Día de la Caridad 2021 - #SeamosMásPueblo

Día de la Caridad 2021 - #SeamosMásPueblo

El próximo domingo, 6 de junio, celebraremos la fiesta del Corpus Christi, día de la caridad. Una fecha grabada en el corazón de la Iglesia, de cada una de nuestras comunidades. Un día para felicitarnos, agradecernos, ilusionarnos, animarnos... por sentir y vivir la caridad. Por hacer de la caridad un estilo de vida. Y Cáritas nos invita a vivir este Día de la Caridad como personas y comunidades llamadas a:

Anunciar y construir una nueva normalidad más justa y equitativa para todas las personas desde la ESPERANZA.

Poner en valor la PROXIMIDAD, esas relaciones de cercanía y cuidado que nos hacen prójimos de las demás personas, que nos ayudan a salir de nosotros mismos con generosidad y solidaridad hacia los demás.

Fomentar los lazos de colaboración y ayuda mutua, tejiendo red comunitaria en clave de FRATERNIDAD, de relaciones de cuidado, cercanas y vinculantes.

Desde estas claves Cáritas nos propone como lema: #SeamosMásPueblo

“En Cáritas nos gusta pensar que el mundo es un pueblo de 7.000 millones de vecinas y vecinos”. Nos gusta soñar que los vecinos y las vecinas de este gran pueblo nos importan, que sus vidas son conocidas. Que lo que le pase a una persona nos afecta, nos duele, nos conmueve y nos pone en marcha, a la acción.

En Cáritas Diocesana de Palencia nos desvivimos para que nadie se quede fuera de este pueblo. Así lo hacemos durante este tiempo de pandemia. Así lo queremos seguir haciendo.

Para conmemorar que la Caridad nos hace más pueblo Cáritas Diocesana ha programado los siguientes actos:

Jueves, 3 de junio: Eucaristía presidida nuestro obispo, a las 19:30 h en la parroquia María Reina Inmaculada (Plaza de San Juanillo).

Sábado 5 y Domingo 6 de junio: Mesas informativas en la calle Mayor de Palencia y en el quiosco de la Plaza Mayor.

Con ello Cáritas quiere agradecer de corazón las muchas manos tendidas, el apoyo, el ánimo, la oración, la presencia, el voluntariado, el trabajo, las sugerencias, tu... de tantas personas, colectivos, parroquias y comunidades… y animarnos a enredarnos con Cáritas en la hermosa tarea de hacer un mundo/pueblo más humano y fraterno.

 

 

 

En Cáritas nos gusta pensar que el mundo es un pueblo habitado por más de 7.000 millones de vecinos y vecinas que se conocen y se ayudan.
Un pueblo en el que todo lo que ocurre nos importa y nos afecta porque todos somos pueblo de Dios y nadie debería quedarse fuera.

 

Somos pueblo de Dios, una misma familia humana viviendo en la misma casa, un planeta que es tierra común, plural y diversa que nos acoge con brazos de hogar. Somos igual que esa tierra de abundancia y diversidad, un derroche de riqueza, de belleza, de inteligencia, de creatividad, de sensibilidad y generosidad. Somos naturaleza, somos tierra, somos vida creada y regalada por Dios.

Este tiempo extraordinario de pandemia y de crisis que afecta a todas las dimensiones de la vida humana, nos ha situado en otro lugar común: el lugar de la fragilidad, la pequeñez, la impotencia, la necesidad.

El dolor, la pobreza y la exclusión las vivimos a menudo desde la lejanía de lo que les ocurre a otros, pero la adversidad de la enfermedad y la inseguridad que conlleva, hace que el dolor de la pérdida, la debilidad de la enfermedad y la soledad y el vacío, hayan ocupado el presente de un nosotros común, lo queramos o no, a pesar de que necesitemos seguir aferrados a ese yo individual e indiferente a lo que les ocurre a los demás.

Durante estos últimos meses el cansancio, el abatimiento y el deseo de que vuelva la normalidad cuanto antes, traiciona la oportunidad y la necesidad de que instauremos una nueva normalidad diferente. En Cáritas no queremos volver a lo de antes, sino que queremos ir hacia una normalidad nueva, más justa y fraterna, construida desde un nosotros y un nosotras que nos hace hermanos.

Por eso, queremos celebrar desde ese pueblo universal que somos el Día de Caridad y reconocer, como dice el papa Francisco que “el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor” (Francisco, Laudato si’, 231.). La caridad debe llevarnos a tender manos, a realizar pequeños gestos cotidianos y a participar e intervenir en las dinámicas sociales que nos llevan al compromiso por el bien común.

 

CORPUS CHRISTI, DÍA DE CARIDAD

 

“Tomad, esto es mi cuerpo”. “Esta es la sangre de la alianza, que es derramada por muchos”. Este testamento de amor es el que nos convoca a la comunidad cristiana en cada eucaristía a hacer presente la vida, muerte y resurrección de Jesús. Como dice el papa Francisco en una de sus homilías, “no es un simple recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se renueva por nosotros. En la misa, la muerte y la Resurrección de Jesús están frente a nosotros. Haced esto en memoria mía: reuníos y como comunidad, como pueblo, como familia, celebrad la eucaristía para que os acordéis de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial de Dios”.

