El cristiano y la inmigración

El cristiano y la inmigración

Todos estamos de paso en esta vida; somos emigrantes en busca de la casa del Padre; solo guiados por la PALABRA. Esa que no distingue de razas, lenguas, posición social... Esa que se pronuncia igual en todo el mundo porque no tiene letras, sino que es un sentimiento que nace de una fuerza superior. Es el AMOR en que se resume todo el mensaje evangélico. Es Jesús, como Hijo de Dios, la divinidad que emigra a la humanidad. Es el inmigrante por antonomasia que se hace presente hoy en cada hermano que nos pide asilo, refugio, alojamiento, albergue...

Los auténticos discípulos de Cristo se reconocen por el amor mutuo y la entrega. Esa capacidad de servicio a los demás que nos hace salir de nosotros mismos para aceptar y acoger a los más necesitados; que nos hace luchar contra los que se aprovechan de la debilidad o dificultad del otro. Pero nos cuesta tanto salir de esa zona de confort en la que vivimos y justificamos, que somos incapaces de vernos en “el otro” aunque hayamos pasado, incluso, por situaciones similares.

Acogerprotegerpromoverintegrar, son cuatro verbos que nacen del corazón del Santo Padre para que los cristianos nos acerquemos a los hermanos migrantes y refugiados.

Esto nos debería hacer reflexionar y preguntarnos ¿Yo, como cristiano, hago todo lo que puedo? ¿Y lo que debo? ¿Me quedo solo en palabras o a través de mis obras soy capaz de acercarme al hermano inmigrante, refugiado, sin miedos, sin reticencias y ofrecerle mi ayuda?

No nos quedemos en las palabras, en los escritos conmovedores. Nuestro entorno precisa de oración y acción para llegar a construir una situación social más humana y justa, donde la dignidad de la persona esté por encima de cualquier otro planteamiento político y social.