No nos cansemos de hacer el bien

No nos cansemos de hacer el bien

+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Siguen resonando las armas en Ucrania por la invasión rusa y estamos pendientes de sus consecuencias, no únicamente económicas y sociales, sino lo que manifiesta, la crisis de valores en Europa, donde parece que las naciones solo se mueven cuando sus intereses están afectados, olvidándose los valores que la han configurado. Y deseo hacerme eco del Mensaje del Papa para esta Cuaresma, que considero interesante también para los no cristianos o creyentes.

Lo introduce con una frase de la carta de san Pablo a los Gálatas (6, 9-10ª) que dice: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos». La Cuaresma es una imagen, en cierto modo, de nuestra vida terrena. Nos recuerda que todavía y siempre es tiempo de sembrar en vista a la cosecha, «con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia, el deseo de tener, de acumular y consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio, que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una grana cosecha en sus graneros (cf. Lc12, 16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar la mentalidad, para que a la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poder cuando en el dar, no estén tanto en acumular cuanto en sembrar el bien y compartir». Nos recuerda el papa que el agricultor es Dios mismo que generosamente ha sembrado en la humanidad semillas de bien. Tenemos que recordar que tenemos que responder al don de Dios acogiendo su Palabra viva y eficaz. Dios nos llama a ser colaboradores de Dios, utilizando bien el tiempo presente para sembrar también nosotros obrando el bien. Esta llamada a colaborar no es un peso, sino una gracia con la que Dios nos ha honrado porque cuenta con nosotros.

¿Y la cosecha? Recuerda lo que dice san Pablo que establece una relación entre la siembra y la cosecha. «El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará» (II Cor 6, 9). El primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea, ni se pierde ningún cansancio generoso.

Pero al igual que al árbol se le conoce por sus frutos, así también una vida llena de obras buenas será luminosa y llevará el perfume de Cristo por el mundo. Aunque también es verdad que uno es el que siembra y otro el que cosecha, y que los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares. Si lo realizamos indicará la grandeza de ser capaces de desatar procesos cuyos frutos serán recogidos por otros. Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, vinculándonos así a Dios, a sus planes y proyectos. Es más, el fruto más cuajado de nuestras acciones de siempre, será la vida eterna o, con otras palabras bíblicas, el tesoro en el cielo, participar de la Pascua de Cristo, de su gloriosa Resurrección.

Pero no tenemos que cansarnos; frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de los demás o con ganas de tirar la toalla. Tenemos que confiar en Dios que da fuerza al cansado, él renueva nuestras fuerzas. Para eso... no nos cansemos de orar. Necesitamos orar porque necesitamos a Dios; somos frágiles personal y socialmente y en esta pandemia lo hemos experimentado. Nadie se salva sólo y sin Dios, por Él podemos vencer las aguas oscuras de la muerte. La fe no exime de las tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo con una gran esperanza que no defrauda porque tenemos su Santo Espíritu.

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sin olvidar que Dios nunca se cansa de perdonar. No nos cansemos de hacer el bien en la caridad hacia el prójimo. Aprovechemos la Cuaresma para cuidar a quienes tenemos cerca, haciéndonos prójimos de aquellos que están heridos en el camino de la vida, para escuchar al otro y ofrecer una palabra de aliento, para visitar al que sufre soledad. Termina el Papa recordándonos que, si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos; hay que tener paciencia, como el agricultor. El ayuno prepara el terreno, la oración riega y la caridad fecunda; solamente así daremos frutos de vida eterna.