La pandemia del coronavirus ha impuesto a los católicos a lo largo y ancho del mundo un forzoso ayuno eucarístico. En estos casos, como en muchos otros (imposibilidad material o moral de comulgar), la Iglesia nos invita a realizar una “comunión espiritual”, para unirnos a Dios a través del deseo y la oración, cada vez que participemos en una de las muchas misas que se ofrecen por televisión, radio o en las redes sociales.
El propio Papa Francisco animó a ello en el Ángelus el pasado 15 de marzo: «En esta situación de pandemia, en la que nos toca vivir más o menos aislados, estamos invitados a redescubrir y profundizar el valor de la comunión que une a todos los miembros de la Iglesia. Unidos a Cristo nunca estamos solos, sino que formamos un solo Cuerpo, del cual Él es la Cabeza. Es una unión que se alimenta de la oración, y de la comunión espiritual en la Eucaristía, que es una práctica muy recomendada cuando no es posible recibir el Sacramento».
El “ayuno eucarístico” es la situación habitual de muchos católicos en algunos lugares de misión, ya que la comunión frecuente es una práctica relativamente nueva. Fue promovida y se extendió en la Iglesia en la época del Papa san Pio X, a principios del siglo XX. Antes, lo habitual era comulgar en Pascua y quizá en una o dos ocasiones señaladas a lo largo del año. En el resto de ocasiones, tal y como atestiguan numerosos santos, lo habitual era realizar la “comunión espiritual”.
Santa Teresa de Jesús, en Camino de Perfección (cap. 35), confiesa que para ella, ésta era una práctica habitual y fructífera: «Cuando no podáis comulgar y participar en la misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho, porque es mucho el amor del Señor que se imprime así». Muchos otros santos tienen hermosas páginas escritas en relación a la comunión espiritual: Santo Tomás de Aquino, Santa Catalina de Siena, San Alfonso Mª Ligorio, San Francisco de Sales, San Antonio Mª Claret, San Juan Bosco, el Cura de Ars, el Padre Pío, San Josemaría Escrivá, Santa Faustina Kowalska, San Maximiliano Kolbe...
La idea, por lo tanto, es sencilla: comulgar espiritualmente consiste en desear comulgar sacramentalmente, con la misma actitud y disposición con la que nos preparamos para comulgar en misa.
Santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologica, se preguntó si este tipo de comunión espiritual produce en el alma los mismos efectos que la comunión sacramental. La conclusión a la que llega es que se pueden recibir los mismos frutos, pero éstos dependen no ya del poder del sacramento en sí (que el fiel que hace la comunión espiritual efectivamente no recibe) sino exclusivamente de las disposiciones personales del que comulga.
El Concilio de Trento recomendó vivamente la comunión espiritual, como un modo de afirmar, en contraste con las teorías luteranas, la fuerza del sacramento en sí, y de cultivar la unión con Cristo cada vez que se visita una iglesia. El Concilio Vaticano II, sin anular o despreciar la comunión espiritual, ha querido subrayar la centralidad de la celebración de la eucaristía y de la comunión sacramental, contra el peligro del rigorismo jansenista (que consideraba que sólo podían comulgar los perfectos) y del ritualismo mágico.
Sin embargo, en una emergencia sanitaria como esta, entendemos perfectamente el sentido profundo de la comunión espiritual: ante la imposibilidad de reunirse físicamente, el creyente, en cualquier lugar o situación, da culto a Dios “en espíritu y verdad” y expresa a Jesús su deseo de recibirlo en nuestro corazón.
Las fórmulas de comunión espiritual que circulan son distintas expresiones con las que algunos santos han manifestado este deseo concreto de unión con Cristo. No hay fórmulas preestablecidas, no es imprescindible recitar literalmente ninguna de ellas, ni hay ninguna que sea “oficial” o mejor que otra. Sí son precisos tres pasos para hacer una buena comunión espiritual:
1. Hacer un acto de fe en la presencia real de Cristo bajo las especies eucarísticas.
2. Expresar un deseo vivo de recibirlo sacramentalmente y de unirse íntimamente a Él.
3. Pedir alcanzar las mismas gracias que si recibiéramos la comunión sacramental.
¿Cuántas veces es posible hacerlo? Según Tomás de Kempis, «cualquier devoto puede cada día y cada hora comulgar espiritualmente con fruto, si tiene buena voluntad e intención piadosa de hacerlo sacramentalmente». El Cura de Ars, por su parte, recomendaba a sus feligreses: «Cuando sintamos que el amor de Dios se enfría en nuestro corazón, ¡corramos pronto a la comunión espiritual! Porque una comunión espiritual actúa en el alma como un soplo de viento en una brasa que está a punto de extinguirse».
Obviamente, la comunión espiritual no sustituye ni se equipara la comunión sacramental, que sigue siendo la aspiración, el deseo y el ideal de todo cristiano. Y surge una buena pregunta: ¿se puede hacer la comunión espiritual cuando se está en pecado mortal? Según el teólogo Angelo Bellon op, sí: «la comunión espiritual se puede hacer aunque no se esté plenamente en gracia de Dios. Si no lo estamos, no podremos recibir en plenitud sus frutos, pero el arrepentimiento y la intención de confesarse puede ser ya una señal de que la gracia de Dios empieza a actuar en nosotros. En todo caso, nunca es nocivo o erróneo hacerla, porque el Señor ve y valora el deseo del alma».
Como sucede con la comunión sacramental, la comunión espiritual no puede ser devaluada o frivolizada. Aunque puede hacerse en cualquier lugar y en cualquier momento, es necesario un cierto recogimiento, y establecer una comunión real de pensamiento y afecto con el Señor. Su contexto natural sería la oración personal o la meditación de la Palabra de Dios. No es algo mágico, ni acumulativo: es siempre un acto de unión con una persona, el Señor Jesús. El teólogo Karl Rahner afirmó que «el lugar por excelencia de la comunión espiritual es la Iglesia, y el momento privilegiado para llevarla a cabo es cuando la persona está arrodillada ante el Santísimo Sacramento».
Fórmula de San Josemaría Escrivá
aprendida en 1912, cuando iba a hacer su primera comunión
Yo quisiera, Señor, recibirte
con aquella pureza, humildad y devoción
con que te recibió tu santísima Madre;
y con el espíritu y fervor de los santos.
Fórmula de San Alfonso María de Ligorio
Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente
en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas
y deseo recibiros en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado,
venid al menos espiritualmente a mi corazón.
Otra fórmula para la comunión espiritual
Jesús mío, creo que Tú estás en el Santísimo Sacramento;
te amo sobre todas las cosas
y deseo recibirte ahora dentro de mi alma;
ya que no te puedo recibir sacramentalmente,
ven a lo menos espiritualmente a mi corazón.
Señor, no soy digno ni merezco
que entres en mi casa, pero di una sola palabra
y mi alma será sana, salva y perdonada.
El Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo,
guarden mi alma para la vida eterna. Amén.
Julio J. Gómez