Santos palentinos. Francisco de Jesús de Villamediana

+ Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia

Nuestro Beato nació en Villamediana en el año 1590 y se llamaba, civilmente, Francisco Terrero Pérez. Fue bautizado en la parroquia de Santa Columba, de dicho pueblo y en 1614. Estudió con los Jesuitas, en Palencia, y pasó a estudiar filosofía y cánones en la Universidad de Valladolid; allí sintió la sintió la llamada del Señor a seguirle más radicalmente e ingresó en el Convento de Agustinos Recoletos de Valladolid; allí realizó los estudios de Teología, además de ir aprendiendo poco a poco a vivir la vocación en una comunidad de hermanos religiosos, cada uno distinto en procedencia, carácter, sensibilidad y funciones o ministerios en la Iglesia. Fue ordenado sacerdote en 1622 y se ofreció para ser destinado como misionero a las islas Filipinas.

Llegado a Méjico donde permanece varios meses, pasa después a Filipinas, ejerciendo el ministerio en distintos servicios y es enviado a Japón. Llega a Nagasaki en 1623. Allí es perseguido, como todos los misioneros, pero sin dejar su ministerio de visitar de noche las comunidades cristianas, para animar, confortar en la fe, consolar, anunciando a Jesucristo como ministro de la Palabra y los Sacramentos. Y todo en medio de hambre, cansancio y penalidades sin cuento. También evangeliza en la el reino de Bojo, la zona septentrional de la isla, donde, por su ministerio se realizan muchas conversiones de indígenas En 1626 es hecho prisionero con otro compañero, Fr. Vicente, y un catequista que los acompañaba en Nagasaki. Estuvo en prisión En 1631 fueron sentenciados a morir; el martirio fue largo: durante un mes fue torturado en las aguas hirvientes. En 3 de septiembre de 1632, él y sus compañeros, fueron amarrados con cuerdas a columnas forradas de leña. Y ese mismo día, con sus compañeros fueron quemados vivos como teas ardientes dieron testimonio de la fe en Jesucristo.

En 1867 fue beatificado con otros 204 mártires del Japón y Villamediana con alegría y orgullo le venera en su Iglesia.

Escribió estas letras en las que se refleja su temple humano y espiritual: «Así, por la misericordia de nuestro buen Dios y Señor, todos estamos con firmes esperanzas de gozar de lo que tanto deseamos, para no perder aquello para lo que fuimos creados. Como quiera que todo es dos de nuestro buen Dios, gratis dado, por él le doy y le damos infinitas gracias». En otra carta, escrita el día en que recibieron la noticia de su martirio: «Con todo, nos advertía que renegásemos, seríamos libres y premiados. Respondimos todos aunados que la vida que teníamos daríamos a Dios, cuando ellos nos la quisieran quitar, y que estábamos prestos y alegres a dar por su amor, por su ley y Evangelio. Sea el Señor de misericordias loado en las maravillas que usa con nosotros, tan indignos de ellas, cuanto Él largo y misericordioso en hacerlas». (De las cartas y relaciones de los beatos mártires del Japón, Roma,1961).

¿Qué interpelaciones creo nos hace este beato nacido en Villamediana? Destacaría brevemente tres. Una: Su espíritu misionero que le lleva a ir a tierras nuevas y desconocidos, e, incluso, adversas. El cristiano, todo cristiano, tiene que ser valiente y dar testimonio de la fe no sólo en las cuatro paredes del templo parroquial, sino en la vida diaria y en los ambientes, aunque estos sean adversos, que hoy también se dan. Otra: la dimensión comunitaria que nos debe llevar no a ser testigos como el llanero solitario, sino con otros, apoyándonos, animándonos, siendo compañeros que comparten la andadura, el pan, la sal, la Palabra, la Eucaristía, es Espíritu Santo. Y otra, la última: No dejarnos llevar por espejismos, por planteamientos cortos, sin perspectiva de eternidad. A veces estamos tan enfrascados y ocupados en los problemas y actividades inmediatos y relativos que nos olvidamos de lo absoluto y eterno, que es la vida eterna con Dios en la gloria del Resucitado.

Oremos con la oración del día de su fiesta, el 4 de septiembre: «Oh Dios, fortaleza de los santos, que has llamado al beato Francisco de Jesús a la vida eterna por medio de la cruz: concédenos por su intercesión, mantener con vigor hasta la muerte, la fe que profesamos. P. Jesucristo N.S. Amén».

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