Esa memoria de Dios nos hace hoy salir de nuestra comodidad, abrir las puertas de nuestro corazón y nuestra casa para dar y generar vida, siendo capaces de entregar por Jesús un poco de lo que somos y anhelamos. Ser cuerpo y sangre que se parte y se comparte para hacernos prójimos y cercanos a las personas más pobres y necesitadas.

 

 

LA CARIDAD NO TIENE FRONTERAS

 

La caridad es amor que brota de la vida que se entrega de forma gratuita, sin esperar un pago o un anticipo a lo que esperamos que el otro haga. Este amor sin fronteras, sin que pongamos límites ni condiciones para darlo, es el que hace posible la fraternidad universal, esa experiencia de comunión que va más allá de nuestra propia identidad y pertenencia a un lugar, a una cultura, a una creencia, a una forma de entender la vida.

Es este tipo de amor el que está en la base del amor social, “la fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos” (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 207).

Como comunidad cristiana, como pueblo de Dios, tenemos el compromiso de involucrarnos en hacer cotidiana esta caridad sin fronteras con todas las personas, con quienes llegan de otros lugares buscando empleo, estabilidad, desarrollo y paz. Con quienes se han quedado a un lado del camino porque en algún momento las cosas les fueron mal, se sintieron frágiles e incapaces de sostener su propia vida y necesitaron una mano cercana, un apoyo, ser escuchados y comprendidos.

 

LA CARIDAD SE TEJE EN RED

 

“Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona” (4 Francisco, Fratelli tutti, 182.). Somos siempre en relación con otros. No podemos entendernos como seres aislados y desvinculados. Nacemos en un contexto de vecindad, de cercanía y proximidad a otras personas, y nuestra existencia se va entretejiendo en círculos que amplían nuestro mundo de relación.

Celebrar un día, una semana de la Caridad es dar testimonio de nuestra fe y de nuestra opción de poner en el centro de nuestra mirada y de nuestra acción el amor por las personas, en especial, por las más pobres, las más pequeñas y desprotegidas por la lógica del mundo prágmática e individualista.

La caridad es trinitaria y comunitaria, es para todas las personas. No deja a nadie fuera. Conlleva “una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después” (Francisco, Laudato si’, 226).

 

SER MÁS PUEBLO CON LAS MANOS TENDIDAS

 

Este año celebramos el Día de Caridad en medio de un tiempo extraordinario y doloroso en el que necesitamos recrear nuestras relaciones para sostenernos y cuidarnos de una forma nueva. El papa Francisco habla de recuperar la amabilidad en nuestra mirada y en nuestros gestos, en la forma de escuchar y acoger a los demás. Celebrar el día de Caridad debe llevarnos a la comunidad cristiana a ser testigos de nuestra fe, a compartir el banquete de la Vida de Jesús Resucitado siendo signo de consuelo, de aliento, de denuncia y de esperanza en medio de una sociedad rota y herida.

 

 

 

 

 

“CADA VEZ QUE LO HICISTEIS CON UNO DE ESTOS,

MIS HERMANOS MÁS PEQUEÑOS,

CONMIGO LO HICISTEIS” (Mt 25,40).

 

Mensaje de los obispos de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social
con motivo del Día de la Caridad

 

En este tiempo de pandemia, con la convicción de que el Señor camina con nosotros, celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, el Día de la Caridad, en el que estamos haciendo de las dificultades del momento una gran oportunidad para tocar las llagas de Cristo y descubrir que, detrás de sus heridas, encontramos el dolor y sufrimiento de nuestros hermanos abriéndonos al misterio de Cristo crucificado y resucitado donde resplandece la gloria de Dios.

Dios no deja jamás de estar a nuestro lado cumpliendo su promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20). Estos “tiempos recios”, donde se necesitan amigos fuertes de Dios, invitan a recuperar el sentido de nuestra vida sabiéndonos frágiles y necesitados de salvación. Una necesidad que se hace concreta en la vida de cada día, en la projimidad, en la cercanía, en la fraternidad y en la esperanza cristiana que brotan de la Eucaristía.

En estos tiempos singulares en los que se están tomando iniciativas excepcionales para evitar y detener el contagio de un virus trágicamente mortal, todos percibimos cómo se hacen esfuerzos en muchos lugares de nuestra sociedad para proteger a las personas, a las familias, incluso a las diversas realidades laborales, de los tragicos zarandeos que han herido especialmente a los vulnerables y más empobrecidos, abriendo, así, caminos a la esperanza. En todas esas acciones vamos aprendiendo a hacernos prójimos, hermanos y hermanas. Como discípulos queremos aprender de forma nueva que es a Cristo a quien se lo estamos haciendo, y Él siempre nos responde con su acogida e infinita misericordia.

