La clave de la paz social

El pasado día 28 de abril asistí a un encuentro de Pastoral Obrera y del Trabajo organizado por el Secretariado de Pastoral del Trabajo sobre la Dignidad del Trabajo y el Trabajo Digno. No pude estar toda la mañana porque tenía otros compromisos. Nos justamos unas cincuenta personas y tuvo dos ponencias Francisco Porcar Rebollar, militante de la HOAC.

Comenzó diciendo algo que muchos sabemos, yo diría que la mayoría, pero pocas veces ponemos en práctica. La clave de la cuestión social es el AMOR. Suena a nuevo y utópico, pero es la verdad. Cómo cambiaría el mundo, las personas, las relaciones interpersonales, sociales, económicas, políticas, culturales, etc., si lo viviésemos. Esto sería el paraíso, el cielo en la tierra.

No es el simple amor platónico, idealista e inconcreto, ni sólo el amor erótico (eros), ni tampoco sólo el amor de amistad (filia) sino también el amor como ágape, como caridad, como entrega gratuita desde la lógica del don.

El amor es el gran trasfondo, el gran referente que debe teñir, debe dar sabor, debe meterse en lo más profundo del corazón de cada persona y de la misma sociedad como la levadura para transformar el hombre y la sociedad.

Sus concreciones serán de lo más variado. Será la justicia que es dar a cada uno lo suyo, que será reconocer su dignidad y dar lo que le corresponde; será respetar los derechos de los demás, reclamarlos, luchar por ellos, apoyar las causas justas frente a los que los pisotean; será compartir las alegrías, las penas, los bienes de todo tipo, entre ellos el trabajo para que todos puedan vivir en conformidad con su dignidad de seres humanos, colaboradores de Dios en la creación y recreación; será sobrellevarse y sobrellevar las cargas para que no caigan siempre sobre los más débiles y humildes; será vivir desde la misericordia que se no se encierra en sí mismo, en nuestros intereses y bienes, sino que se vuelca sobre los demás, su situación de precariedad y necesidad; será acompañar a los otros, su enfermedad, su soledad; será caminar juntos compartiendo la vida, el vino y el pan; será ofrecer siempre el perdón, el don perfecto que entraña no llevar cuentas del mal, pasar página, olvidar, brindar la mano fraterna; será dar la vida y dar vida al otro para que el otro viva feliz incluso con la propia vida. Serán necesarias las leyes y normas, pero sin olvidar que deben ser expresión del amor, que no pueden ahogar y apagar el amor.

No habrá sociedad nueva sin hombres y mujeres nuevos que la formen; pero no habrá hombres nuevos si no cambiamos el corazón, la mente, los criterios, los pensamientos, las actitudes, las políticas, las estrategias y las tácticas. Se trata de convertir la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en las que estamos metidos, los ambientes y la vida. Se pretende transformar «los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de referencia, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad» (Pablo VI, EN,19), que están en contra de la dignidad del hombre.

¡Ah! ¡Cómo nos iría si esto lo sintiéramos de corazón y lo practicásemos! ¿Nos atrevemos a imaginar la convivencia desde este punto de vista? Ver al otro como otro yo, sentir y practicar la empatía, ponernos en lugar del otro. El empresario que se pusiera en el lugar del obrero, el obrero en el lugar del empresario; el que gobierna en el lugar del gobernado y al revés; el médico en el lugar del enfermo y viceversa; el rico en el lugar del pobre, y el pobre en el lugar del rico; ver al parado, al emigrante, al otro, sea quien sea, piense como piense, sea de la religión que sea y ponerse en su lugar. Tratar a los demás como queremos que nos traten, o no hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan, también a las generaciones futuras y al resto de la creación.

Ojalá lo viviéramos las personas en nuestros pueblos y ciudades, las distintas regiones de España y las naciones de Europa y del mundo, entre las diversas generaciones.

Alguno me dirá: qué iluso es el que escribe y propone esto; está en la inopia, no pisa tierra, está sordo y ciego. No, no es verdad. Yo propongo lo que propone Jesús. Jesús nos invita a imitar a Dios, su Padre y el de todos en quien somos hijos y, por tanto, hermanos y que haced salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Es más, lo que Jesús ha hecho por nosotros y hace con y por todos, servir, amar, perdonar hasta sus propios verdugos, dar la vida para que todos tengamos vida.

Lo principal y primero es amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todo el ser y, lo segundo, es amar al prójimo, hijo amado de Dios y hermano nuestro.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA

Obispo de Palencia