Al inicio del itinerario cuaresmal es bueno preguntarnos: ¿Por qué la fe se nos ha debilitado? ¿Por qué hemos abandonado las prácticas religiosas y no las consideramos como motor de nuestra vida creyente? ¿Hasta qué punto el cansancio y la pereza nos hacen abandonar los deberes de creyentes? ¿Por qué vivimos con poco entusiasmo la fe? ¿Por qué no nos sentimos atraídos a celebrar en la Comunidad Parroquial el gozo de seguir a Cristo?
Para dar respuesta a esas preguntas la Iglesia nos propone este tiempo de Cuaresma. Un tiempo para cambiar, para convertirse, para dar un radical giro a la forma de vivir el evangelio. Cada día de este tiempo litúrgico, se nos invita a renovar nuestra vida creyente. Pero estaremos tentados en no cambiar la vida, en no mejorar nuestro comportamiento, en no hacer la voluntad de Dios. Por eso al iniciar la Cuaresma contemplamos cómo Jesús nos enseña a superar las tentaciones de modo que sepamos superar y vencer aquello que no nos deje cambiar nuestra vida. La tentación comienza fuera de nosotros, pero es en nuestro interior, en nuestro corazón donde se gana o se pierde. Tentaciones siempre relacionadas con nuestra misión, con nuestro comportamiento creyente que nos debe llevar a la tierra prometida. Resulta interesante recordar que el primer Adán fue tentado en un jardín y después de la caída, tuvo que abandonar el jardín por un mundo que se parecía a un desierto. El segundo Adán, Cristo, fue tentado en el desierto y al superar la tentación, inicia el viaje de vuelta al jardín del Edén.
Tres tentaciones a superar
El pan. Hacer del pan lo primero y lo más importante de nuestra vida sigue siendo la primera tentación. Por lograr el pan de cada día hacemos lo que haga falta. Acabamos haciendo a nuestro estómago la razón de vivir. Tentados de autosuficiencia, queremos tener todas las cosas que acabamos creyéndolas necesarias e imprescindibles para vivir. Jesús nos descubre una nueva visión de las cosas. El reino de Dios no es comer y beber. Nuestra tarea no se reduce solamente en tener y dar pan material, sino que incluye buscar el pan del cielo para nosotros y para los demás. Jesús supera la tentación contestando al tentador que no solo de pan vive el hombre, sino de la palabra que sale de la boca de Dios. No hagamos del pan lo único importante de la vida.
El templo. La segunda tentación se refiere a nuestra imagen que proyectamos a los demás, las expectativas que tenemos y que deseamos que sean reconocidos. En torno al templo se reunía el pueblo y la gente influyente de la sociedad judía a rezar. En ese marco el diablo le dice que podrá mostrar sus capacidades, su arrojo, su valentía, sus fuerzas y todo el mundo quedará sorprendido al ver el milagro de que los ángeles eviten que se golpee con las piedras. Quedará claro su poder y ganará sus voluntades para siempre. Nosotros estamos tentados de vender nuestro honor por la seguridad de ser aceptados por los demás. Decimos aquello que la gente quiere oir para ser aceptados, para ser famosos. Esto no es muy diferente de la tentación de Jesús en el pináculo del templo: haz algo que convenza a los otros de lo grande y maravilloso que eres. De nuevo Jesús nos ofrece la solución para superar esta tentación tan actual de aparentar, de sobresalir, de creernos necesitados de aplausos. Estamos llamados a ser testigos de la verdad a través de lo que decimos y hacemos. Tenemos que vivir con autenticidad rechazando la fama y el aparentar.
La montaña. Es la tentación de querer imponer nuestra mirada de las cosas y de los acontecimientos a los demás. Tal vez sea la más difícil tentación de superar. Todos queremos mandar, poseer, dominar. ¿Ves estos reinos? Te daré el dominio sobre todos ellos. El ansia de dominar como fruto de nuestra libertad y poder nos amenaza continuamente. El tentador le recuerda a Jesús que, si le adora y se postra ante él, podrá usar su poder como Dios para forzar al pueblo a ser bueno y que hagan su deseo para siempre. De nuevo, Jesús supera la tentación diciendo solo adorarás a tu Dios. Nuestra libertad solamente está segura en las manos de Dios. El demonio nos promete libertad y poder con una mano y nos la quitará con la otra. No adoremos sino a Dios por muchas promesas que nos ofrezcan. No nos postremos ante los ídolos, solo adoremos al Señor.
Comentario al Evangelio del 26 de febrero de 2023, por José María de Valles, delegado diocesano de Liturgia. Emitido en “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Palencia.