Y de repente, todo cambió. ¡Quién lo iba a decir! Hemos vivido una Cuaresma como nunca nos la hubiéramos imaginado.
“Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”.
Así expresaba el Papa Francisco lo que estaba viviendo el mundo desde la Plaza de San Pedro, en Roma, vacía por el confinamiento debido a la crisis del coronavirus.
Ese hombre solo en la plaza de la humanidad éramos cada uno de nosotros frente al cosmos y la Historia, ante la pandemia y el mal, ante el sentido de todo y nuestra propia vida, nuestra alma nuda ante Dios cara a cara. Porque esta crisis del coronavirus no solo nos ha encerrado en nuestro hogar, sino que nos ha puesto a cada uno solo ante el Todo.
Salió para decirnos que todos somos uno, que la Humanidad está junta en la misma barca y que a esa barca la hemos maltratado, hemos quemado parte de la barca -como al Amazonas-, que la tenemos en mal estado -como la degradación de los servicios públicos-, que estamos peleándonos dentro de la barca -divisiones, guerras-, que tratamos de arrojar al mar a muchos -como los que mueren naufragados en el Mediterráneo-, que solo tenemos una barca, que solo hay una familia humana y que ante el coronavirus tenemos que comprenderlo de una vez (nos recordaba Fernando Vidal, sociólogo de la Universidad de Comillas).
El Cristo de San Marcelo que presidía la plaza de San Pedro, había visto ya las calles de Roma durante la peste de1522.Veintiún siglos antes, nos recuerda la propia crucifixión, que de unos y otros modos sigue sucediendo en la historia: el terremoto de Haití, la catástrofe nuclear de Chernóbil, las hambrunas de África, la Guerra de Vietnam, Auschwitz, Gulag, Terremoto de Lisboa...
Pero también es cierto que esta crisis, esta Cuaresma, ha traído lo mejor del ser humano. Entre las cifras espeluznantes de muertos y de contagios diarios por el "Coronavirus" en España y en el mundo, están saliendo a la luz actitudes de bondad y solidaridad a las que no estábamos acostumbrados.
• Muchas empresas cambian su producción para adaptarse a las necesidades más urgentes de la población. Producen mascarillas, respiradores, batas, cuando antes producían cartón o tejidos...
• Los vecinos se asoman a las ventanas, cada tarde, a aplaudir a nuestros sanitarios desbordados por el trabajo en los hospitales, hacinados de enfermos. Los sanitarios aplauden a los policías y éstos le devuelven el aplauso por su labor tan valiosa e imprescindible en estos momentos.
• Muchos conventos de clausura, de los que no sabíamos nada, ahora abren sus puertas para que veamos que han cambiado su obrador para hacer, con urgencia, mascarillas y batas para los sanitarios que atienden a nuestros enfermos.
• En las carreteras están apareciendo bufets gratis para nuestros camioneros que abastecen nuestros comercios para que la vida pueda seguir.
• Surgen ONGs que pretenden acercar a la gente que está sola para ayudarlos y llevar su palabra y un gesto de solidaridad y apoyo. Aparecen teléfonos de apoyo psicológico para los que están solos. Los vecinos se conocen más ahora porque se prestan ayuda y se interesan más los unos por los otros.
• Se multiplican las oraciones, las redes sociales están llenas de mensajes positivos de apoyo y de fe que nos invitan a la esperanza. Hay un verdadero "tsunami" de solidaridad y de apoyo de unos para con los otros.
• Hay también una Iglesia samaritana que asoma por todos los recodos del camino de la vida. El papa Francisco reivindica una “Teología de las lágrimas”.
• Cáritas Diocesana de Palencia está desarrollando una intensa actividad en dos espacios habilitados para acoger a personas sin Hogar. Y así están surgiendo, por todos los lugares, invitaciones y propuestas que nos humanizan y nos hacen sentirnos orgullosos de ser personas solidarias. Se difuminan las normales diferencias y crecen los sentimientos de unidad y de perdón. Nos hacemos falta.
• Adela Cortina, la prestigiosa filósofa y catedrática de Ética, nos anima a sacar nuestras reservas éticas y morales para enfrentarnos al virus de manera que nadie quede sufriendo por el camino.
El papa Francisco nos dice: «Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable... en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible... Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo» (EG 276)
Desde toda esta experiencia solidaria, humana y evangélica afrontamos esta Pascua del 2020 con un Lema: “Abrazos y Ritmos de Vida”
Os ofrecemos este material sencillo, en la línea de las propuestas diocesanas en los tiempos fuertes. Fue trabajado en un momento anterior a la crisis del coronavirus, por ello no tendrá la frescura y la conexión con el momento que vivimos. Pero si quiere ser una referencia a los Evangelios de este tiempo de Pascua, con un lema general, un cartel y una hoja para cada domingo.
