Acabamos el año celebrando el domingo de la Sagrada Familia. Festividad comenzó a celebrarse en el siglo XVII en España y luego se extendió por todo el mundo. El domingo posterior a la Navidad, la Iglesia nos propone contemplar el misterio de la Familia de Nazaret. Con esa mirada a la Sagrada Familia también quiere que contemplemos nuestras familias con la finalidad de que podamos imitar los valores que vivieron en familia María, José y Jesús.
Proyecto de amor
No conocemos muchos detalles de la vida de la familia de Jesús. Incluso a veces solo pensamos en la primera niñez y olvidamos los 30 años siguientes de aquella familia pobre, trabajadora, humilde y sencilla. Esa familia fue el hogar donde se educó, creció y se formó Jesús, el Hijo de Dios. Una cosa nos sorprende: Dios quiso nacer y vivir en una familia. Una familia que tuvo poco de ideal porque tuvo que vivir la amarga experiencia de la emigración y el temor de la persecución. Una familia que tuvo momentos buenos, como la presentación en el Templo que hoy hemos leído, y luego meses y años de vida sencilla, monótona y de trabajo escondido en Nazaret. Si con frecuencia la Sagrada Familia se nos propone como modelo de nuestras familias se me antoja muy pretenciosa esta comparación. Nuestras familias no la forman una madre virgen, ni un padre que no lo es, y, por supuesto, el Hijo de Dios. No obstante, en aquel hogar de Nazaret crearon un ambiente de amor y protección que hizo posible el crecimiento y la formación del Verbo Encarnado. Allí creció en valores fundamentales, en sabiduría y gracia, nos dice san Lucas. La familia de Nazaret se esforzó en dedicarse a amar de corazón al niño Dios. Allí Jesús recibió cariño y cuidado, calor y alimento, sonrisas y alegrías, valores e ideales y, cómo no, la fe. Con entusiasmo supieron, además, sortear los peligros y las dificultades que se fueron encontrando y llevaron adelante un proyecto de amor que no solo vivieron de puertas adentro sino con los demás y para los demás.
Escuela de fe
El texto evangélico relata el episodio del viaje a Jerusalén. La familia acude al templo a orar, dar gracias por la vida del niño y a presentar a su hijo al Señor. Un gesto que nos habla de la fe que viven. Nos muestra este gesto que es una familia donde se realiza el plan de Dios, donde Dios actúa de forma sencilla. Una familia que tiene tiempos y espacios para el encuentro con Dios, para acogerlo y hablar con él. En María, José y el Niño descubrimos una familia que se va conformando como un lugar de encuentro, de comprensión, de diálogo, de servicio, de perdón, de gratuidad, de superación, en definitiva, lugar privilegiado de la presencia de Dios. Nos sirve de ejemplo a toda familia cristiana, que son invitadas a rezar unidas para enseñar la fe, para vivir la caridad y soñar con la esperanza. Una “Familia, portadora de la buena noticia”, como se recoge en el lema de la Jornada de este año.
Compromiso
Pidamos a la Sagrada Familia que nuestras familias sean escuelas de fe, espacios de acogida donde se viva el amor entre todos sus miembros. Que en cada familia no falte nunca el bálsamo de la comprensión para superar las tensiones propias de la vida familiar. Que sean hogares de luz que iluminen proyectos nuevos de esperanza porque tantas veces queriendo que no falte nada en nuestras familias, falta la fe y, con ella, el amor a Dios y a los demás.
José María de Valles – Delegado diocesano de Liturgia