+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
Deseo seguir presentando, a grandes rasgos, la espiritualidad del Hermano Juan Vaccari, religioso de los Siervos de la Caridad -comúnmente llamados guanelianos-, que falleció en Palencia el 9 de octubre de 1971, cuyo proceso de Beatificación y Canonización hemos abierto el pasado 23 de abril.
Una nota de su espiritualidad es la oración. Enamorado de la oración. Para él la plegaria es un grito de ayuda en las pruebas y tentaciones, y casi siempre, acción de gracias. «Agradecer a Dios y al prójimo; sentir la necesidad de acostumbrarme a dar gracias. Deo gratias, Deo gratias, por todo y siempre, tanto en las alegrías como en las pruebas». «Que esta virtud de amar a Dios al prójimo penetre al fondo de mi alma y aleje de mi cualquier antipatía y egoísmo, que perdone enseguida y haga todo lo posible para que mi vida entera sea una alabanza de la caridad». «Que sea mi testamento: darme y dar...». «Más amor, un amor que encienda a todo en una fe viva y una caridad ardiente».
Enamoradme de la caridad. Decía a la Virgen María: «Oh María... enamoradme de la caridad». No hay carta donde no haga mención, de una manera o otra de la caridad. Decía de él su hermano Marcelo: «Cuando éramos pequeños teníamos que cuidar a los animales, y durante los meses de invierno teníamos solamente un par guantes para los dos. Ahora bien, Juan me los dejaba a mí en las horas más frías y cuando el aire ya se había calentado se los ponía él». Él sabía que lo que más necesita la Iglesia, su Congregación y el mundo es la caridad. En tiempos del Concilio Vaticano II rogaba Dios diciendo: «Oh Espíritu divino, ilumina al Santo Padre y a todos los padres Conciliares, haz que de esta prestigiosa y electa asamblea renazca un nuevo Pentecostés capaz de encender los ánimos de todos los hombres. Más amor, un amor que encienda en todos una fe viva y una caridad ardiente». Para él la caridad era un ejercicio diario, hasta transformar en su testamento: «Que éste sea mi testamento: darme y dar...». Decía: «Practicar siempre la caridad. Es mejor hacer el bien que recibirlo».
Un rasgo propio es el amor a la Eucaristía. Para él era el mayor invento que Jesús podía hacer para quedarse entre nosotros. «En el silencio más absoluto porque necesito escuchar tu voz, tus llamadas, tus enseñanzas, ver con tus ojos y amarte con tu corazón». «Jesús: Haz que penetre cada día más en tu amor, tu humildad, tu caridad, tu obediencia, tu dedicación; virtudes que se juntan en tu vida eucarística».
Otro rasgo es la devoción a María y a san José y su fundador, San Luis Guanella. Decía de María: «Oh María, que en todo y para todo actúe, hable y piense como vos». Y en San José veía un ejemplo de fe, de unión con Dios, de humildad y silencio, de obediencia y caridad, de amor al trabajo y al sacrificio. En Aguilar pone una estatua de san José, que ahora está en Palencia, y le decía: «Hoy san José está de portero, de dueño y ecónomo de la casa». A él le pedía vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio. Otro amor era a San Guanella y a su congregación como no podía ser menos. Decía y oraba: «Oh santo padre Luis, haz que penetre en nosotros, tus hijos, ese espíritu genuino de caridad, de sumisión de obediencia, de pobreza, de sacrificio, de pureza y de completa dedicación de nuestra voluntad a la de Dios».
Un rasgo más es la humildad y la sencillez. Eran evidente en su vida. Sus gestos, su postura, sus palabras, no dejaban lugar a dudas. Decía san José: «¡Oh san José, hazme humilde, humilde, humilde!». Así lo manifestaba Ricardo, un señor de Alar que tenía una frutería.
Otro rasgo más es la gratitud. Siempre dando gracias a Dios, a los hermanos, a los bienhechores. Decía, como animador de las vocaciones, del párroco de Villalón: «El párroco de Villalón se portó muy bien conmigo, y me ofreció la cena y una habitación para dormir. Bendícelo». «Bendice a estos santos religiosos Pasionistas que me dieron hospitalidad en Peñafiel».
Otro rasgo es la alegría y el humor. No era un hombre serio, ajeno a la vida y a las alegrías de las cosas de cada día. Su alegría, su palabra sencilla, su sonrisa luminosa, su sentido del humor hacían de él una persona de agradable compañía: «Querida mamá y amigos de la cerveza. Sé que me esperáis y que el menda llegará pronto, a las 5 de la tarde y algo. Espero tan solo que las ruedas del tren no se desinflen o se salgan de los raíles...».
Con humor también habla de su muerte y de la esperanza del cielo; decía: «En el nombre del Señor voy acercándome a la estación “Termini”. San José me encuentre con las maletas llenas de buenas obras».
Una noche, viendo una luciérnaga, escribió: «En tus manos, oh Jesús, y en las manos de tu Madre María, y también Madre mía, y en las de San José, pongo mis propósitos: acoger la luz, irradiar, dar luz, sacándola de la Eucaristía para, como luciérnaga, dar, emanar luz». Que Juan Vaccari nos anime a seguir a Jesús y vivir en el amor.