Hemos utilizado como material de apoyo los recursos de la revista Homilética (Pascua 2017)
ABRAZOS
Quizás sea una de las mayores urgencias que tengamos las personas después de esta Pandemia. Siempre fueron necesarios los abrazos, para la vida y las relaciones. Siempre han sido fundamentales para sentir la familia, los amigos, las pertenencias. Siempre han sido ineludibles para crear vínculos y conexiones.
Pero ahora serán para muchos, el sentido de la viday la esperanza. Como el abrazo de Dios en la bendición Urbi et Orbi del papa Francisco en la plaza del Vaticano. El abrazo de Dios y el abrazo de la humanidad expresados en los aplausos a las 8 de la tarde desde nuestras ventanas por tantos trabajadores de la salud, tenderos, transportistas, agricultores y ganaderos, profesores, niños y jóvenes, familias y vecinos.
Y con el abrazo el sentir que todos vamos en la misma dirección, todos sumamos:
Suman las donaciones, las transformaciones de las fábricas, las bolsas dejadas en la puerta del vecino, las llamadas telefónicas, la calma ante el pánico y la alarma desbocada. Suma seguir en el trabajo en «lo que se puede», con empeño, con creatividad, reajustando, aprendiendo, contribuyendo al conjunto. Suma aportar por estar en la parte que construye, cuando hay tantas razones para criticar, derribar, protestar y exigir. Suma imponerse una rutina, suma hacer ejercicio en casa. Suma saber reír y llorar lágrimas de amor y esperanza.
Y abrazar más allá de nuestra tierra, de nuestro país, de nuestra Europa. Abrazar América Latina, África y la India, países con menos recursos sanitarios, mayor hacinamiento de la población y menores condiciones de higiene en los barrios pobres, en las grandes urbes.
Una vez más, la Cultura del Encuentro, se abre paso en la Pascua.
Y cuando al fin volvamos a abrazarnos
propongo, hermanos, no volver los unos
a los otros ni con los mismos ojos
ni con los mismos brazos.
Tras la riada vuelve el río al cauce,
a ser el mismo río, sin memoria
de los ahogados y su cuerpo roto.
Y después del incendio vuelve el bosque
a ser el mismo bosque, sin recuerdo
del llanto de los árboles quemados
ni reconocimiento del mantillo
que desde el dolor nutre las raíces.
Pero tú y yo tenemos almas, mentes.
El hombre que regresa del desierto
jamás vuelve a mirar un vaso de agua
del mismo modo; quien vivió la hambruna
nunca más sostendrá de igual manera
un puñado de trigo entre sus dedos.
Cuando por fin podamos abrazarnos
no volvamos los unos a los otros
con la misma mirada, el mismo verbo,
el mismo corazón, los mismos brazos.
Al volver a abrazarnos, la mañana
plena de besos, lágrimas, caricias,
que sean nuestros brazos brazos nuevos,
más sabios, más clementes, más humanos.
RITMOS
En el lema del curso pastoral en nuestra diócesis “Caminando y cantando melodías de vida y esperanza” el “ritmo” tiene un peso propio. Significa “movimiento” en el camino y en el canto. Se identifica con la belleza, con el movimiento, con la sucesión de elementos. Se refiere a la danza a la música, a la arquitectura, a la pintura, a la imagen. El ritmo es uno de los elementos más primitivos de la vida. Tanto, que podemos identificar el “ritmo” con la vida misma, en la medida que la vida es movimiento, es sucesión acompasada de tiempos, es relación armónica entre lo estático y lo dinámico. Ya nos lo decía el Eclesiastés: “todo tiene su tiempo...tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar”.
VIDA
Cuando unimos a la Palabra “Dios”, el “ritmo” se transforma en canto, en bendición, en acción de gracias. Y cuando conectamos todo –Abrazos, Palabra, Dios, ritmo y vida- y nuestra alegría brota del resucitado, la palabra “vida” se queda corta y no queda más remedio que transformarla en mayúscula: “Vida”.
Así es la Pascua, la Resurrección. “La fe y la revelación cristianas tienen su arco de bóveda en el triduo pascual, es decir, en la articulación del grito de abandono de Jesús el Viernes Santo con el silencio del Sábado Santo y la explosión de nueva vida el Domingo de resurrección”(J. Martínez Gordo).
De esta manera la fe en la Resurrección se convierte en fuente de sentido, y en estímulo para vivir, actuar y hablar como quienes confían en un “Dios de vivos”, un Dios que “da vida a los muertos” porque su capacidad es doblemente creadora.