Siglo XXI - Y todo por amor

Siglo XXI - Y todo por amor

Desde la fe sólo podemos decir una cosa: que todo lo que atañe a la persona de Jesucristo nos desborda. Es como querer meter el río en un vaso de mesa.

Desde luego, podemos narrar todo lo que históricamente se puede decir de Él. Ni una palabra más. Ni tampoco, una menos.

Jesús de Nazaret es un personaje histórico al que, además de los creyentes, se refirieron en su época judíos como Flavio Josefo y romanos como Plinio, Tácito y Suetonio. Nació bajo el imperio de Augusto y murió bajo el de Tiberio. Esta es la verdad histórica; otros grandes personajes de la antigüedad, como por ejemplo Sócrates, tienen menos datos de su existencia que Jesús de Nazaret. Así que Cristo no es un mito.

Pero cuando nos adentramos en el vestíbulo del misterio y nos referimos a Él, debemos quitarnos no la cabeza, sino las sandalias de los pies. La tierra que pisamos es sagrada...

Por tanto, se puede hablar de la Navidad como de una fiesta entrañable, familiar y cálida. Aunque suba la luz, siempre encenderemos luces. Él es la Luz. Y aunque los dulces y alcoholes no nos sienten bien del todo, siempre podremos hacer un exceso. Por un día...

Ahora bien, si hablamos de la Navidad cristiana”, seamos serios, porque nos encontraremos enseguida con el misterio de la Encarnación. No le demos más vueltas. Entraremos en la nube, como Moisés y como aquellos del Tabor.

Los “no creyentes” aquí se estrellan, y algunos empiezan a echar “balones fuera”. Y los “creyentes”, a veces, teniéndolo en principio claro, nos despistamos como orugas en primavera. Soslayamos el tema principal de la Navidad, aquello que, como creyentes, deberíamos celebrar con alegría desbordante, la maravilla del “Emmanuel”, y nos dedicamos a andar por las ramas con cursilerías varias (eso sí, muy navideñas).

Anotemos bien: celebrar una Navidad cristiana es celebrar un misterio que nos desborda: el de un Dios que, siendo eterno, se hace con nosotros “tiempo”; siendo grande, se hace con nosotros “pequeño”; siendo inmortal, se hace “vulnerable”; siendo rico, se hace “pobre”“Siendo de condición divina (...) se despojó de su grandeza” (Flp 2, 6-7).

El misterio de la Encarnación nos desborda y nos deslumbra. La Encarnación del Hijo de Dios no es una verdad científica, astronómica, esotérica; es un misterio de amor. El amor tiene cosas como estas: que todo un Dios, sin dejar de serlo, se hace uno de los nuestros; que el Omnipotente se hace débil; que el Inmortal pasa por la muerte; que el Justo puede ser tomado por embaucador; que el Creador, al darnos su Hijo, se hace criatura.

Y todo por amor, por decisión suya. Suya fue la iniciativa de “descender”. Nos cuesta creer esto, ¿saben ustedes por qué? Porque nosotros siempre estamos “ascendiendo”, siempre “trepando”.

Dios es un peregrino, un compañero de viaje a quien hay que descubrir, pero primero, añorar, desear y esperar. No se descubre nada que no se desee primero. Los de Emaús tuvieron que frotarse los ojos para descubrirlo como un singular peregrino a su lado. Fue al partirles el pan, un gesto de cercanía, cuando se les “abrieron los ojos”.

¡Feliz Navidad, 2022!