Contagiar solidaridad para acabar con el hambre

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

No estamos afectados únicamente por la pandemia del Covid-19 y sus mutaciones o cepas. Hay otras muchas pandemias que afectan a nuestro mundo y sociedad. Una de ellas es el hambre. Otras son la falta de una sanidad y sus recursos para todos, la falta de vivienda, de educación, el odio tribal, las guerras fratricidas, el terrorismo, los populismos, el rencor, ciertas filosofías e ideologías que consideran que el dinero es lo más importante en la vida, el placer y de manera especial el sexual, ante todo, confundiéndolo con felicidad, el bien propio por encima del bien común.

Para la pandemia del hambre que afecta millones de personas, especialmente a niños y ancianos, los más débiles de la sociedad, no hay vacunas; lo que tiene que haber es voluntad en las personas y en los pueblos, particularmente en los gobiernos, para acabar con ella y no seguir contagiando.

Y ante esto no vale decir: “ande yo caliente y ríase la gente”, ni tampoco lo que denuncia San Juan en su I Carta: «Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo va a estar en el amor el de Dios?» (I Jn 3,17). Y también: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y uno de vosotros le dice “id en paz, abrigaos y sacios”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¡de qué le sirve?» (I Jn 2, 14-16).

La organización Manos Unidas, nacida hace más de cincuenta años en el seno de la Acción Católica Española Femenina, nos llama como un eco de la voz de Dios que clama y grita por los pobres y los hambrientos pidiendo ayuda, a no mirar para otro lado, ni hacernos los suecos -con perdón de los suecos-, sino samaritanos y buenos samaritanos (cfr. Lc 19, 25-27) a salir de nosotros en su auxilio, compartiendo solidariamente cuanto somos y tenemos. No sólo dinero, aunque también para apoyar proyectos de desarrollo y promoción, sino también, por ejemplo comprando los bienes de cooperativas de desarrollo a través de tiendas de Comercio Justo, o conectando con misioneros, particularmente con los misioneros palentinos que están en países subdesarrollados como el obispo Mons. Nicolás Castellanos en Bolivia, o sacerdotes diocesanos como D. Domingo en Piura (Perú), Ángel Benito, en Iquitos (Perú), Bolo, en Santa Rosa (Bolivia), Eduardo en Kazajistán, o Ángel en Tailandia, o Ismael en Japón, o Luis Fernando y Eulogio que están en Lima, (Perú), y apoyarles con nuestra oración, con un email, con unas letras de estima y ánimo fraterno, y a otros muchos religiosos religiosas y laicos y laicas, incluso familias enteras de nuestra Diócesis y Provincia de Palencia que están llevando el Evangelio con obras y palabras en América, África, Asia y en el mismo Europa.

Es más: tenemos que contagiar a otros para que ellos entren en este circuito de solidaridad con Manos Unidas. A nuestros familiares, a los hijos, a los vecinos y conocidos, a las instituciones, a las empresas, etc. Todos tenemos que entrar y sintonizar con este ideal noble que nos propone manos Unidas, que no es utópico e irrealizable, sino que está al alcance de nuestras manos si nos empeñamos todos.

Una observación más: Tristemente el hambre no está en países lejanos y pobres, faltos de desarrollo. También entre nosotros, en Europa y en España, también en Palencia. En algunas ciudades hay “colas del hambre”. Se ven pocas imágenes en las televisiones, porque algunos llevan la práctica de lo “políticamente correcto”, de no enseñar ni mostrar para hacernos creer que aquí no se da esta secuela del coronavirus, consecuencia de la crisis económica, de los EREs y ERTEs, del cierre de empresas y negocios, más bien pequeños. Muchas familias no tienen acceso al paro, ni reciben nada de los ERTEs, ni tampoco del Salario Mínimo Vital. Es verdad que instituciones como Caritas Diocesana o las Cáritas Parroquiales, o el Banco de Alimentos o la Cruz Roja, y otras instituciones sociales y humanitarias, ayudan; nosotros no podemos desentendernos. Quizá son vecinos nuestros, de la misma escalera y no dicen nada porque les da vergüenza. Que nos interesemos, que nos hagamos los encontradizos y, en la medida de nuestras posibilidades, ayudemos, pero de buena voluntad. «No se trata de aliviar a otros pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar... Cada uno dé como le dicte su corazón, no a disgusto ni a la fuerza, pues Dios ama al que da con alegría» (II Cor 8, 13; 9, 7).

No olvidemos que al final seremos examinados de amor, si dimos pan al Señor mismo que está en el hambriento, el desnudo... en el hermano (Mt 25, 31-46).

 

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