¿A dónde vamos? La pregunta de los mil. Parece que no hay rumbo y que todo está en crisis, aunque todavía todo parece funcionar. Paralizados miramos perplejos el panorama que se nos despliega en la pantalla. Confusos y cansados, deseando más tranquilidad, nos quejamos a menudo. Pero lo que en realidad nos falta es ser más activos y promover una espiritualidad profética en un mundo donde en muchos campos de la vida reina la mentira. Consecuencia: división, conflicto, odio hasta -casi peor- una resignación aburrida.
Pero no estanos “condenados” para ser marionetas dóciles en este reino de mentiras. Dios nos llama y nos invita a cambiar nuestro estilo de vida, nuestra manera de relacionarnos, ser más activos en nuestras parroquias, en nuestras delegaciones diocesanas, en nuestros grupos de voluntariado y no seguir quejándonos desde la comodidad de nuestros sillones. Tal vez nos costará nuestra tranquilidad, incluso nuestro prestigio social, puede ser, pero ganaremos en coherencia con el Evangelio y en paz interior.
La fe no es una teoría, sino vida insertada en la Persona de Cristo quien abre nuestro corazón, nuestros ojos y nuestros oídos. Y nos cura de la enfermedad actual y muy extendida del consumismo-hedonismo, plasmada en una vida pasiva, acrítica y conformista, haciéndonos más preocupados por la aprobación social que por comprometernos con la Palabra de Dios.
Todos estamos invitados a ejercer una espiritualidad profética en contra de los poderes que prefieren que nos callemos. Ser profeta es (cf. Joan Chittester, El momento es ahora) denunciar en voz alta que la pobreza es injusticia, que la bomba atómica es inmoral. Ser profeta es denunciar la desigualdad, sin caer en la trampa del despotismo del igualitarismo. Ser profeta hoy es denunciar la violencia y la injusticia de cualquier tipo y anunciar un futuro lleno de esperanza sin temer la persecución del presente (cf. Mt 5, 1-12, Sermón de la montaña). Nuestra fe no es válida si no la vivimos desde un compromiso fuerte con los pobres, los descartados y con la conservación de nuestro planeta, proponiendo y viviendo una ecología integral, así como el Papa Francisco, gran líder espiritual y profeta de nuestros días, ha dicho de modo tan claro e inequívoco en “Laudato Si”, en “Fratelli Tutti” y en otros tantos documentos y discursos elocuentes . Ser profeta hoy es guiar y ayudar a un mundo desorientado a reencontrar su rumbo hacia la Casa Común.