+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Este domingo celebramos el día del Corpus Christi, o del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es una fiesta especial, porque, a diferencia de los domingos y días de fiesta, esta fiesta quiere proclamar por las plazas y calles de nuestros pueblos y ciudades el amor más grande que es Jesucristo, el que se entregó como nadie hasta el final, hasta dar la vida por sus amigos e incluso por sus enemigos, por todos. Es verdad que este año no podemos salir a las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades por la pandemia y sus secuelas, pero no por eso debemos dejar de caer en la cuenta, apreciar, valorar, agradecer, cantar al “amor de los amores” que cantaba el poeta agustino, palentino y, por más señas, carrionés, y seguir sus ejemplos de amor.
Cada día celebramos en la Eucaristía el memorial de su muerte y resurrección, de su vida, su palabra, su paso entre nosotros que sólo tiene una clave, el amor. Un amor que no es sensiblería barata, ni una simple emoción, sino una entrega, un desvivirse por los demás, una “pro-existencia, es decir, vivir para y por los demás, olvidándose de sí, de su comodidad, confort, y felicidad para que los demás tengamos vida, alegría, felicidad temporal y eterna.
Todo esto lo celebramos especialmente el día del Corpus. Y en este día Cáritas nos recuerda que debemos vivir más y mejor el amor mutuo. Cáritas no es una ONG, no es una asociación filantrópica ni cultural, es la misma Iglesia, comunidad de cristianos que creemos en Jesús, nos sentimos amados, acogidos, perdonados y acompañados por Él y queremos ser sus amigos, sus discípulos y misioneros. Los cristianos queremos secundar los planes y proyectos de Dios, que consisten en hacer de la humanidad un pueblo de hijos suyos y hermanos, una familia donde el amor mutuo corra por sus venas, en sus pensamientos y obras. Es a lo que nos llama el lema de este año: “SEAMOS MÁS PUEBLO”. El plan de Dios que fue manifestado a Abrahán, bendecir a todos los pueblos, decir bien y hacer el bien para que todos los hombres vivamos en unidad, en justicia, en verdad, en paz, en igualdad, en el amor. Dicho de otra manera, para que seamos pueblo, más pueblo de Dios. «En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia sea de la nación que sea» (Hec 10, 35). Sin embrago, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel como pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a través de la historia y lo fue santificando. Pero donde todo esto se realizó en plenitud, sin la infidelidad de Israel y con la correspondencia fiel de un hombre, es en Jesucristo. Jesús instituyó esta nueva alianza, es decir, el Nuevo Testamento, en su sangre convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu Santo y fueran el nuevo Pueblo de Dios.
Este Pueblo tiene por cabeza a Cristo, que se entregó por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación y que ahora reina glorioso en el cielo... La identidad de este pueblo es la dignidad y libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Su ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (Jn 13, 34). Su destino es el Reino de Dios (LG 9). Este pueblo tiene como misión seguir la obra misma de Jesucristo: hacer de todos los hombres una familia unida y fraterna, que invoque y sienta a Dios como Padre y reconozca a todos los hombres como hermanos, pero no únicamente en teoría, sino en la práctica.
Lo tenemos que hacer es un pueblo habitado por más de 7.000 millones de hombres, de vecinos y vecinas que se conocen, se ayudan, en el que nadie queda fuera, donde se comparte la alegría y el dolor, los bienes, las esperanzas, las ilusiones, donde los más débiles son los más queridos y atendidos. Esto es lo que hace Cáritas en las Parroquias o Unidades Pastorales de nuestra Diócesis como manifiesta la Memoria Anual de 2020 y en el mundo entero. Colaboremos con Cáritas, seamos Cáritas. Y para eso, ¿qué hacer?
- Cambiar nuestro estilo de vida, que sea lo más parecido al de Jesús de Nazaret, cultivando la cercanía, la disponibilidad. Hacernos vecinos y vecinas, re-vincularnos con las otras personas y grupos, dando y dándonos y si lo necesitamos pidiendo, porque así se construye fraternidad.
- Cambiar la mirada, de los ojos y sobre todo del corazón como el Buen Samaritano (Lc 10, 15-37), no sólo a los cercanos, o nacionales, sino a todo hombre o mujer, conociéndolos por su nombre, escuchando, atendiendo y sanando a los compañeros de camino.
- Seamos agradecidos, bendiciendo, compartiendo el tiempo, las cualidades, cuanto somos y tenemos. No pasemos de largo; tratemos a los demás como tú quieras que te traten.
- Haremos un mundo mejor, más pueblo, menos suciedad y más sociedad, cuando vivamos sinceramente como hermanos que se quieren de verdad.
Ánimo. El amor hace nuevas todas las cosas y personas, hace un mundo nuevo, hace más pueblo.