiciones, y disfrutamos al ver su mirada ilusionada”.
Y concluye su testimonio con una alabanza que bien podría grabarse en piedra en cualquiera de nuestros templos: “¡Benditas parroquias, que, a través de la Palabra de Dios, siembran en el corazón de los fieles amor, esperanza y salvación!”
La de Francisco Javier García, de 60 años, es una parroquia “especial”. Es uno de los capellanes de los más de 1100 reclusos de la cárcel de Dueñas. Allí trata de acompañar, llevar esperanza y reconstruir las vidas de los que cumplen allí condena: “nuestra presencia es importante porque sólo estando, eres conocido y te haces merecedor de confianza”.
Su jornada en la prisión está hecha de momentos ‘ordinarios’ y ‘extraordinarios’: “enviamos dinero a las familias, facilitamos una tarjeta telefónica a los reclusos -muchos son indigentes-, realizamos talleres -Biblia, francés, manualidades, guitarra-, etc... Y también celebramos la eucaristía, cada domingo”.
Para Javier, las personas que cumplen condena no son peores que los demás, y ser cura entre ellos es un privilegio: “la vida no se divide en buenos y malos, es muy compleja y hay muchas circunstancias que influyen para que una persona acabe en la prisión. Los presos son unos de los preferidos de Dios. Con ellos me hago más humano y ayudo, también, a que el mundo sea más humano”.
La “parroquia” de la Hna. Manuela Rubio también es muy especial. Como ella misma dice “con alegría tengo que decir que sirvo a las personas sin hogar en el Centro de Acogida “Nuestra Señora del Otero” de Cáritas. Es una dedicación a los preferidos del Evangelio, los que carecen de trabajo, hogar, dinero, familia, apoyo, de relaciones sociales y hasta motivaciones para seguir adelante”, y se mantiene firme en la creencia de que “toda persona en la situación que esté alberga dignidad, la misma que la tuya o la mía, toda persona es Hijo de Dios. Apuesto por la persona”.
El del Centro de Acogida de Cáritas es un servicio a la Iglesia y a los más pobres... muy especial y así afirma que “soy Hija de la Caridad, por tanto, he sentido la llamada del Señor haciéndome partícipe en la construcción de su Reino sirviendo a los más necesitados en esta Iglesia de Palencia. Cristo es el motor que me impulsa, los pobres el grito que me llama y mi comunidad el sostén de cada día. Me siento feliz y agradecida al Señor y a las personas por regalarme esta vida”.
Julio J. Gómez