Impresiones de una Visita - II

Impresiones de una Visita - II

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

En la pasada Visita ad Limina del pasado mes de diciembre yo me hospedé en el Colegio Internacional Santa Mónica, junto a la columnata de la Plaza de San Pedro, en una comunidad internacional de agustinos donde estaban algunos antiguos compañeros y alumnos, en fraternidad agustiniana, compartiendo oración, mesa y alguna tertulia ante la televisión.

Me impresionaron las eucaristías en las basílicas, de manera especial ante la tumba de san Pedro, en las grutas vaticanas, Santa María la Mayor y la celebrada en la Iglesia de Santiago y Ntra. Sra. De Monserrat, no tanto el marco arquitectónico y el arte, valorados por todos, sino por los símbolos de la fe que encierran; me calaron muy hondo. Fueron eucaristías normales, concelebradas por todos los obispos, en comunión fraterna. En san Pedro, la misma confesión de San Pedro en la región de Cesarea de Filipo, en Galilea: «Tu eres el Masías -el Cristo-, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), y la triple confesión de amor a Jesús junto al lago de Tiberíades: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te amo», y la triple expresión de confianza de Jesús a Pedro: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15-19). Allí se respira la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Me detuve un poco orando con gratitud ante la humilde tumba de San Pablo VI y del próximo beato Juan Pablo I.

En Santa María la Mayor, ante el icono de la patrona de Roma “Santa María salus populi romani” -Santa María, salvación del pueblo romano-, di gracias a Dios por habernos dado en Santa María una Madre, que es «vida, dulzura y esperanza nuestra», tan querida en nuestra Diócesis bajo diversas y bellas advocaciones. En la Iglesia de Santiago y Ntra. Sra. De Monserrat, la Iglesia de los Españoles, con tanta historia acumulada de España en sus muros, particularmente de los reinos de Castilla y Aragón; estábamos en algo nuestro, me sentí y nos hicieron sentir en nuestra propia casa.

Por las mañanas, además de las Eucaristías tempranas, comenzábamos las visitas a las distintas congregaciones. Aunque cada una es distinta, con personas distintas, tareas distintas, todas al servicio del ministerio del Papa, sentí que la Iglesia es una, con una problemática común, siguiendo el camino evangelizador señalado por el Concilio Vaticano II, los papas posteriores, los sínodos universales, y hoy por el magisterio del Papa Francisco, particularmente en Evangelii Gaudium, Fratelli Tutti y Laudato Si.

Percibí que estaban interesados en oír a todos los obispos españoles, aunque la realidad de España no les era desconocida, desde la situación propiamente pastoral, pero también la social, política, etc. Y todo con un tinte sinodal, que es con el que quiere impregnar el papa a toda la Iglesia, su ser presente y futuro. El diálogo en las distintas congregaciones fue franco, abierto y fraterno. En unas congregaciones, después de las presentaciones, se pasaba al diálogo; en otras se presentaba la finalidad de la congregación, temas que se tratan, departamentos, secciones... y después un diálogo entre todos, terminando con un café. Los presidentes y el personal de cada congregación reflejaban la catolicidad de la Iglesia; había presidentes, generalmente cardenales, también un laico, de Corea, Malta, Brasil, Canadá, África, España, Italia... El personal que allí trabaja, también es internacional y también hay españoles y españolas. Una de las que me encontré fue una religiosa de las Nazarenas, la Hna. Leonor, tan unidas a San Manuel González y a Palencia.

La plaza de San Pedro parecía la plaza mayor, no solo de la Iglesia, sino del mundo entero; se notaba, me dijeron, menos turismo que otras veces, como consecuencia del COVID, todos con las mascarillas; y como estaba cerca la Navidad, estaba muy bien iluminada, con un árbol majestuoso, y un Belén grande, monumental, peruano, en el que no faltaba el cóndor y los villancicos de ritmo andino. En la basílica de San Pedro vi que muchos se detenían ante la Pietá de Miguel Ángel, pero también cómo oraban en la capilla del Santísimo y ante las tumbas de San Juna XXIII y San Juan Pablo II.

Al final, tengo que decirlo, por una parte, quería volver, cansado de andar de acá para allá, muchas veces casi corriendo, pero por otra queriendo exprimir más el jugo a esta ciudad, la Roma eterna. Por descontado no fueron días de turismo, no íbamos a eso, sino días de vivir con gozo la fe compartida con otros hermanos del mundo entero. Sin duda, para mí, ha sido una experiencia única e irrepetible, gozosa y feliz.