Y de las Obras de Misericordia... ¿qué?

“¿Vas a seguir escribiendo sobre la misericordia? ¿No te pones un poco pesado?”, me dijo una persona. “Sí -le contesté-; pesado ya lo soy porque siempre he sido gordo, pero en este tema de la misericordia lo seré más”. Estoy convencido de lo que dice el papa Francisco, que la viga maestra del ser y el actuar de la Iglesia y de la renovación de la sociedad es la misericordia, que es la primera Y gran concreción del amor.

Permíteme, amable lector, que engarce una serie de citas del papa Francisco que, de verdad, son unas joyas tomadas de la Carta “Misericordia y Miseria”, publicada el 20 del mes pasado. Son interpelantes siempre, pero considero que en este tiempo que precede, acompaña y sigue a la Navidad lo son de una manera particular para convivir con todos, los de nuestra familia, los vecinos, los cercanos, los lejanos, los jóvenes, los niños, los enfermos, los jubilados que están solos, los sin techo, creyentes y no creyentes, etc. Y con uno mismo porque también necesitamos reconocer nuestras miserias y ser misericordiosos de verdad con nosotros.

«Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta de par en par. Hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos [...] La Puerta Santa que hemos atravesado en este Año Jubilar nos ha situado en la vía de la caridad, que estamos llamados a recorrer cada día con fidelidad y alegría. El camino de la misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos. Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de los hermanos porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia» (MM16).

«Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos muchos otros signos que Jesús realizó y que no están escritos, de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él. Han pasado más de dos mil años y, sin embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios.

Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada que comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimientos que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en la que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas y el amor obstáculo para el reconocimiento de la dignidad inviolable de la vida humana.

Con todo, las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social. Ella nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas, llamados a construir con nosotros una “ciudad fiable”» (MM.18).

«Esforcémonos entonces en concretar la caridad y, al mismo tiempo, en iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia. Esta posee un dinamismo inclusivo mediante el cual se extiendo en todas las direcciones, sin límites. En este sentido, estamos llamados a darle un rostro nuevo a la obras de misericordia que conocemos siempre. En efecto, la misericordia se excede; siempre va más allá, es fecunda. Es como la levadura que hace fermentar la masa y como un granito de mostaza que se convierte el árbol» (MM19).

«El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios» (MM 19).