Cuarta jornada del Camino de Santiago de nuestros jóvenes… desde Caldas de Reis a Padrón. El lema que les acompaña hoy es “Llamados a la comunión”.
El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.
Y se los miraba a todos con mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.
(Hechos 4, 32-55)
¿Vivimos con un solo corazón?
¿Cómo te enriquece tu participación en la Parroquia, grupo, Iglesia…?
¿Qué podemos hacer juntos para conseguir estas cosas?
“NADIE TE AMA COMO YO” - Martín Valverde
Cuánto he esperado este momento
cuánto he esperado que estuvieras aquí
cuánto he esperado que me hablaras
cuánto he esperado que vinieras a mí.
Yo sé bien lo que has vivido
yo sé bien por qué has llorado
yo sé bien lo que has sufrido
pues de tu lado no me he ido.
Pues nadie te ama como yo
pues nadie te ama como yo
mira la cruz, esa es mi más grande prueba nadie te ama como yo.
Pues nadie te ama como yo
pues nadie te ama como yo
mira la cruz, fue por ti, fue porque te amo nadie te ama como yo.
Yo sé bien lo que me dices
aunque a veces no me hablas
yo sé bien lo que en ti sientes
aunque nunca lo compartas.
Yo a tu lado he caminado
junto a ti yo siempre he ido
aún a veces te he cargado
yo he sido tu mejor amigo.
Pues nadie te ama como yo
pues nadie te ama como yo
mira la cruz, esa es mi más grande prueba nadie te ama como yo.
Pues nadie te ama como yo
pues nadie te ama como yo
mira la cruz, fue por ti, fue porque te amo nadie te ama como yo.
• Porque «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse». (Christus Vivit, 252)
• Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación». Tu vocación te orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la gloria de Dios y para el bien de los demás. El asunto no es sólo hacer cosas, sino hacerlas con un sentido, con una orientación. (Christus Vivit, 257)
• Una expresión del discernimiento es el empeño por reconocer la propia vocación. Es una tarea que requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno: «Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir, para calmar las ansiedades y recomponer el conjunto de la propia existencia a la luz de Dios». (Christus Vivit, 283)
• Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas? (Christus Vivit, 285)