Mientras haya personas, hay esperanza

Mientras haya personas, hay esperanza

La fiesta del Corpus Christi, el día de la Caridad, es una invitación a participar en la mesa de la Eucaristía, comulgar con Jesús y ser pan partido y repartido para los hermanos. El Corpus de este año es especialmente significativo porque está marcado por el Jubileo de la Esperanza. “Mientras haya personas, hay esperanza”, es el lema de la campaña de Caritas de este año. Me hago eco de la carta de los obispos de la Subcomisión para la Acción Caritativa y Social.

Vivimos rodeados de violencia, en un tiempo en el que la desesperanza nos asalta y necesitamos reavivar la confianza en el futuro. Aunque el progreso científico y tecnológico promete bienestar, la realidad humana es cada vez más frágil y vulnerable. La guerra, expresión extrema de esta violencia, devasta numerosos rincones del mundo: Tierra Santa, Irán, Ucrania, el Cáucaso, el Cuerno de África... Provoca éxodos masivos, expulsa a pueblos enteros a territorios inhóspitos y vacía el sentido de pertenencia. Su herencia es muerte, destrucción, miseria, hambre, odio y desesperación.

Por otra parte, las personas migrantes afrontan enormes barreras para integrarse. Muchas son tratadas como piezas prescindibles de un sistema que descarta, lo que genera una profunda humillación. En la diócesis, hemos decidido que haya un gesto jubilar duradero y significativo, que consiste en impulsar el Secretariado de Atención a las Personas Migrantes, que colabore activamente con las diócesis de Canarias, a dar acogida a través de pasillos humanitarios, a algunos jóvenes que esperan en las islas un futuro muy incierto.

El Cuerpo de Cristo se nos ofrece como el único alimento capaz de traer paz ante tanta violencia y también se ofrece como alimento y ejemplo de nuestro compromiso activo. El papa León XIV acaba de recordarnos la importancia de salir al encuentro de estas realidades: «en estas cuestiones es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada sobre por qué ha sucedido algo o cómo superarlo». Debemos acercarnos, porque «la esperanza supone un movimiento de búsqueda. Quizá sea precisamente por eso que nos lanza a lo desconocido, hacia lo intransitado, hacia lo abierto, hacia lo que todavía no es, porque no se queda en lo que ha sido ni en lo que ya es. Pone rumbo a lo que aún está por hacer. Sale en busca de lo nuevo, de lo totalmente distinto, de lo que jamás ha existido».

Pero es necesario recordar que quien participa en la Eucaristía ha de empeñarse en construir paz y denunciar las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el valor tan alto de cada persona. Si no tomamos conciencia de esto, nuestras eucaristías se aproximan a la incoherencia. Es bueno y conveniente proponer algunos caminos para peregrinar en este tiempo y para no quedarnos en la geografía de las buenas intenciones:

 Orar por los demás y con los demás. Buscar silencio para orar y contemplar, y si es posible, que esta oración sea en comunidad, para descubrir la presencia del Resucitado en medio de nosotros.

Unir, como decían los Santos Padres, el sacramento del altar (la Eucaristía) con el sacramento del hermano necesitado.

Compartir algunos testimonios de fe y algunos compromisos que hayas vivido y experimentado. Contar cómo Dios ha obrado en nuestras vidas, inspira y anima a otros. La esperanza es contagiosa cuando viene desde una experiencia viva. 

Participar en algún grupo o comunidad. Puede ser un voluntariado, un grupo de reflexión, compartir un hobby o un proyecto solidario. Salir al encuentro de otras personas es siempre enriquecedor.

Celebrar el sacramento de la Reconciliación. Deseamos y anhelamos la paz, pero no puede darse si no contribuimos a ella sanando nuestras heridas, acogiendo y comprendiendo las heridas de los otros. “La paz comienza por cada uno de nosotros”.

Escuchar sin juzgar. Escuchar con empatía, con todos los sentidos puestos en la otra persona, puede devolver la esperanza y sacar de la invisibilidad y de la tristeza al otro.

Mientras haya personas dispuestas a ponerse en camino, hay esperanza. Es hora de ser peregrinos de esperanza, para anunciar el amor de Cristo al mundo. El papa León XIV, en su homilía de comienzo del ministerio, nos ha dejado un encargo ineludible: «¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio». Alimentémonos y adoremos el Cuerpo de Cristo para que su Paz inunde y transforme el mundo.

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia