Palabra y Vida - Remar más adentro y echar la red

Palabra y Vida - Remar más adentro y echar la red

¿PESCA MILAGROSA?

Sin duda que sí. Así ha sido conocido tradicionalmente este pasaje evangélico. Pero preguntémonos, de verdad, ¿coger 153 peces tiene tanto valor y supone una proeza tan grande para llamarlo milagro? Sorprendentemente, sí, porque con una red que se lanza a mano es difícil que quepan tantos peces. Bien es verdad que no era la hora de la pesca y durante la noche no habían cogido nada. Algo de maravilloso y milagroso sí que sucedió aquel día en el lago de Genesaret o mar de Galilea. A primera vista, el relato evangélico narra el día en el que Jesús, después de predicar, quiere salir a pescar. Aunque no parece ser el momento propicio, Pedro acepta la propuesta del Maestro. El éxito acompaña la faena de modo que todo un avezado pescador como Pedro se admira, atribuye la enorme captura a Jesús y se convierte en su seguidor.

 

LA VOCACIÓN

Siendo la pesca milagrosa el tema central del evangelio y creo que de lo que hoy se nos habla y para ello, el Señor se vale de aquel relato, es de la LLAMADA que Dios hace a cada uno de nosotros. Tema que encontramos en la primera lectura y que da unidad a las lecturas de este domingo. La vocación del profeta que ante la pregunta del Señor de a quien enviaré, responde aquí estoy yo, envíame.

Encontramos igualmente relación entre la llamada del profeta y la vocación de Pedro donde en ambos casos descubrimos el escaso mérito del llamado y elegido. El profeta se siente incapaz y dice que no sabe hablar. Pedro se siente pecador ante el Señor. En ambos casos la incapacidad y la indignidad no sirven de excusa para ser llamado y elegido. Quien es llamado a trabajar junto al Señor no lo es por sus méritos o conocimientos sino la razón radica en la ayuda que el Señor le proporcionará.

Un tercer aspecto de nuestra reflexión y que complementa esta indignidad de ser seguidor y aceptar la llamada acontece cuando descubrimos la grandeza de Dios. Con Pedro se llenó la red hasta el punto que se rompía y no había pescado nada. La majestad y poder de Dios, el único santo, el milagroso conocimiento y poder de Jesús es la experiencia que nos sobrepasa y que está más allá de nuestro conocimiento.

Con estos datos o herramientas en las manos volvemos a leer el texto del evangelio para descubrir como llama a Pedro y le convierte en pescador de hombres.

Y nos hace preguntarnos ¿por qué Jesús realiza este milagro? ¿Qué fin se propone enseñarnos la pesca milagrosa? La respuesta parece obvia: mostrar su poder a Pedro de modo que se convierta y le siga. Pero Pedro se queda anonadado y dice que es un pecador y se postra de rodillas. Déjame Señor que soy un pobre pecador. Y se siente temeroso de poder servir a tan gran Señor que Jesús le dirá “no tengas miedo

 

PESCA MILAGROSA

Pesca milagrosa porque el milagro no está en la red sino en la barca. El milagro no es llenar la red de peces sino la barca de la Iglesia de hombres. Y esto actualiza este texto evangélico y esta actuación milagrosa de Jesús entre nosotros. Jesús sigue predicando en la barca de la Iglesia. Jesús sigue pidiendo que salgamos a faenar, aunque nos hallamos pasado la noche sin pescar nada. Jesús volverá a llenar su barca de hombres que escuchen su llamada y acepten la vocación de ser pescadores.

Sigue el Señor invitándonos a remar mar adentro, a seguir echando las redes, aunque parezca que no es la hora ni el tiempo apropiado. Sigue el Señor queriendo hacernos pescadores. La llamada a confiar en él y no en nosotros nos hará seguirle, aunque no nos creamos dignos y tengamos miedos y no merezcamos ser dignos. Como en el relato de Isaías, donde un serafín abrió los labios del profeta para que pudiera anunciar la palabra, también el Señor nos abrirá los labios para anunciarlo a los demás.

No hay motivos ni razones para negarse a echar las redes. No tenemos excusas para rechazar la llamada al seguimiento. Dios nos sigue llamando y espera, que, a pesar de nuestra debilidad, rememos más adentro y volvamos a echar la red. Nos queda saber descubrir su poder y sepamos ponernos a su servicio.

 

José María de Valles. Delegado diocesano de Liturgia