 

ENTREGA

Estar cerca de los pobres, los más vulnerables, los niños, los enfermos, los discapacitados, los ancianos, los tristes y solos, los agobiados por la pesadumbre de la existencia nos cansa, bien por lo abrumador y desbordante de tantas situaciones, bien por la fragilidad que nos descubren en cada uno, bien porque nos enfrentan a nuestra debilidad. A este respecto encontramos aliento en las palabras de san Manuel González: “En la Eucaristía, está el Corazón incansablemente misericordioso, que a cada quejido de nuestros labios y a cada lágrima de nuestros ojos… responde – ¡estad ciertos! – con un latido de infinita compasión” (Un corazón hecho Eucaristía, n 107).

La Eucaristía nos ofrece el don de poder amasar de forma inseparable la caridad y la vida de los pobres. ¿Cómo vivir la Eucaristía sin estar cerca de aquellos más hambrientos , de aquellos con quienes Cristo se identifica al tener hambre, sed, estar desnudo, enfermo o en la cárcel? (Mt 25, 31-46). En esta unión descubrimos la esencia de la dignidad humana que cobra sentido al enraizarse en el mismo Jesucristo.

Él, por medio del amor hecho servicio hasta el extremo, ofreciendo su vida, ha llevado a plenitud el valor de la dignidad humana haciéndonos hermanos y adentrándonos en el misterio de la donación. Esta caridad, corazón de nuestra fe y de la propia solemnidad del Corpus Christi, nos lleva a poner en las manos del Dios, que nos ha amado tanto que nos ha entregado a su propio Hijo, todo lo que somos y lo que tenemos, especialmente nuestras pobrezas y fragilidades y nos mueve al amor fraterno, pues “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus caritas est 16).

Ante el Cuerpo de Cristo tomamos conciencia de que es tiempo de potenciar la capilaridad en los pueblos, barrios y ciudades para cuidar y acompañar tanto sufrimiento. Así nos exhorta el papa Francisco: El servicio es, “en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo […] El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca la promoción del hermano” (Fratelli tutti 115).

 

FRATERNIDAD

La pandemia está dejando tras de sí muchas vidas rotas y profundas heridas que, sin embargo, están siendo cicatrizadas gracias al fomento de los lazos de colaboración, ayuda mutua y redes comunitarias que brotan de la fraternidad en una comunidad que sostiene. “He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente […] Se necesita una comunidad que lo sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos!” (Fratelli tutti 8).

De estas palabras del Papa son testigos, durante las veinticuatro horas del día, los discípulos misioneros de Jesucristo en Cáritas, las personas que hacen posible el servicio de la caridad en las parroquias o en otras instituciones caritativas de la Iglesia.

Los obispos reconocemos y agradecemos este servicio generoso, al tiempo que animamos a que sean muchos más los cristianos que se comprometan con los más pobres y excluidos de nuestra sociedad. Cáritas, con sus trabajadores y equipos de voluntarios, hace cada mañana que las fronteras y los muros se concreten en la dimensión universal de la caridad: “Al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa […] Amor que sabe de compasión y de dignidad” (Fratelli tutti 62).

Creemos en el Dios que se hace carne y se presenta como compañero de viaje. Él atraviesa la vida de cada pueblo, ciudad, hospital, escuela o centro de trabajo. Y lo hace por medio de sus discípulos, de los pobres y víctimas de esta crisis. Aunque este año no salgamos por las calles acompañando al Señor sacramentado en procesión, proclamemos nuestra fe y hagamos de nuestras parroquias, comunidades, oratorios y de nosotros mismos, custodias del Cristo que comulgamos como expresión de nuestro amor agradecido y fuente de bendición para muchos.

 

ADORACIÓN

En el contexto de esta pandemia, el día del Corpus Christi, día de la Caridad, el Señor, con su Cuerpo entregado y su Sangre derramada, nos urge a la esperanza, que “nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor…la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza” (Fratelli tutti 55).

Hoy, al adorar al Señor en el Pan Eucarístico, nos adentramos en el dinamismo del gozo, la alegría y la esperanza que necesita nuestro mundo. Una esperanza que brota de la presencia de Cristo en el mundo y entre nosotros, de sus salidas a los caminos de este mundo sufriente por los estragos del coronavirus para convocar a todos a la alianza del Espíritu.

Santa Teresa de Calcuta, con su vida entregada a los más pobres y su amor a la adoración del Santísimo, donde encontraba la fuerza para la caridad, nos enseña algo que ella experimentaba y alentaba su esperanza: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz”. En las palabras de la Santa tenemos de modo palpable, una concreción de lo dicho por el Señor: “Conmigo lo hicisteis”.

Hoy al adorar el cuerpo sacramental, nacido de la Virgen María, se aviva el dinamismo de nuestra fe, amor y esperanza; nos adentramos en la verdad y la novedad del testimonio apostólico que encuentra ánimo en las palabras del apóstol San Pablo: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos suyos muy queridos. Y haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef. 5, 1-5).

Nos ponemos en las manos de la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José, en ese hogar donde se fraguaba cada día la caridad, con pensamientos, palabras y obras y pedimos al Señor que nos encuentre dignos de su presencia por haber hecho con nuestro prójimo ejercicio creíble de la caridad.