Grandes misioneros nos vienen a la memoria al escuchar el evangelio de este domingo. San Francisco Javier, san Damián de Molokai, santa Teresa de Calcuta y tantos misioneros que decidieron seguir al pie de la letra este pasaje evangélico. Siguen siendo modelos porque su predicación además de atractiva fue eficaz trayendo a la fe a muchísima gente.
Llamada y envío
El texto evangélico de este domingo se enmarca dentro del discurso de la misión. Jesús elige y envía a sus discípulos a quien les da unas normas y consejos. Estamos, por tanto, ante una catequesis sobre la misión que cada uno de nosotros debemos aceptar, algo que olvidamos con frecuencia pero que debe formar parte de nuestra vida cristiana y de nuestro modo de vivir la fe. En la primera lectura Amós no quiere aceptar la tarea que el Señor le encarga de profetizar porque era pastor. Una actitud que se repite tantas veces en nosotros que dejamos que sean otros los que lo hagan. Pero Jesús llamó a los doce, es decir, a todos. Nadie quedó exento de la tarea y todos fueron enviados. No hay razón por tanto para que nosotros queramos eludir ese encargo a la manera del profeta Amós, que quiere justificar su negativa a que es un simple pastor. Pretexto que también nosotros empleamos para no aceptar el compromiso de la llamada y el envío aduciendo que no sabemos.
Tal vez desde ahí entendamos las condiciones que Jesús les da para evangelizar. No llevar nada para que nadie pueda excusarse y poder negarse a escuchar la llamada y aceptar ser enviado.
Sin nada que llevar, veremos que la fuerza de la predicación no está en nosotros sino en quien envía, el Señor. La escasez de medios y la carencia de ellos no está relacionada con su efectividad, o tal vez, sí, porque entonces entenderemos que quien salva y cura es el Señor, no nosotros. Lo esencial y lo importante de la misión no radica en los medios materiales, el dinero, los recursos que uno posea sino en la gracia que Dios derrama a través del enviado a los demás. Solo así podemos expresar de manera sencilla el corazón de la misión que es mostrar el corazón del Padre que acoge, que sana y cura, que hace el bien y salva.
Ellos salieron
La segunda parte del evangelio está dedicado a la respuesta de los discípulos. Lo primero que se destaca es que ellos salieron y aceptaron el encargo. No pusieron dificultades. No objetaron nada. Obedecieron al Maestro y siguieron sus normas. Reflexionemos sobre este comportamiento de los discípulos. Para ellos, la palabra del Señor tiene un poder irresistible y es aceptada sin condiciones. No podía ser de otro modo para que sea la palabra de Jesús quien dirija sus vidas y personas y obre a través de ellos.
Salir conlleva dejar atrás muchas cosas, abandonar lo que se tiene, las seguridades, las fortalezas que tenemos y ponernos a recorrer caminos nuevos, visitar lugares diferentes y encontrarnos con personas nuevas. Salir es dejar lo nuestro para llevar a los demás el mensaje del Señor. Salir es renunciar a quedarnos en la comodidad de nuestra “área de confort” para mejorar las situaciones de los otros llevándoles la palabra de Jesús. Salir, por lo tanto, supone un gesto de coraje y valentía, que nace del mandato de Cristo y se fortalece con su gracia que acompaña a quien lo anuncia. Salir es la oportunidad que Dios nos da para anunciarle.
Éxito de la misión
Toda la misión debe ser sanadora y restablecedora de la salud. Este fue el resultado de la predicación. Imaginamos que el éxito de la predicación radica en hablar para convencer y pronunciar grandes discursos para que crean y sigan a Jesús. Pero de nada de eso nos habla el evangelio. Enfatiza no en el hablar sino en el hacer. Lo concretiza en gestos que podemos considerar lo esencial del anuncio. Hacer el bien y evitar el mal. Luchar contra el mal para que no haya más que bien. El discípulo, como enviado de Jesús, debe basar su misión no solo en ser bueno sino en hacer el bien. Un bien que se concreta en ungir a los enfermos y curarlos. Ofrecer el óleo que alivie y sane. Estar cerca de los que necesitan consuelo y aliento para recobrar la vida. Deshacer el mal y ungir con aceite a los enfermos y curarlos es el resultado de nuestra misión que hoy, más que nunca, el Señor nos apremia a realizar.
José María de Valles - Delegado diocesano de Liturgia