A lo largo de los cincuenta días de la pascua, los evangelios de cada domingo nos descubren a Jesús resucitado. En esta ocasión el evangelista san Juan se vale de la imagen de la vid, una imagen familiar tomada de la vida agrícola, para describir a Jesús haciendo hincapié en cómo debe ser nuestra relación con Él. Dos son las ideas fundamentales que hoy reflexionamos. La primera, sobre la relación entre Jesús y nosotros que debe formar una misma unidad y, en segundo lugar, la capacidad de dar frutos que depende de permanecer unidos y adheridos a su persona.
Unidad
La imagen de la vid y los sarmientos nos remite a la idea que hoy centra todo el mensaje del evangelio. Dios y nosotros formamos un todo. Cristo es el tronco y nosotros los sarmientos. Estamos llamados a formar una unidad. No podemos estar separados. Injertados en él formamos esa planta capaz de dar el vino de la alegría a la vida del mundo. No es fácil imaginarnos formar parte del mismo Dios y estar unidos a él para ser una vid que dé fruto. Cierto que es pretencioso semejarnos a Dios, pero no es interés nuestro sino deseo suyo. Formamos parte de su heredad, somos su viña y sin él perdemos nuestra identidad. Por lo tanto, la unidad entre nosotros los cristianos es la misma unidad con Cristo sin la cual no es posible. Los sarmientos unidos y juntos entre si pueden formar un manojo, pero de esa unidad, al estar separados de la cepa, no se espera fruto.
Permanecer
No son estos tiempos de permanencias largas, de fidelidades a largo plazo. Nos hemos acostumbrado a conducirnos con las luces cortas. Nos abruma los compromisos a largo plazo y todo lo valoramos a corto plazo. La propuesta que hoy se nos hace nos puede, por tanto, sorprender y extrañar. Jesús nos pide que debemos permanecer unidos a él y al Padre porque sin esa unión no llegará a nosotros la sabia que haga brotar nuestros sarmientos. Si no queremos secarnos, si queremos dar buenas uvas y por tanto buen vino debemos permanecer unidos a la cepa, que es Cristo resucitado. Permanencia que habla de tiempo largo, no de unos ratos. Igual que el sarmiento esperará todo el año para dar fruto y tenga que verse sin hojas en inviernos y no por eso deja de estar unido a la cepa. Lejos de la vid, perdemos nuestro ser. Descubramos que la unidad nos la da el Señor y para ello debemos ser constantes, resistiendo los embates de la vida siendo fieles a los compromisos de la fe en todo momento.
Dar fruto
De la cepa y por lo tanto de la vid esperamos recoger uvas para hacer vino. No tendría sentido una cepa que no diera uvas y solo encontráramos hojas o sarmientos secos que solo sirven para hacer fuego. De nosotros, Dios sigue esperando buenos frutos que daremos en la medida que estemos unidos a Cristo. Es la condición imprescindible para que seamos fructíferos, mantenernos unidos a Jesús. Cuando creemos que los frutos los conseguimos solo con nuestros esfuerzos ignoramos que sin la sabia del Señor seremos sarmientos estériles, aunque externamente demos una imagen de mucha frondosidad. Sin mí no podéis hacer nada, es la conclusión a la que hoy nos lleva el evangelio. ¿Seremos capaces de creerlo, de acogerlo, de aceptarlo y de vivirlo? Que Dios nos conceda permanecer unidos a él para dar buen fruto.
José María de Valles. Delegado diocesano de Liturgia