Llegamos al último domingo del año litúrgico, no confundir con el año oficial al que aún le quedan 35 días. El próximo domingo comenzaremos el Adviento, tiempo de prepararnos para el Nacimiento de Jesús. Cada domingo hemos celebrado al Señor de la Historia. El último domingo, como colofón a cada una de las celebraciones dominicales, la Iglesia lo hace bajo el título de Rey, Señor de nuestras vidas. Cuando Pio IX estableció esta fiesta lo hizo con el deseo de encumbrar a Cristo como el Señor de la historia y de la vida.
Jesús, NUESTRO REY
Hoy muchos se avergüenzan de este título. Nuestra sociedad camina por derroteros donde la autoridad y el poder se han despojado de valores auténticos. Nos da la sensación de que hoy no encaja bien el nombre de Rey aplicado a Cristo. Sin embargo, esa misma pregunta le hace Pilatos a Jesús: “¿Tu eres rey?” y la respuesta de Jesús fue clara y contundente: TÚ LO HAS DICHO. ¿Qué distorsiona hoy el concepto de rey para que no nos guste aplicarlo a Cristo? Posiblemente, no ver en los reyes terrenales los valores que Cristo propone y Él vivió. Tal vez, rebaja y desvalora la realeza de Cristo compararla con quienes ejercen el poder entre nosotros. Sean o no ciertas esas sensaciones, deja que desear el concepto que tenemos de los reyes y de los que gobiernan la sociedad, pero no desvalora la realeza de Cristo. La razón radica en que pensamos que nuestros gobernantes no procuran un reinado de paz, de justicia y de amor. Porque dudamos de que sirvan a su pueblo y lo defiendan con sus leyes y actuaciones.
Reino de paz, de justicia y de amor
Pero la fiesta de hoy nos habla nos solo del Rey sino de su reinado. Este rey nos propone un nuevo estilo de vida donde los mayores valores tienen que ver con la paz, la justicia y el amor. Esto identifica el reino de Dios.
Nuestros reinos dicen buscar lo mismo, pero por medios diferentes. Quieren la paz, pero a través de la violencia. Aspiran a una justicia universal, pero se hace distinta y diferente en cada territorio y en cada individuo. Se proclama el amor, pero se vive en el odio, el enfrentamiento y la separación. Necesitamos crear un nuevo reino. Estamos comprometidos en formar una nueva forma de vida bajo los principios de ese Rey que desde la cruz nos invita a vivir de una nueva manera. Ese es el trono desde donde nos propone amar. Ese es el trono desde donde imparte justicia para todos nosotros. Ese es el trono desde donde se contempla la paz en su reino.
Seguidores de Cristo Rey
No hay rey sin súbditos. Palabra que hoy tampoco nos agrada. Digamos por tanto que no hay rey sin reino o pueblo. Encontramos aquí la consecuencia de esta fiesta, sentirnos parte de ese reino, aceptar como rey de nuestra vida a Cristo. Él se compromete a gobernar sobre su pueblo y nosotros debemos aceptar que sea Él quien nos gobierne.
Si nos creemos autosuficientes, independientes y poderosos es posible que no necesitemos de quién nos cuide, nos proteja y ayude. Si, al contrario, no nos creemos el ombligo y el centro, veremos que necesitaremos de quien nos gobierne, dirija nuestras vidas, nos defienda ante los peligros y amenazas, procure la estabilidad y la paz, y nos haga vivir en la felicidad de su reinado. Sólo desde esta perspectiva veremos la necesidad de un Rey. Hoy queremos proclamar la necesidad que seguimos teniendo, hoy más que nunca, de ese Rey que ponga paz, justicia y amor en nuestras vidas. Sintámonos orgullos de servir a tal Rey y que, como buenos ciudadanos de ese reino, transformemos nuestro mundo en el Reino de Cristo.
José María de Valles - Delegado Diocesano de Liturgia