+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
El próximo 22 de octubre la Iglesia celebra el Día del Domund. A algunos este día les recordará cosas del pasado, las huchas con negritos o con algún indio con plumas, como los de las películas del Oeste, que siempre pierden frente a los blancos; pero hoy no es así. Se trata de un domingo en el año en el que la Iglesia nos recuerda que todos tenemos que ser misioneros. Ser misioneros no es otra cosa que ser bautizados, pero bautizados que desean, que se ven urgidos porque les quema el corazón a contagiar a los demás su misma fe. Porque para ellos la fe en Cristo es la luz de su vida, lo que da sentido a su existencia, al levantarse cada día, al trabajar, al perdonar, al ir a la Iglesia y pertenecer a la comunidad parroquial, al servir, incluso a morir.
Para ser misioneros -fuera de Palencia, en países lejanos o cercanos, o incluso en la misma Diócesis de Palencia- hay que tener el corazón ardiente; es decir, sentirse amado por Jesús de Nazaret, sentirse cautivado por su palabra, por su mensaje, enamorado por su persona, y querer compartirlo con los demás, como lo han hecho los santos Pedro y Pablo y los demás apóstoles. Como lo han hecho a lo largo de la historia tantos misioneros y misioneras palentinos, muchos de ellos mártires, como san Francisco Fernández de Capillas, misionero en China y mártir que vivió entre 1607 y 1648. Como santo Domingo de Guzmán, allá por años 1170-1221; o el Beato, para algunos santo, Pedro González Telmo, dominico, 1190-1246, misionero en Andalucía, norte de Portugal y sur de Galicia; por recordar a algunos; y los cerca de 150 beatos misioneros y mártires de la contienda civil en España por los años 30 del siglo pasado; o el Beato Mariano de la Mata, agustino, nacido en Barrio de la Puebla en el Brasil, en los años 1995-1983.
Hoy también tenemos varios misioneros sacerdotes palentinos que anuncian el Evangelio por el mundo. Recuerdo a D. Ismael González Fuentes, de San Pedro de Cansoles, en Japón; a D. Ángel Becerril, de Cozuelos, en Tailandia; a D. José Negueruela García, Bolo, en Bolivia; a D. Ángel Benito García en Iquitos, Perú; a D. Eduardo Calvo Sedano, nacido en Palencia y misionero en Kazajistán; a D. Luis Fernando Crespo Tarrero, nacido también en Palencia y misionero en Lima, Perú; a D. Domingo García Hospital nacido en Santana y misionero en Paita, Perú; a D. Eliseo Escudero Herrero, nacido en San Llorente del Páramo y misionero en Chile; y a Mons. D. Nicolás Castellanos Franco, obispo emérito de Palencia; y a cada uno de los misioneros y misioneras de las distintas congregaciones religiosas y laicos y laicas que están sembrando el Evangelio por España, América tanto del Norte como del Sur, Europa, África, Asia y Oceanía. A lo largo de los siglos otros los precedieron y siguieron. Tenemos que estar orgullosos, un santo orgullo, de estos hermanos que, dejando familia, nuestro bienestar y tierra han marchado a otras latitudes para con su persona, vida, palabra y ejemplo llevar la Buena Noticia de que Dios es amor, que nos quiere y ama en Cristo, que en Él está nuestra salvación.
Todos tenemos que ser misioneros, también los que estamos en nuestra ciudad de Palencia y en los pueblos de nuestra Diócesis y Provincia. Actualmente se está desarrollando en Roma el XVI Sínodo de la Iglesia Universal. Un Sínodo que ha tenido previamente varias fases, una entre nosotros, y que seguirá el próximo año 2024. Uno de los aspectos a tratar será cómo lograr, con la ayuda del Espíritu, una Iglesia más sinodal, en comunión, misión y participación. Porque la misión nos compete a todos; a todos nos ha dicho el Señor: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-21).
Todos tenemos que hacerlo, si queremos ser fieles a Jesucristo, con el corazón ardiente y en marcha, con los pies en camino, siguiendo las huellas que nos han dejado los que nos precedieron y el mismo Jesús, el Gran Misionero que trae la Buena Noticia. Con otros, sin esperar a que otros lo hagan por nosotros. Y aquí, no hace falta ir lejos a no ser que el Señor se lo pida. Con la palabra, con el ejemplo, con el servicio, con la oración confiada, apoyando a los que están lejos de nosotros con nuestro dinero en la colecta del domingo, o con otro tipo de donaciones que se pueden llevar a la Delegación Diocesana de Misiones en la Calle San Marcos, 3.
Que el ejemplo de nuestros misioneros -a quienes cuando vienen en verano los veo felices y contentos- y el de la Virgen María, la primera misionera que lleva a Jesús en sus entrañas y con Él la alegría a la casa de Isabel y Zacarias (Lc 1, 39-44) nos anime y haga arder nuestros corazones y nos anime a ponernos en camino, aunque cueste.