El cuarto domingo de Cuaresma se conoce con el nombre de Laetare, domingo de la alegría. Sorprende que, en medio de la Cuaresma, tiempo austero y serio, se nos invite a la alegría. En mitad de la cuaresma, la Iglesia se toma un respiro en el camino ascético de la preparación a la Pascual.
El texto nos narra la curación de un ciego de nacimiento. Un acontecimiento que san Juan aprovecha para una catequesis larga en torno a la luz y la fe. El relato del signo es muy extenso y nos hace reflexionar sobre diferentes temas que la Iglesia proponía a los catecúmenos que se preparaban a recibir el bautismo. Se comenzaba explicando que el mal no es causa del pecado; que la curación requiere un signo de limpieza por parte del que recobra la vista; que los fariseos se niegan a reconocer el milagro; que los padres del curado no se atreven a dar testimonio de quien ha sanado a su hijo; que el ciego, recobrada la vista, es expulsado de la sinagoga y Jesús lo quiere encontrarse de nuevo con él.
Hijos de la luz
El punto central de la catequesis pretende presentar a Jesús como Luz del mundo. Cristo se nos presenta como quien devuelve la vista, quien da la luz a un ciego que desde su nacimiento carecía de vista. Su mundo, podríamos decir, era de oscuridad, de tinieblas, sin luz. Y la enseñanza era fácil y sencilla de entender. Como el ciego todos nacemos en la oscuridad, vivimos en la tiniebla y Jesús tiene el poder de darnos la capacidad de ver. Mientras yo estoy en el mundo yo soy la luz del mundo, nos dice Jesús.
Se nos invita a percibir en el ciego a la humanidad, a todos y cada uno de nosotros que nacimos ciegos y necesitamos de Jesús para ver la luz. Sólo el encuentro con Cristo nos devuelve la vista, la visión, la luz. Notemos, también que la respuesta de Jesús implica un mandato, una exigencia: “vete a lavarte a la piscina de Siloé”. Una referencia al bautismo donde se nos devuelve la vista, donde encontramos la luz.
Segundo encuentro
En el relato de la curación del ciego debemos resalta el segundo encuentro de Jesús con él. La primera vez, el ciego recobra la vista, pero no conoce a Jesús. Expulsado de la sinagoga, Jesús quiere encontrarse con él. En ese segundo encuentro se produce el otro milagro, el mayor, el de reconocer a Cristo, el de creer en Él y adorarlo. Su segunda conversación con el Señor supuso su conversión
También nosotros necesitamos de este segundo encuentro con Jesús. Después del bautismo, nuestro primer encuentro, tiene lugar el momento decisivo de nuestro seguimiento, donde se confiesa la fe en el Señor. En el cara a cara con Él, le reconocemos y le adoramos como el Señor que nos ha devuelto la vida, la fe y la salvación. Una alusión a invitarnos a vivir la Eucaristía como tiempo de encuentro con el Señor para reconocerle como Señor y adorarlo.
Comentario al Evangelio del 19 de marzo de 2023, por José María de Valles, delegado diocesano de Liturgia. Emitido en “Iglesia Noticia” de la Diócesis de Palencia.