Manos pobres de Cristo

Manos pobres de Cristo

+ Mons. Mikel Garciandía Goñi. Obispo de Palencia

Queridos lectores, paz y bien.

Hoy mi corazón me lleva a honrar a la Iglesia que peregrina en Cuba. A comienzos de septiembre de 2023, estando en el hospital cuidando a mi madre, que vivía sus últimos días de peregrinación por este mundo, recibí la llamada por parte del sacerdote cubano Ariel Suárez Jaúregui, amigo de mis tiempos de estudios en Roma, por los años 90. En estos momentos es el secretario de la Conferencia Episcopal Cubana, y me solicitaba en su nombre dedicar todo el mes de enero a impartir ejercicios espirituales a los diáconos, presbíteros y obispos de la isla en Santiago, Camagüei y La Habana.

Consulté a mi madre, y ella con una amplia sonrisa, bendijo ese servicio, recordándome su amor por Cuba trasmitido por su abuelo Pedro, soldado en la guerra del 98. Mi nombramiento de obispo, un par de semanas después del fallecimiento de nuestra madre, me hizo replantear el compromiso adquirido, reduciéndolo en el tiempo a diez días, gracias a la implicación de mi hermano sacerdote Alfonso, y de mi amigo Jesús Rodríguez Torrente, que se han encargado de las tandas de ejercicios en Camagüei y Santiago, respectivamente.

A seis días de mi regreso de la isla, resuena con fuerza el canto de entrada de la misa del domingo en la parroquia y santuario diocesano de la Virgen de la Caridad de la capital cubana: “una luz en la oscuridad, un arroyo de agua viva, un cantar a la esperanza quiere ser tu Iglesia, quiere ser tus manos, quiere ser tu voz, quiere ser tu imagen. Manos de Cristo, duras y secas, llenas de gracia. Manos solidarias en la miseria que compartan la tristeza y la alegría de vivir”.

Cuántas manos de esas he estrechado estos días, manos que lo dan y reciben todo con una sonrisa de una hondura sobrecogedoras. En Cuba he visto una Iglesia católica muy frágil y débil, zarandeada, acosada pero buscada y esperada por parte de todos. Una Iglesia con una fe humilde y limpia, comprometida y esperanzada, enraizada en Cristo pobre y entregado, en Cristo presente y resucitado. “¿Crees esto?” es el lema del octavario de la oración por la unión de los cristianos cuyo arranque tuve el honor de presidir en la Iglesia Presbiteriana Reformada, el viernes 17.

¿Crees que de todo esto puede brotar una vida para todos? Es mi pregunta desde Palencia para los hombres y mujeres instalados y cómodos de occidente. ¿Crees que desde los cismas y divisiones entre los cristianos podrá brotar la tan ansiada unidad? ¿Crees que en nuestras sociedades postmodernas y postseculares podrá brotar una nueva humanidad, capaz de retejer comunidades vivas, fecundas, proféticas, libres de ídolos y de la colonización de tantas fuerzas deshumanizadoras?

Yo he vuelto del Caribe convencido de los resortes que la esperanza y fe en Cristo puede llegar a crear y tejer en la sociedad. Me conmovió la pasión y entusiasmo que un joven carmelita descalzo cubano me habló, preguntándome por Cozuelos de Ojeda. Ante mi sorpresa por su pregunta, me confesó que su gran referencia como carmelita había sido Teodoro Becerril, bastión de la resistencia católica ante la revolución atea que estuvo a punto de lograr la erradicación del catolicismo en la isla. Recordaba la visita de su hermano Ángel, nuestro enorme misionero en Tanzania y Tailandia, y que ahora descansa con todo merecimiento en la casa sacerdotal.

Logró el padre Teodoro sortear la deportación, porque cuando el ejército revolucionario fue a por él, le preguntaron por su nombre religioso, buscaban al padre Carmelo del Sagrado Corazón. Y él les respondió que al padre Carmelo ellos ya se lo habían llevado. Que él era el padre Teodoro. Con esta treta, logró permanecer en la isla, y con su santidad de vida, reactivó la vida religiosa de tantos cubanos, que lo tienen por un hombre de Dios. También me viene al corazón mi paisana Sierva de María Sor María Jesús, que el día 13 cumplió 97 años, 77 de ellos misionera en la Habana, y toda una institución en la capital cubana.

Manos de Cristo, duras y secas, llenas de gracia, colmando las manos vacías de tantos hermanos de toda condición que ven en la Iglesia su única esperanza. La diócesis ha contribuido con una ayuda para reformar las instalaciones de catequesis de la Iglesia de la Virgen de la Caridad. Algo hemos dado, pero mucho más nos traemos: la experiencia de una Iglesia viva, luminosa, que está muriendo y renaciendo en el surco de la historia.